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lunes, 26 de agosto de 2024

Recuperando, tras perder por cannabis, el carnet de conducir por puntos.

 RECUPERANDO EL CARNET DE CONDUCIR


Si eres una persona que usa cannabis, y aunque tu uso del mismo esté varias horas (o días) alejado del momento en que te vas a poner a los mandos de un vehículo a motor, las carreteras españolas se han convertido en un peligroso juego de recaudación económica. Podrías tomar cualquier otra droga y, al cabo de unas horas, poder conducir sin problema alguno, pero en el caso de nuestra planta amiga esto no es así, debido al tiempo que el organismo de cada persona tarda en eliminar cualquier resto (no activo) de tu cuerpo; dependiendo de cada persona, eso puede oscilar entre algo menos de 24 horas y más de varios días, tras el último consumo. Por dicho motivo, somos la presa favorita a cazar ya que, aun sin conducir bajo los efectos del cannabis, somos quienes les aseguramos que el gasto de un drogotest les va a salir más rentable.


Hace poco, perdí todos los puntos del carnet por 2 drogotest, en los que di positivo para THC, y me tocó realizar el “Curso de Recuperación”. Tras esperar 6 meses para poder realizarlo -como primer castigo- cuando pude inscribirme, lo primero que tuve que hacer fue pagar 400 euros a la “asociación de academias” de hacen caja con este negocio. A cambio, me dieron 3 libros que valían en total 7'12 euros (sin contar IVA) y acceso a una aplicación por Internet para hacer tests. Aparte de eso, recibimos una serie de charlas de distintos personajes, como un par de profesores de las academias, una psicóloga que prefirió pasar la tarde contando chistes, ignorando el temario que debía dar y -por último- una persona en silla de ruedas de la asociación local de “lesionados medulares” por accidente de tráfico. De esta forma, en 2 viernes por la tarde y 2 sábados mañana y tarde (en teoría) nos dieron 24 horas de formación especializada. 





Todo era una absoluta pantomima. De entrada nos dijeron que quitásemos el sonido de los teléfonos móviles, para que no molestasen, por si alguien quería escuchar las charlas, dando por sentado que la gente pasaría totalmente de los ponentes y se dedicarían (como en cursos anteriores) a navegar por Internet o usar el Whatsapp todo el tiempo. En un grupo de unas 30 personas, la mitad tenían que realizar el curso por pérdida de puntos, pero la otra mitad lo realizaba por orden judicial. ¿La diferencia? Pues bastante, ya que la pérdida de puntos es un hecho administrativo y la orden judicial, deriva de un proceso penal. 


Sin embargo, los que habían sido sancionados por un juez (en su mayoría alcohólicos crónicos, como ellos mismos se definían sin pudor) aunque realizaban el curso con los demás, estos no tenían que someterse a un examen en la DGT para conseguir un escuálido carnet con 8 puntos iniciales. A estos, tras soportar las charlas y con un mero certificado de asistencia, les valía pasar por el juzgado a recoger su carnet, con los mismos puntos que tuvieran antes de la condena. ¿Tenías 15 puntos antes de conducir todo borracho de whisky y chocar con un coche de la policía que estaba en el control? Pues ahora te devolvemos -sin hacer siquiera un examen- tu carnet con 15 puntos; así de bien está hecha la ley, en que los infractores más peligrosos (los que cometen delito y quien les procesa es el juez por la vía penal) se ven premiados. Ellos no sufren pérdida de puntos y no han de esperar 2 o 3 años sin sanciones, para encontrarse de nuevo con el carnet hasta arriba.


Los que habíamos perdido el carnet por acumulación de faltas, teníamos que realizar un examen (28 euros más, por tasas de examen) pero si suspendes, vuelves a la academia a pagar 125 euros más por 4 horas de charlas extra,  y así poder volver a examinarte pagando otros 28 euros de nuevo a la DGT.  Y ojo, que el máximo de puntos que recibimos -al aprobarlo- es de sólo 8 puntos. Para tener 12 de nuevo, deberás esperar sin tener ninguna falta durante 2 o 3 años, dependiendo de lo que causó tu pérdida de puntos (si es por cannabis, 3 años).


Mi grupo, formado por 30 personas, de las que 29 eran hombres y 1 era mujer, era un grupo bastante típico, según comentaban los responsables del curso. Aproximadamente a la mitad de los que allí estaban, les habían quitado el carnet como parte de un condena por la vía penal: había superado cierta tasa en el control de alcoholemia o habían tenido, además de eso, algún tipo de accidente (como el caso del chico que además de borracho, reventó un coche de Policía Nacional) o situación que hiciera que el asunto saltase de la vía administrativa a la penal. De ese grupo, los “penales”, la mitad de ellos eran consumidores crónicos de alcohol que no sólo no tenían problema en reconocerlo, sino que la mayoría dejaban claro que sus conductas en ese sentido no iban a variar esencialmente: pensaban seguir bebiendo y conduciendo mientras pudieran hacerlo, y a ellos -este sistema- les iban a devolver todos los puntos que tuvieran cuando se les retiró el carnet. 


De hecho, excepto uno de esos “penales” que se había comprado un “patinete tuneado para ir a alta velocidad”, durante el tiempo que se viera afectado por la sanción, el resto seguían usando su coche y venían al propio curso conduciendo ellos mismos. El resto, éramos conductores que habíamos acumulado sanciones sin haber causado ningún accidente, algunos por velocidad, otros por positivos en el drogotest, ir manejando el teléfono móvil y demás infracciones. Aunque había algunos que habían dado positivo por cannabis en el drogotest, lo cierto es que en ningún caso (salvo en el mío) estaban allí sólo por ese tipo de falta: los que habían dado positivo en cannabis, habían dado también el otras drogas y/o alcohol. 


El ambiente “casi festivo” del curso se podían palpar cuando, tras los descansos preceptivos, la gente volvía al aula con unas copas, botellines de cerveza o chupitos (medianamente escondidos) y otros fumaban en el aula o incluso liaban porros sobre las mesas, sin que eso supusiera problema alguno, mientras no molestasen a otros. En el curso todos recibíamos las mismas charlas, aunque las materias de las que deberíamos examinarnos cada uno, eran distintas en función de las faltas cometidas.





Empezamos el curso viendo cómo los datos que nos daban, no valían para el examen, y nos lo advertían expresamente. Esto era debido a que quienes daban las charlas y los profesores, por lo general, tenían datos actualizados pero el temario de examen trabajaba con datos del año 2011 o anteriores. Es decir, que para aprobar si tenías que examinarte, era mejor que no escuchases nada porque corrías el riesgo de interiorizar datos que, a pesar de ser correctos, no servían para aprobar en la DGT, ya que los exámenes no se habían actualizado desde entonces y seguían pidiendo datos de hace lustros.


Muchos de esos datos, correctos o no, quedaban bastante fuera de lo que debería ser el enfoque educativo, ya que conocer el número de muertos por accidentes de tráfico en todo el planeta durante el siglo XX, o el número concreto de heridos en Europa en el año 2011, no parece que vaya a ser un dato que ayude a mejorar nuestra conducción hoy.


El temario sobre alcohol, drogas y fármacos.


El capítulo dedicado al alcohol de forma exclusiva, daba los datos habituales sobre los efectos del alcohol en el cuerpo humano, su eliminación así como información sobre los sistemas de sanción y medición. Esto último resultaba curioso, ya que no parece que pueda servir de mucho a un conductor conocer que la reina Isabel “la Católica” fuera la primera en establecer sanciones contra los conductores de carruajes que fueran bebidos. Tampoco sirve de nada saber que el alcohol absorbe la energía infrarroja en las longitudes de onda de 3'4 micras y de 9'5 micras, siendo esta última la usada para sancionarte por tener una especificidad más alta. 


Llegados al capítulo sobre drogas, los desfases en los datos eran aún mayores, ya que teníamos que dar por buenos los datos del Plan Nacional sobre Drogas de hace casi una década. Para empezar, nos dividían todas las drogas, legales o no, en 3 grupos: estimulantes, depresoras y perturbadoras. Ya en la parte sobre estimulantes, se notaba claramente que habían tenido que rellenar con datos sin utilidad el temario de dicho capítulo, ya que no tenían problema en meter en el mismo paquete a la anfetamina o la cocaína, con la cafeína, la teína (cafeína también, pero con otro nombre) y la teobromina del chocolate: las xantinas. ¿Te imaginas ir conduciendo todo drogado por un atracón de Kit-Kat y Lacasitos? Tú no sé, pero la DGT sí es capaz de hacerlo.


También entre las drogas estimulantes, habían metido a la nicotina, dedicando una buena parte a prevenirnos sobre los peligros de fumar tabaco al volante, básicamente por el humo que liberamos, y que nos impediría tener una correcta visibilidad, además de ocuparnos una mano durante el encendido o apagado del cigarro. Sin embargo, nos recomendaron “comer pipas” para evitar quedarnos dormidos al volante, especialmente a los conductores profesionales: todo muy loco.


Llegando al cannabis, presentada como la primera de las drogas perturbadoras junto a la LSD, la mescalina, la MDMA y los inhalantes o pegamentos, lo primero que indicaban es que su consumo se suele realizar mezclado con alcohol. Esto no parece ajustarse a los consumidores de cannabis, que precisamente no suelen consumir alcohol, sino a los consumidores de alcohol y otras drogas, que no tienen problema en añadir cannabis a la mezcla psicoactiva que llevan encima.





Finalmente el dato más relevante sobre cannabis y accidentalidad que ofrece dicho curso, es que el cannabis puede multiplicar hasta por 2 las posibilidades de sufrir un accidente, lo cual equivale al riesgo -según el mismo curso- de conducir un automóvil con más de 10 años de edad. El alcohol, por ejemplo, eleva el riesgo de sufrir un accidente multiplicándolo por 9; sin embargo sí es posible conducir con ciertas dosis de alcohol en sangre, mientras que cualquier resto inactivo de THC es suficiente para sancionarte por cannabis. Por supuesto, ni el temario ni los profesores entraban en la distinción entre dar positivo y conducir bajo los efectos: todos eran consciente de la trampa legal.


El resto del temario sobre drogas, tenía cosas tan fuera de lugar como advertirnos de los riesgos de conducir bajo los efectos del PCP o Polvo de Ángel, a pesar de que dicha sustancia nunca estuvo disponible en nuestro país. De la ketamina, por el contrario, que es una sustancia de uso en nuestro país, no dicen ni una sola palabra.


En cuanto a los fármacos, leímos cosas como que ser alérgico y tomar medicación para ello, equivale (según temario) a entre 0'5 y 0'6 gramos de alcohol en sangre, que es la tasa de alcohol suficiente para dar positivo y ser multado. El premio estrella de la desinformación sobre fármacos, apuntaba sólo a la mujer, ya que es quien toma anticonceptivos hormonales y que -según el temario- pueden provocar “nerviosismo, depresión, labilidad afectiva y estados pasajeros de confusión”.





Sacando cosas en claro.


Los comentarios e historias de los asistentes al curso de recuperación de puntos, mostraban que el mero hecho de poder ser sancionado en un control con drogotest -aunque no se esté conduciendo bajo los efectos de ninguna droga- tiende a provocar una conducción marcadamente reactiva frente a lo que el conductor crea que son señales de la existencia de controles. Esto, en último término, resultaba mucho más peligroso que los perjuicios que -teóricamente- se pretenden evitar con el empleo de esos drogotest. Un conductor asustado, es un conductor que no pone toda su atención en la conducción y que resulta por ello un peligro. Conducir buscando evitar controles o intentando detectarlos, resulta en una conducción menos segura, bien sea por las maniobras que se ejecutan (a veces sin motivos reales) para huir al menor indicio del temido “resplandor azulón” de la policía, bien sea por estar pendiente del teléfono móvil con aplicaciones tipo “Social Drive”, para saber si en su camino hay controles, que hoy día son detectados y reportados -por redes sociales- en tiempo récord. 


El abuso del drogotest y los controles -recaudatorios y punitivos, que no producen una mayor seguridad vial- está provocando que la atención de un creciente porcentaje de los conductores se encuentre más alejada de la conducción, propiamente dicha, para estar divida entre diversas fuentes de información, con el objetivo de conseguir no ser sancionados. En el caso de los usuarios de cannabis, sin ofrecerles ninguna alternativa real para no ser sancionados; no se les puede empujar a una modificación de conducta, como sería que fumen pero después de conducir (como quien bebe una cerveza en su casa antes de dormir) porque resulta que, días después, siguen dando positivo con los actuales e injustos drogotest.




¿Cuál es la mejor manera de enfrentar la pérdida del carnet por puntos?


Pues eso dependerá mucho de las circunstancias personales de cada uno y de lo que el uso del coche aportaba realmente al grupo familiar. No es lo mismo vivir en una ciudad que en otra, o en un pueblo; o contar con medios públicos de transporte -suficientes y accesibles económicamente- o no. Habrá gente a quien le pueda dar igual ir en taxi 6 meses a todos los lados (y se lo puedan permitir) y otros para quienes perder el permiso de conducir -además de forma injusta- sea un drama muy serio que pueda descolocar totalmente los engranajes de una familia, afectando a todos sus miembros.


Mi consejo, si te han notificado de forma fehaciente que no tienes puntos, es que no te arriesgues a la vía penal. Una vez que existe constancia de que sabes que no puedes conducir, cualquier situación en que te pare la policía o te veas implicado en un accidente, hará que comprueben en su base de datos si tienes permiso de conducir en vigor, y entres en el peligroso lado del delito sancionado por la vía penal: con un juez delante y un fiscal pidiendo un tiempo de cárcel. Comprobar si tienes permiso en vigor es algo que hace automáticamente la policía municipal, casi siempre la Guardia Civil, pero en menor grado la Policía Nacional (porque buscan otros fines) aunque también pueden pedirlo si lo desean.


Pero bien es cierto que -sin entrar en conflicto con la vía penal- hay distintas formas de oponerse a las resoluciones administrativas, algunas más hábiles que otras a la hora de minimizar el daño. Uno puede optar por intentar recurrir estas arbitrarias resoluciones, pero es cierto que el procedimiento está hecho para que uno pague y calle, agravando el costo económico al recurrir y en la mayoría de casos, no evitando la pérdida de puntos y finalmente del carnet. En ciertos casos (realmente pocos) en que el procedimiento de selección del conductor -para hacerle el drogotest- no ha sido correcto, se puede llegar a defender con éxito, al nivel del Contencioso-Administrativo (donde interviene un juez y no sólo “la administración”), siempre con abogado e interponiendo demanda con los costes que eso conlleva, especialmente si se pierde y se es condenado a pagar “costas del juicio”.


Pero otra forma de minimizar el daño -de la pérdida de carnet por pérdida de puntos- empieza por no recoger las notificaciones que te enviarán por correo certificado. Ni tú, ni nadie en tu nombre puede hacerlo para tomar este camino. Si esta es la vía que eliges, avisa a las personas que vivan donde lleguen esas cartas, de que no deben recoger nada ni firmar nada que tenga que ver contigo. Esto provocará finalmente que se te comunique “legalmente” por la vía del edicto, normalmente publicándolo en el Boletín Oficial de tu comunidad. Esa notificación por edicto es la forma en que se hace pública -porque no se te pudo comunicar de otra forma- la pérdida de vigencia de tu carnet de conducir, pero si bien para los trámites administrativos es suficiente como forma de comunicación, para la vía penal no lo es ya que no se puede probar que seas conocedor de tu nueva situación.


¿Qué ventaja nos da enfrentar el asunto por la vía del edicto?


Pues para empezar, que el tiempo que sigas conduciendo sin ser detectado, es tiempo que sigues teniendo uso del vehículo, lo cual para muchas personas es mucho más importante que la mera sanción económica de 500 euros que te pondrán si te pillan. Y para otras muchas -por suerte o por desgracia- que son insolventes de por vida (como los miles de personas a quienes los bancos han quitado su casa, dejándoles además una deuda eterna e impagable), las multas no preocupan demasiado porque de donde nada hay, nada se puede sacar.





Cuando uno pierde todos los puntos -y por ende la vigencia del carnet- no sólo se debe hacer un curso y un examen para recuperarlo, sino que además existe un periodo de tiempo en que no puedes realizar dicho curso, que es de 6 meses la primera vez que se pierde el carnet por acumulación de faltas. Ese tiempo comienza a contar en el momento en que se publica como edicto, y si durante el tiempo que has de estar sin carnet -y sin poder recuperarlo- no te pillan, pues simplemente una vez concluido el plazo realizar el curso y el examen para que te vuelvan a autorizar a conducir. ¿Y si te pillan? Además de la multa antes mencionada, en ese momento te lo notifican y te bloquean el coche (o lo lleva la grúa) hasta que alguien -con carnet en vigor- pueda hacerse cargo de él. Lo lógico sería pensar que, si se te notifica de forma fehaciente en ese momento (te hacen firmar), el plazo de castigo sin poder hacer el curso para recuperarlo comenzaría a contar desde ese momento que te han pillado. Sin embargo esto no es así...


El plazo de tiempo en que no puedes realizar el curso, una vez publicado en el edicto, no se modifica por una sanción administrativa posterior. Si te quitaron el carnet por edicto en febrero, por ejemplo, y tú has seguido conduciendo siendo “cazado” en un control en el mes de junio (4 meses después), el tiempo que vas a estar sin poder realizar el curso de recuperación es de sólo 2 meses de los 6 iniciales: cuando te pillan, ese marcador no se pone a cero sino que sigue -inmutable- su propia cuenta desde la publicación. ¡Cosas del procedimiento administrativo! 


Salvo por los posibles 500 euros de multa, tomar esta posición para enfrentar el asunto ofrece ventajas como las mencionadas e incluso alguna más, totalmente inesperada. Un amigo mío perdió su carnet tras dar positivo 2 veces (únicamente por THC) pero no recogió la notificación y meses después se vio en el mismo trance: se encontró en mitad de un control rutinario, donde le informaron -fehacientemente- de que su carnet estaba sin vigencia por pérdida de puntos, y le sometieron, además, al drogotest. Volvió a dar positivo (THC) aunque no había fumado ese día, y se le tomó una muestra de saliva para enviarla al segundo análisis, que es el que formaliza la sanción y la retirada de puntos. 


¿Pero cómo retirarle puntos del carnet a quien no tiene puntos en él? Simplemente no pueden retirarte nada más ni, como dicen algunos, tampoco “te los quitan en el futuro cuando vuelvas a tener carnet” ya que no te pueden sancionar de forma retroactiva, una vez que vuelves a recuperar el carnet. Todas estas cuestiones, hacen que el momento en que menos caro te sale dar positivo en un control de drogas es, paradójicamente, cuando no tienes carnet porque te lo han retirado por la vía del edicto. A mi amigo, que recuperó el carnet hace más de medio año ya, ni siquiera le llegó una sanción económica por ese drogotest.


Esto provoca un incentivo claro -en un notable porcentaje de sujetos- para NO recibir las notificaciones y preferir que se comunique por edicto: de esta forma puedes seguir conduciendo hasta que te pillen y, además, si te pillan en un drogotest que das positivo, la sanción como mucho sólo puede ser económica. Es precisamente en ese periodo, desde que se publica tu pérdida de carnet hasta que te pillen (si es que lo hacen), cuando estás más protegido frente a las consecuencias injustas de los drogotest. 


Siendo usuario de cannabis y habiendo perdido por ello el carnet, una persona que siga conduciendo sin problema hasta la fecha en que ya puede recuperar su carnet, puede preferir no hacer el curso y el examen para que, en el siguiente control de drogas en que caiga, las consecuencias queden limitadas a una sanción económica. Y que hasta que esto no ocurra (si es que ocurre) ni se plantee realizar el curso para la recuperación, de manera que no le puedan quitar puntos de un nuevo carnet al no tenerlo, y sin que esto le haga incurrir en una conducta penalmente punible: toda una paradoja legal.


sábado, 20 de febrero de 2016

Cocaína anal

Este texto fue publicado en VICE y esperamos que os guste.
De paso recordaros que podéis participar en la porra-concurso sobre el millón de visitas en la Drogoteca hasta el día 15 de marzo. Enlace con información, aquí.

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Cocaína anal.


La conocí en un punto de venta de drogas, en una de esas casas-búnker que existen en casi todas las ciudades de España donde puedes comprar cocaína y heroína 24 horas, 365 días al año. Yo iba a pillar algo para fumar -que no fuera tabaco- y de paso, como otros tantos y tontos, a saludar al personal mientras te fumas tu plata. Ella era de estas mujeres que no desentonan en un antro semejante; tenía cierto aire de madame de burdel fino y sus 50 años curtidos pero no arrasados. 





No recuerdo como entablamos la conversación; entre vapores de mezcla de coca y caballo seguramente era irrelevante. Posiblemente toda la conversación era una excusa para matar el tiempo hasta que soltó la pregunta que lo cambió todo: 



“¿Te has drogado alguna vez 
metiéndote cocaína por el ojete?”


Reconozco que lo primero que pensé es que era otro de esos mitos, que circulan en torno a la cocaína y sus poderes sexuales, que ha hecho a algún supermán del sexo untarse la punta de la polla con cocaína en polvo -para después dedicarse a embestir con el badajo anestesiado los agujeros de su pareja- y terminar provocando una intoxicación por la droga introducida en el cuerpo receptor. Mi cara debía ser la del escepticismo más yonki posible porque ella -con cierto gesto molesto por mi reacción- me insistió: 


“Te lo digo en serio. 
Yo me he puesto la coca 
por el culo muchas veces. 
¿No lo has probado?”


Le dije que no y que aunque no tenía nada contra mi culo como elemento de placer, no era gay y que nunca había tenido un compañero sexual que se pusiera cocaína en la polla para encularme. Ella rompió a reír y me miró como una profesional del amor mira a un pardillo al que tiene que estrenar. La cosa se ponía interesante. Acercándose con cierto tono de confidencia -y de cariño por la gota que yo me estaba fumando- me dijo que no lo decía para follar sino para colocarse sin que lo supiera nadie. Ella leyó el interés en mis ojos y yo vi en ellos como se caían hacia mi plata; le dije que se hiciera un tubo para fumar y ya teníamos sellado el trato.

Fumamos “a pachas” mi plata y hablamos del asunto un buen rato, no sin una buena dosis de cachondeo por estar hablando de petarse el culo con cocaína y no para pasar una frontera. Me contó su historia, en la que una pareja suya que era “un alto cargo ejecutivo político” se preparaba enemas con cocaína, porque necesitaba sentirse estimulado en ciertas tediosas reuniones en las que no se podía abandonar el despacho durante algunas horas. 

Que ella usara la palabra enema y no dijera lavativa ya le daba cierto punto creíble al asunto. Le pregunté si esa persona tenía ya afición por meterse cosa por el ojete o era algo específico: no rechazaba un buen masaje prostático mientras se la mamaba pero que no se metía nada más, que ella supiera. Me contó que tenía una pera de goma -al parecer una costumbre de su familia para limpiarse agujeros varios- que cargaba con una pequeña cantidad de agua con cocaína disuelta y que se administraba justo antes de abandonar la intimidad de su coche; siempre parecería menos grave encontrarse a alguien con una pera en el culo que con un billete en la nariz. 

Yo había visto peras para administrar lavativas -de las de llenar el recto y luego expulsar (motivos médicos) o para provocar una estimulación de tipo sexual a los amantes de esa parafilia- y no me cuadraba la cosa: el tamaño no permite andar con una pera de esas, cargada con un cuarto o medio litro de líquido pero ella me dijo que tanto no entraba en la pera que ella conocía, que sólo “un dedo o dedo y pico” de un vaso normal de 250ml: unos 15-20 ml en total.

Entramos en materia cuando entramos a hablar de su experiencia, y de su ojete. Se me hacía raro estar hablando de un ojete femenino que tenía tan cerca y estar con la ropa puesta. Sin rastro de rubor ella me contó cómo fue la primera vez que lo probó por la vía anal. Sorprendió a su pareja cargando la pera y preguntó qué hacía, él se lo dijo y ella lo tomó a broma. Como el movimiento se demuestra andando, el avezado compañero le ofreció probarlo. Ella había esnifado algunas rayas de cocaína entre copas, hasta ese momento de sus 20 y pocos picos. No tenía más experiencia, pero aceptó. Su compañero la colocó tumbada sobre sus rodillas, desnudó su trasero, separó sus nalgas con una mano y con la otra introdujo con cuidado la cánula de la pera para apretar la misma y provocar que su recto se llenase con la disolución de cocaína. Lo de llenar es retórico, porque el objetivo -como pronto aprendió- es retener el líquido dentro y no expulsarlo, que es lo que al sentirlo te pide tu recto cuerpo. 

Le pregunté como fue el efecto esa primera vez y me dijo que de esa vez no recordaba mucho sobre el efecto: que se le “durmió el culo y el ojete” y de que su pareja aprovechó para inaugurar un nuevo tramo del metro. Pero que fueron las siguientes veces cuando más pudo disfrutar de algo mucho más lento que la cocaína vía nasal o fumada pero mucho más duradero e “intenso, como si la energía me saliera de dentro” me dijo. Y que desde entonces lo había usado algunas épocas en que prefería ocultar su caro hábito, claramente pretéritas. 

La dejé con lo que quedaba de mi plata mientras me ofrecía -con sucia insistencia- pillar “unos gramos” e irnos a su casa a metérnoslos -por el culo o por donde fuera- provocando una sensación nada agradable en mí. Pero me había picado la curiosidad por el método. ¿Era posible? Sí, de la misma forma que un supositorio tiene efecto: el recto absorbe el agua de nuestras heces para que no nos deshidratemos. ¿Sería verdad lo que me había contado? Cuando busqué un poco, me encontré que no era la primera persona que lo afirmaba, y de ellos los más ilustres eran los músicos Ron Wood y Rod Stewart aunque con método distinto: introducían la cocaína en una cápsula de medicamento para deslizarla en sus rectos posteriormente, según ellos “para protegerse la nariz”. 





Yo no tenía ni que protegerme la nariz ni que aguantar largas reuniones sin poder meterme una raya, pero al cabo de unas horas estaba en la farmacia -tras haber pillado algo más de medio gramo de buena cocaína- preguntando sobre “peras”. Es un poco complejo explicárselo a una farmacéutica sin que se asuste o piense que ya estás drogado, pero tras un poco de tira y afloja me sacó la pera del “número 2” que necesitaba, aunque no era para la vía anal sino nasal: también para “cuidarse la nariz”. 

Me llevé de paso agua destilada higiénica, por eso de “cuidarme la nariz” disolviendo en ella la cocaína. La cocaína en forma de clorhidrato tiene una altísima solubilidad en agua, con lo que en la pequeña cantidad que entraba en la “pera nasal” era suficiente para disolver dosis incluso mortales. 

Que te vayas a meter algo por el culo no lo hace menos peligroso -sino más- que por otras vías: carece de la protección que da la vía oral y el primer paso hepático sobre la sustancia, porque se pasa del recto a la sangre con la absorción de líquido. Pensé cual era la dosis mortal para un hombre adulto y la cosa rondaba 1'2 gramos de cocaína en una hora, así que decidí que lo más prudente sería probar con una cantidad similar a la de una buena raya, porque la absorción no sería tan rápida como en la nariz y porque también esa forma salta el primer paso hepático. 

Unos 100 miligramos de buena cocaína tenía que ser suficiente para notar el efecto, así que puse unos 130 miligramos porque no estaba seguro de que todo el líquido fuera a entrar en la pera de irrigación nasal al cargarla en un vaso.

Disolví la cocaína en la cantidad de agua destilada que pude cargar con la pera, para tener la medida ya tomada. Se disolvió casi en el acto y no dejó ningún residuo sólido. Cargué la pera con la disolución de cocaína, siendo esa la parte más complicada ya que tuve que hacerlo varias veces hasta conseguir volver a cargar casi todo el líquido sin tirar nada. 

Ya cargada la miré con cierto respeto -no teníamos confianza- mientras nos encaminamos hacia el WC, buscando mentalmente la vaselina para untar la cánula y facilitar el camino real. Untado con cariño aquello se deslizó sin molestia y, una vez dentro, apreté con fuerza la pera para que descargase todo dentro de mí.

No puedo decir que la cosa fuera memorable, desde luego algo engorrosa era esa forma de colocarse sin un motivo real para hacerlo así. Lo primero que sentí fueron ganas de echar el frío líquido (no se me ocurrió calentarlo un poco antes) como si fuera una diarrea sobrevenida, pero con un poco de aguante la molesta sensación fue dando paso a otras. Lo siguiente, mi culo empezó a dormirse de una forma compleja de describir: como de dentro hacia fuera. Noté mi esfínter adormecido y agradecí que fuera tan poca cantidad de líquido, porque la pérdida de tono muscular no ayudaba a retener. Noté alguna gota escapar entre mis muslos y me emparanoié con que se me fuera a salir todo mientras intentaba caminar apretando el culo, hasta que llegó el efecto anal.

A los pocos minutos mi pulso se aceleró, la respiración también. Las pupilas se dilataron y mi cara dibujaba una sonrisa, de sana euforia silenciosa. Ya no me acordaba de la gota que se escapó, sólo de lo bien que me sentía y de las ganas de hacer cosas que me dio, cosa que aproveché para ponerme a tocar la guitarra. 

Aquella misma noche repetí experiencia -placentera- con un segundo enema de cocaína. Cosas de yonkis: raro, pero funciona.

martes, 1 de diciembre de 2015

¿Qué es Bitcoin y cómo funciona?

Este texto fue publicado en la Revista Yerba.
Esperamos que os guste.

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¿Qué es el Bitcoin y cómo funciona?


Esta sección que ahora os presentamos va a tratar de todas esas grandes ideas y pequeñas cosas que tienen en su esencia -en su génesis y sus posibilidades- la semilla para cambiar el mundo tal y como lo hoy conocemos. 

En esta primera ocasión os vamos a presentar la que muchos piensan que es la idea más revolucionaria -hasta el momento- de la era de Internet: el Bitcoin.

Seguro que es un término que no te resulta extraño del todo, ni al oído ni a la vista. Bit... del mundo digital y coin... de moneda. Ah sí! La moneda digital que sirve para comprar drogas!! Acabamos.....




No, empezamos de nuevo.
El Bitcoin... ¿sirve para comprar drogas? Sí. Es posible que hayas escuchado eso sobre esta moneda, y es cierto; sirve igual que cualquier otra. Igual que el dólar, el euro, la extinta peseta o el dirham marroquí. Es una moneda y sirve para todo lo que sirven las monedas: para comprar, para acumular valor, para realizar transacciones instantáneas sin apenas coste y sin intermediarios entre tú y el emisor... y también sirve para adquirir drogas, o medicinas, armas u ositos de peluche, ordenadores o chocolate belga, libros o metales preciosos, joyas o para hacer microdonaciones a otros (o no tan micro, como quiera el usuario).

Quita de tu cabeza la idea de que el Bitcoin sólo sirve para comprar drogas, si la tenías, porque no es correcta. El Bitcoin es un moneda. Eso lo primero. Comparte características con las distintas monedas del mundo, como son la fungibilidad (sus unidades son plenamente intercambiables), la fraccionabilidad de la moneda (que en el Bitcoin llega hasta una cienmillonésima de unidad), su condición de reserva de valor (aunque la volatilidad asociada a su juventud la hace errática aún para este fin) e incluso puede ser una gran inversión; de hecho si conocemos Bitcoin seguro que también tiene que ver con que su precio pasó -en algo más de dos años- de costar menos de 1 dólar por Bitcoin a costar unos 1.200 dólares. La ganancia es impresionante. Pero también lo es el riesgo: los que compraron a 1.200 dólares, ahora tienen una pérdida de un 80% de su inversión. Eso es la volatilidad: el precio cambiante.




¿Cómo es eso de que la moneda sube y baja de valor? Pues vaya mierda de moneda, ¿no? No.
Todas las monedas suben y bajan de valor. No de valor nominal -el número que ves en el billete- sino de valor real. Cuando los precios suben y no tu salario, cuando el Banco Central que crea el euro imprime más billetes sin que tengamos más riqueza real, o cuando te dan menos moneda extranjera al cambiar en tus vacaciones por el mismo dinero que el año anterior, es que el valor ha cambiado (en esos casos a la baja y desfavorablemente para sus poseedores, pero puede ocurrir al revés). No te asustes. 

Es a veces complejo distinguir entre valor real y nominal. Pensad que no comprabais lo mismo hace 10 años con 5 euros que ahora. El valor nominal se mantiene y mientras el poder adquisitivo del dinero de esos 5 euros -el valor real- se ha hundido. Lo mismo, para bien o para mal, para subir o para bajar, le ocurre al Bitcoin; pero no por las mismas razones.

El euro o el dólar, como las demás monedas, fluctúan y sobre todo desde que se abandonó el patrón oro. Su valor real es algo cambiante y susceptible de ser afectado por las decisiones de unas cuantas personas. Esas fluctuaciones dependen de quien emite el dinero en cada zona, y lo que hagan con sus políticas sobre el mismo y sobre la creación de más moneda (basada en deuda). Si toda la riqueza dentro de la “moneda euro” se pudiera representar con 10 billetes de 1 millón de euros que los tuvieran 10 personas... ¿qué pasaría si “el fabricante de billetes” decide imprimir otros 10 billetes de 1 millón? ¿Ha doblado la riqueza, no? No. No ha hecho nada mas que hundir el valor de su moneda, en concreto depreciarlo a la mitad, porque ahora hay el doble de billetes. Con el mismo billete ya no tienes el mismo porcentaje de la riqueza que había en la “moneda euro” sino la mitad porque hay el doble de billetes.



Cuando un banco central imprime más dinero, discrecionalmente, está robando a todos los que ya tienen billetes. Ellos creían que con esos billetes podrían comprar X cosas. Y no, no van a poder: tendrán que comprar menos, en función de cómo cambie el precio de la moneda por la decisión del banco central de turno. Así te meten la mano en el bolsillo sin que lo notes en la cabeza. Inflación, que lo llaman.

Con Bitcoin sufres de lo mismo que con otras monedas en algunos aspectos, como su valor cambiante, pero no es porque una autoridad central o un inexistente Banco Central del Bitcoin decida producir más o menos moneda: en Bitcoin no existe autoridad central y su producción se fijó matemáticamente en el momento de su creación. 

Bitcoin fue expuesto como idea al mundo el 31 de octubre del 2008, en un texto que su autor publicó en una lista de correo sobre criptografía, explicando lo que sería la nueva moneda. Su creador es Satoshi Nakamoto, un pseudónimo que esconde a la gran mente -o mentes- que desarrolló tan titánica idea y labor.



El primer Bitcoin fue minado el 3 de enero de 2009. La cronología no es casual tratándose de una moneda: el 3 de enero de 1975 fue cuando se abolió de forma efectiva la prohibición -Gold Reserve Act de 1934- para los ciudadanos de tener oro, y la obligación de vender aquel que tuvieras a la reserva controlada por el gobierno -esa que se almacena en Fort Knox- quisieras o no. Con el gran hermano no se juega: el gran y libre gobierno USA volviendo a “permitir” a sus ciudadanos que tuvieran oro en 1975.

¿Has dicho minado? ¿Minar? ¿Minería? Pero no de oro, sino de una moneda digital como Bitcoin... ¿eso cómo va a ser posible si es digital? Minar es el término que se usa para referirse a la actividad que realizan aquellos que ponen a trabajar equipos especializados en asegurar la moneda y sus transacciones. Actualmente dicha actividad requiere de una inversión y un material muy costoso, pero cuando se creó el primer Bitcoin lo podía hacer cualquier ordenador: apenas había competencia ni resultaba tan difícil matemáticamente. Así que no te asustes si escuchas lo de “irse a la mina a trabajar” en el universo Bitcoin: son ordenadores trabajando.

La moneda la crea un desconocido, y la mantienen otros desconocidos. Pues serán ellos los que manden en la moneda, que para algo es suya... ¿no? No. Satoshi Nakamoto -sea quién sea- crea la moneda con su idea y su espíritu sabio le hace compartirla y desarrollarla para todos. Especialmente para que nadie jamás, excepto el consenso de sus usuarios, tenga su control. Ningún gobierno puede hacer nada -a largo plazo- contra Bitcoin. Se podría prohibir Internet en todo el planeta, y aún así no acabarían del todo con esta moneda: resucitaría el mismo día que volviera a funcionar mínimamente sin que se hubiera perdido un sólo céntimo.

¿Cómo es eso? La idea es extremadamente simple y en ello reside su absoluta belleza.
Su creador diseña una moneda que es a la vez un sistema de pagos inmediato y sin necesidad de terceras partes de confianza. No necesitas confiar en quien usa Bitcoin, te paga con él o lo gestiona con su minería, porque sus acciones están “vigiladas” por cientos de miles de puntos en red global de forma automática: todos comprueban lo que se hace en la red y nadie puede “falsificar moneda” o “gastar el mismo billete dos veces” porque todo -absolutamente todo- está anotado y a la vista.



Todo queda reflejado en lo que se denomina Blockchain -o cadena de bloques- que no es más que un libro de cuentas público y visible para todo el mundo. Hasta la más minúscula transferencia, así como la creación de nuevos Bitcoin -de la forma que el protocolo definió- está registrada y a la vista de todos. De gobiernos, de ciudadanos, de empresas, visible para todos: libre acceso a la información 100%.

De Bitcoin se ha dicho que es anónimo, pero no es del todo cierto. Es anónimo en tanto que las cuentas y las transacciones no van asociadas a una identidad nominal como las cuentas bancarias: puedes tener una dirección-cuenta Bitcoin y jamás dar tu nombre. Nadie podrá saber que el dinero que contiene es tuyo... mientras no te pillen tu cartera digital con las claves porque, de ser así, sabrán todo lo que has hecho con ese dinero y con el que haya pasado por tu cartera anteriormente. 

Bitcoin no miente ni oculta: en eso reside su fuerza y belleza. No es manipulable por gobiernos. No es incautable por decisión judicial ni de ningún otro tipo. No se puede producir más del que está predeterminado en el protocolo; es imposible o no sería Bitcoin sino otra cosa. No responde a los criterios de economistas o de multinacionales; Bitcoin sólo responde ante sus usuarios.



Su valor, como el de cualquier bien en un mercado libre, se fija por la oferta y la demanda de dicho bien. Como se trata de un mercado global e instantáneo el que se produce gracias a Internet, su valor es un reflejo constante del uso de la moneda. Y dado que Bitcoin todavía es un niño de 6 años de edad, aún no le conocen y le aprecian como deberían: los primeros que se dieron cuenta del potencial, compraron para multiplicar miles de veces su inversión. La primera compra hecha con Bitcoin en la historia fue pizza. Pizza por valor de 10.000 Bitcoin. Esa pizza hoy día costaría millones de dólares, si se pagase al mismo precio en Bitcoin.

El Bitcoin es al dinero actual -dinero “fiat”, emitido por una entidad o banco central- lo que es hoy un ordenador frente a una calculadora de hace 50 años. Es lo que la televisión en B/N al Internet que vivimos en el 2015 y nos anticipa el futuro. Es el salto de la revolución industrial a la era espacial en 1 sólo paso aplicado al dinero. Porque aunque la palabra sea familiar, el dinero sigue siendo un gran desconocido que todos tenemos en nuestros bolsillos, bien cerca y muy poco conocido.

Bitcoin es una semilla que cambiará el mundo, tal y como lo conocemos. Y en este caso, el protagonista de la historia no es otro más que tú y tus decisiones con respecto a dicha moneda: ya no hay un estado para darte falsa tranquilidad con tus billetes de colores.



Ahora somos conscientes de que estamos solos frente a la terrible situación del perpetuo engaño económico en el que hemos sobrevivido.

Solos pero con Bitcoin: la bala de plata frente a la coacción económica del poder.



domingo, 24 de mayo de 2015

Testosterona: la droga y el sexo.

Este texto fue publicado en VICE.
Esperamos que os guste.
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Testosterona: la droga del sexo.


Hace ya más de una década que probé la testosterona por primera vez. No tenía por qué hacerlo, no había una razón médica que lo justificase. Simplemente, como con otras tantas drogas que había probado en mi vida, tenía ganas de experimentar y tenía la oportunidad. Alguien con acceso a grandes partidas de medicamentos -desviados del mercado lícito- me regaló 3 cajas de “Testogel” de la casa Bayer mientras me dejaba un enigmático aviso: “Llévatelas si quieres probarla: es la forma más sencilla y sin pinchazos. Y aunque los culturistas no la aprecian demasiado, tengo clientes que les encanta para follar a lo bestia”.




¿Para “follar a lo bestia”? Eso no sonaba nada mal. Aparte de que el sexo siempre es un buen reclamo, daba a entender que realmente tenía un efecto psicoactivo, si es que era capaz de estimular que hubiera “sexo a lo bestia”. ¿Pero qué sería eso de “a lo bestia”? A lo largo de los años te das cuenta de que lo que es “a lo bestia” para una persona, puede resultar suave para otra. Dar descripciones de efectos de drogas es muy complejo, especialmente sobre la intensidad de las sensaciones que se alcanzan.



Comencé -como antes de experimentar con cualquier otra droga psicoactiva- un periodo de lectura e investigación personal sobre el tema, de búsqueda de fuentes y de experiencias de otras personas con la testosterona. Pero había algo frustrante: la mayoría de las experiencias que encontraba eran de la comunidad transexual, que tienen que usar la testosterona de forma necesaria si están en un proceso de masculinización hormonal, y de grupos inespecíficos en la comunidad LGTB. Y no me servían: yo era un varón heterosexual -con testosterona propia- y ni mi cuerpo ni mi mente iban a procesar la experiencia de la misma forma que alguien sin ella o con otra orientación en su sexualidad. No me servían para hacerme una idea de cómo iba a cambiar todo si me decidía a probarlo. Así que lo consensué con mi compañera sexual en aquel momento: si esto afectaba al sexo iba a afectar a la forma de percibir a la pareja, siendo ella la persona justa para poder decirme si algo iba mal y yo no era capaz de verlo.

Echando la vista atrás, lo que más miedo me daba era convertirme en una especie de chalado hiperagresivo que fuera exhalando testosterona hasta que otro chalado más agresivo me rompiera la cabeza. En mi caso, la agresividad no aumentó y como no tengo costumbre de ir haciendo el gorila por la vida, pues tampoco lo hacía con la testosterona. En este sentido es un poco como el alcohol; hay quienes con un par de copas se vuelven los tipos mas agresivos del barrio, otros a quien les entra sueño y otros a los que simplemente les anima a conversar y relajarse. 




Es cierto que la testosterona guarda una relación directa con la agresión entre machos, pero no en una relación directa por la que más testosterona implique más agresividad. En animales, un macho con niveles bajos de testosterona es menos sensible a los estímulos que despiertan la agresión. Cuando se le administra testosterona recupera la respuesta agresiva a ciertos estímulos, pero darle más testosterona no aumentará ya su agresividad. Ese efecto se nota bastante en humanos, nuestra reactividad aumenta: podríamos decir que no nos molesta nada nuevo, pero que tardamos menos en expresarlo. Y de la misma forma estamos más reactivos a estímulos sexuales que en otras ocasiones no pasarían de ser un fugaz pensamiento pasajero.

Así comencé lo que fue mi primera vez, tras la búsqueda de información, con la testosterona exógena. Ya sabía que la testosterona no era una droga al uso: no es algo que lo tomes y te haga efecto en minutos u horas. Necesitaba que el cuerpo alcanzase niveles de impregnación constantes. Empecé administrándome 1 sobre de Testogel cada 24 horas pasando a 2 sobres cada 24 horas pocos días después ya que me parecía no estar notando nada reseñable. No había pasado una semana del aumento de la dosis cuando -mi compañera primero y yo después- notamos que las erecciones típicas de la mañana empezaban a ser algo más que un mero acto fisiológico. Aquello ya no se bajaba tan fácilmente como antes -lo cual era una seria molestia al querer ir a mear- e incorporamos a nuestra rutina una dosis extra de sexo mañanero. Yo no tenía problema y ella estaba encantada: sienta mejor despertar para follar que porque suena el despertador para trabajar.



Ya en la tercera semana de la prueba, los aspectos sexuales de la testosterona se hacían evidentes.
Había una mayor activación fisiológica en todos los sentidos, con frecuentes erecciones espontaneas -echadas de menos desde la adolescencia- que no venían a cuento. No tengo muy claro qué fue primero, si la erección o el deseo. Durante toda mi vida había creído que era el deseo el que disparaba la erección en el varón, pero estaba empezando a ver que había una excitación aferente -nacida en los genitales y que sube al cerebro- además de la deferente que siempre había conocido.

Me explico. Tú puedes estar tranquilamente en un bar tomando un café y leyendo el periódico sin que el hecho de que entre una mujer -que esté dentro de los parámetros de tu gusto- te suponga nada especial. Pero si esa mujer agradable entra en escena cuando tienes una erección como el palo de una escoba, es bastante probable que sea incorporada rápidamente a tu conjunto de fantasías sexuales: de las inmediatas si lo que te da es por fantasear con lo que ocurriría en un tórrido momento en el WC de señoras, o de las más elaboradas si tu mente gusta de desarrollos más lentos y voluptuosos.



Con la testosterona, tu disponibilidad aumenta.
Y también de la meterte en problemas.
Se te abren los ojos como si fuera un despertar de un tiempo dormido, en el que empiezas a detectar muchas más posibles parejas sexuales de las que percibías anteriormente, eres mucho más sensible a estímulos y especialmente a los visuales que con velocidad son traducidos a reacciones fisiológicas. Con esa disposición emanando por tus poros no es raro acabar encontrando a otra persona dispuesta, y apenas llevaba 1 mes tenía relaciones con 2 nuevas parejas a espaldas de la mía. Y no tenía nada que ver con el amor ni con el cariño hacía esas personas: tenía el impulso del sexo que no se sacia, que no acabas de tener un orgasmo y estás pensando en el siguiente. Mi pareja no tardó demasiado en notarlo y poco más en cazarme -como casi todos por el teléfono móvil- llevándonos a una discusión agria de inesperado final: podía aceptar que fuera únicamente un impulso sexual sin relación con el mundo afectivo, pero ella también quería experimentarlo.

En el caso de una mujer, su cuerpo aunque también produce testosterona lo hace en cantidad muy baja y bioconsumo mucho menor. La dosis de un sobre de “Testogel” es de 50 miligramos/día de testosterona y los parches para mejorar el apetito sexual en mujeres son de 300 microgramos/día: casi 170 veces más baja en la mujer. También había que contar con que la mujer era mucho más sensible a su efecto, hasta el punto que el prospecto del “Testogel” advierte sobre el peligro por contacto con la piel donde se lo dé una persona. Ella empezó mojando un poco de su dedo en el gel y cada día aplicándoselo sobre el estómago para ver los efectos en su cuerpo. Y en menos de una semana los primeros efectos se hicieron evidentes: su apetito sexual se había disparado y era reactiva a estímulos que en otras condiciones seguramente hubiera despreciado. Una sensación de sobrecapacidad era la ola constante en la que cabalgábamos.




La situación, que fue placentera al principio, se tornó algo rutinaria: teníamos demasiado apetito y fantasías como para saciarnos sólo entre nosotros. Llegamos así a plantear el manido tema del trío o la orgía. Por suerte ambos teníamos claro lo que buscábamos en esos encuentros y no nos fue difícil encontrar una chica que aceptó tener sexo con ambos a la vez y que, en connivencia con mi pareja, introdujo a un amigo suyo que acabó formando parte del grupo. Pronto compartimos con ellos el asunto de la testosterona, como factor determinante que nos había llevado a buscar expandir nuestra vida sexual con otras personas, responsable de la voracidad y el apetito que teníamos. Él llegó a probarla y a disfrutarla pero ella se abstuvo, en prevención de efecto secundarios.

Así llegamos a entender lo que era “follar a lo bestia” por la testosterona: follar como si te fueras a morir tras el polvo, follar como si no hubiera mañana, follar como si intentases calmar una sed que no se apaga. Follar con tu pareja, follar con su amiga, follar con desconocidos sólo por follar. 

Y nada más correrte, tener ganas de más y más.





Nota: el autor no pretende incitar al uso no prescrito médicamente de testosterona y se limita a narrar una experiencia. El uso de hormonas -de cualquier tipo- fuera de un control médico implica unos riesgos nada despreciables que no deben ser subestimados.

lunes, 12 de enero de 2015

Amanitas enteógenas: muscaria y pantherina

Este texto fue publicado en la Revista Yerba.
Esperamos que sea de vuestro gusto. :)

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Amanitas


Llegado el fin de los calores veraniegos, normalmente coincidiendo con las primeras lluvias, y antes de que lleguen las primeras nieves y los meses más fríos, nuestros bosques florecen. 

Entre la hojarasca y restos orgánicos que forman la biomasa generada por el ecosistema, nacen las setas. Muchas veces sobre materia en descomposición, como ocurre con los hongos psilocibe, y otras veces en simbiosis con pinos y abedules entre otros árboles que suelen ser huésped de hongos micorrizos, ya que otras necesitan de la raíz del árbol para poder desarrollarse y completar su función.

Nada en la naturaleza ocurre sin un propósito, y las setas no iban a ser menos. Muchas tienen la función de ser el final de la cadena trófica, en la que acaban por alimentarse de los restos en descomposición, y otras no pues su alimento viene del árbol que las aloja, pero todas las setas tienen una función sexual. Las setas son las responsables de liberar las esporas del hongo, que es en realidad el todo, mientras que la seta es una sola parte: su órgano reproductor. Cuando vemos una seta, estamos viendo un apéndice exterior (porque normalmente el hongo, y su micelio o cuerpo, se encuentran bajo la superficie) que tiene la función de liberar la simiente. Vemos en realidad “el pene del hongo”.

Las setas se encuentran en nuestra iconografía, especialmente la Amanita muscaria u hongo matamoscas, aunque no las mata -a las moscas- sino que sólo las atonta. Es ese hongo de sombrero rojo moteado con verrugas blancas (restos de la membrana que cubría a la seta) que reconocemos a primera vista, a veces como seta venenosa -de forma injusta e incierta- y a veces con el deleite de haber encontrado una de las drogas enteógenas más usadas a lo largo de la historia del ser humano. Ya con miles de años de uso registrado, a veces de forma explícita y a veces de forma más oculta en los textos, estas fuentes vegetales son reverenciadas como sagradas por muchos pueblos dados los efectos que produce su ingestión. 


Reverenciadas y valoradas, porque en las zonas donde no había la disponibilidad de otras fuentes vegetales que pudieran ser usadas como embriagante, su precio podía ser el de un reno en el trueque, animal que ofrecía -aparte de más de 100 kilos de carne- otras ventajas, como animal domesticado por algunos pueblos del norte del planeta. En una zona como Siberia, cambiar una seta por semejante cantidad de un alimento escaso y proteico, da una idea del aprecio que dichos pueblos tenían, y tienen, a las virtudes embriagantes de las amanitas enteógenas.


También en nuestro subconsciente, dependiendo de dónde hayamos nacido, podemos tener impresa la sensación de que las setas son algo malo, en su mayoría venenosas, que sólo aquellos con un conocimiento casi iniciático son capaces de cogerlas y consumirlas sin sufrir daños. Es la micofobia, o la repulsión por los hongos y setas, que existe en buena parte de la península. Todavía hoy es común en algunas zonas que los niños destrocen a patadas campos de setas, con espíritu de hacer un bien para evitar que nadie las coja y se intoxique, pero sin el menor conocimiento de cómo funciona el asunto o de qué especímenes son peligrosos y cuales no lo son: si son setas... a patadas con ellas!! Por otro lado, también tenemos la postura opuesta en nuestro país, especialmente en Cataluña y Euskadi, que son pueblos micófilos (conocen y aman sus setas) en contraste con los micófobos. De hecho en esas zonas, sus habitantes suelen tener nombres comunes para sus setas, porque la familiaridad con ellas, la gastronomía y otros posibles usos, están impresos en la cultura de dichos pueblos.


¡Vamos a por setas!

Lo primero que cualquiera que esté pensando adentrarse en la micofilia, y explorar su amor por las setas, debe tener en cuenta es que la identificación del ejemplar es crucial, tanto para propósitos gastronómicos como para ir en busca de excursiones psíquicas. 

A nadie le gustaría confundir una Amanita cesarea con una Amanita muscaria (dos setas que pueden engañar en ocasiones por su parecido) cuando lo que buscas es disfrutar del la comestibilidad de la seta, y encontrarte en mitad de una experiencia psicoactiva ni buscada ni deseada. Por la misma razón, a nadie le apetece preparar un día y un entorno para poder tener una experiencia psicoactiva con la seta, para ingerir algo que no le producirá ningún efecto.

Aquí hay que mencionar a la seta más mortal conocida, la Amanita phalloides, que mata destruyendo tu hígado y no tiene propiedades psicoactivas. Esta seta sí tiene un nombre popular en la península ibérica en general: cicuta verde, en alusión a ese otro vegetal, usado históricamente para matar por envenenamiento. Por suerte, la cicuta verde es una seta que guarda poco parecido (incluso para el ojo inexperto) con la seta que nos interesa esta vez: mientras que la Amanita muscaria es roja en su sombrero, la otra es de un color verde amarillento. 

Pero conviene dar como primer consejo, que nunca uses una seta de cuya identificación no estás seguro, porque te puede ir la vida en ello. En caso de duda, en la mayoría de las ciudades hay un servicio ofrecido por hospitales o asociaciones locales que ayudan a identificar las setas recogidas, y que no está de más usar y conocer.



También, al recoger otras setas enteógenas como la Amanita pantherina, de color marrón con verrugas blancas en su sombrero, se pueden dar confusiones con setas comestibles como la Amanita rubescens o la Amanita spissa, ambas con un aspecto parecido. Hay que recordar que cuando hablamos de seres vivos y naturaleza, no siempre las cosas son una matemática exacta y que podemos encontrar cambios de tono en los colores que pueden confundir, sobre todo si las lluvias tras la salida de la seta han hinchado de agua el ejemplar y han limpiado su sombrero de las verrugas que ayudan en su identificación.


Separando ejemplares: delante Amanita muscaria
 y detrás pantherina, de color marrón.


Una vez que tenemos la confianza de identificar los especímenes que deseamos -recomendable la ayuda de guías de campo tamaño bolsillo- nos vamos al monte, al pie de los árboles donde suelen crecer las setas que buscamos. Decir “nos vamos al monte” no es tan sencillo como parece. El monte, sin ser un lugar peligroso, requiere un poco de cuidado. No podemos ir con unas sandalias o con un zapato de tacón, debemos calzar bota alta e impermeable: vamos a un lugar que normalmente está cubierto de hojas y materia vegetal húmeda, bajo la que hay piedras, ramas, setas y también animales. 

Unas buenas botas nos evitarán la mayoría de los problemas que podamos encontrar. Como utensilios para la búsqueda, nos vale con un palo o bastón, para poder remover entre las hojas sin agacharnos y al mismo tiempo servirnos para tantear al caminar sobre un suelo que puede ocultar agujeros o rocas.

Para la recogida en sí misma, necesitaremos dos cosas: una buena navaja y una cesta de mimbre.
Las setas debemos recogerlas cortándolas por su pie para no dañar al micelio que se encuentra debajo. Algunas navajas para setas traen incorporado un cepillo de finas hebras en su parte posterior, para limpiar el ejemplar de restos de hojarasca y materia vegetal antes de guardarlo en la cesta. No se deben coger ejemplares que veamos muy maduros, pues es más probable que puedan estar en descomposición o albergar a insectos y gusanos. Sin ser excesivamente pequeños, los ejemplares de setas deben ser preferiblemente jóvenes, y con buen aspecto que ayude a su identificación.

Los dos ejemplares de seta matamoscas 
más jóvenes de esa productiva mañana.


El detalle de la cesta no es una cosa a pasar por alto. Además de que ir a recoger setas sin una cesta adecuada nos puede acarrear una sanción administrativa en determinadas zonas, por las regulaciones locales, la cesta en contra de lo que algunos dicen no es para dejar caer las esporas de las setas mientras te las llevas. La cesta es un elemento clave de prevención de riesgos: mientras que en una bolsa de plástico las fuerzas se reparten según la forma de lo que metamos en su interior, la cesta permanece rígida. Eso evita que los ejemplares que recojamos se deterioren, partiéndose o perdiendo partes que acaban mezclándose en el fondo de la bolsa, y muchas veces convirtiendo lo recogido en un amasijo del que hay poco que sacar. Al mismo tiempo, impide que un trozo de una seta que hayamos podido identificar mal -y que llevemos para identificación posterior, por ejemplo- pueda ser confundido al mezclarse con otros restos, y dado que la mayor parte de la recogida de setas tiene un carácter gastronómico, evitar posibles intoxicaciones derivadas de un mal transporte y manipulación.

Por último, cabe mencionar que en muchas zonas se exige el pago de una cuota, carnet o tasa para poder coger setas, y que existen limitaciones en las cantidades. Asimismo reseñar que coger setas, comestibles, psicoactivas o tóxicas no es nunca algo que pueda ser objeto de injerencia por parte de la Guardia Civil ni policía: podrán advertirte de las propiedades de una seta, pero no quitártela porque no sea comestible o resulte venenosa.


¡Hemos recogido unas Amanitas muscaria! 
¿Y ahora qué?

Lo primero es sacar los ejemplares de la cesta para revisarlos, y colocar cada sombrero con su pie, que pueden haberse separado durante el transporte. Ya con ejemplares identificados de Amanita muscaria delante, nos encontramos que las setas son algo que se destruye rápidamente pudriéndose. Hay que secarlas para su conservación, aunque existen otros métodos de conserva que implican curados, salazón, vinagres, aceites y hasta un previo cocinado. 

La razón de secarla en el caso de la Amanita muscaria -y también de la Amanita pantherina- tiene un segundo objetivo: aumentar su potencia psicoactiva. Durante el secado de estas setas que contienen ácido iboténico, éste se transforma en muscimol, al perder un grupo químico de su molécula original. Este cambio, convierte a la primera sustancia, que ya es psicoactiva, en otra que es 4 veces más potente en relación al peso, y con casi los mismos efectos. Estas setas ganan potencia, y mucha, cuando se secan correctamente.

Dos setas grandes, una desprendida y otra cortada al pie.


Hay micófilos que también la comen cruda, ingiriendo pequeños trocitos hasta que notan el punto de embriaguez que buscaban, pero comer setas en crudo aumenta los riesgos potenciales y en este caso, desaprovecha una gran parte del potencial psicoactivo de la seta.

Para el secado, lo mejor es una corriente de aire caliente a unos 45-55 grados celsius en un ambiente seco. A falta de poder hacerlo de esta forma, colocaremos las setas -separando el sombrero y el pie o tallo- sobre papel de periódico que renovaremos varias veces durante el proceso para ayudar a eliminar la humedad. Hay quien usa el horno, calentándolo a baja temperatura, pero así se corre el riesgo de “cocinar” la seta haciendo que se cueza en su propia agua por lo que es desaconsejable, aunque es el método favorito de los que tienen prisas.

En el primer día de recogida y puesta en secado conviene observarlas ocasionalmente para asegurarse de que no hay insectos, que pudieran hallarse dentro y estén poniendo en peligro nuestro botín. Si se detectan pronto, se elimina el trozo afectado y no suele haber mayor problema. Una vez seca, lo que ocurre en unas horas o unos días dependiendo del método y lugar, la seta adquiere una textura como cartón, sin humedad aparente pero tampoco tan seca que rompa con la manipulación. Y en ese punto ya está lista para sacar el mayor provecho de la misma como fuente de psicoactividad. Se guardan entonces en bote de cristal, donde sólo se introducen ya los ejemplares secos y totalmente identificados para su futuro uso, y nunca mezclando variedades distintas.

Aunque hay otras amanitas -como la pantherina- que también reciben el mismo tratamiento, es conveniente considerarlas en principio como cuestiones distintas. Por un lado, la concentración de principio activo en la Amanita pantherina es mayor que en la Amanita muscaria -en grado variable- y también ha estado relacionada con más intoxicaciones, probablemente por su mayor similitud a las setas comestibles ya mencionadas

Podemos decir que las instrucciones son las misma que para el uso y manejo de la matamoscas, pero atendiendo a su mayor potencia y concentración de todo tipo de sustancias activas ya que el uso de muscaria está mucho mejor documentado, ofreciendo más seguridad en lo que se hace con intenciones psicoactivas.


La psicoactividad de la seta matamoscas.

La Amanita muscaria contiene como sustancias psicoactivas el ácido iboténico y el muscimol, producido en su secado principalmente pero también de forma natural. Ya indicamos que el primero se transforma en el segundo que es mucho más potente, con lo que la concentración de principio activo responderá en parte a cómo hayamos realizado el proceso de secado, pero también a la variabilidad genética y medioambiental del espécimen, así como de la cantidad de agua que el ejemplar tuviera en su recogida (las setas más grandes suelen tener menor concentración).

La forma de consumo más común es ingerirla, bien directamente, bien mediante infusión prolongada en agua caliente para hacer una bebida, ya que el muscimol es muy soluble en agua

También hay personas que fuman la seta, pequeñas partes o la parte superior del sombrero donde tiene su cutícula roja, para conseguir efectos psicoactivos sin ingerirla, pero de esta forma de administración existen muchas menos referencias aunque sí existe como práctica actual.

Posiblemente esto no ocurrió en el pasado, o no de forma que se estableciese como costumbre, dada la escasez de este enteógeno y una curiosa forma que tenían de reciclarlo sus usuarios del norte: a través de la orina.

Tres excelentes Amanitas muscaria con una pantherina detrás. 
No, gracias, prefiero beber su orina... ;)

Son varios los relatos que narran cómo observadores europeos constataban que tras la ingestión del hongo -normalmente por las clases más pudientes dado su valor- se juntaban alrededor de la casa otras personas con cuencos de madera para recoger la orina y beberla. ¿Beber orina? Sí, porque a través de la orina se excreta buena parte del muscimol inalterado, con lo que se convierte en una “bebida de agua y sales psicoactiva”. Esta propiedad no es mágica y única de la seta matamosca y sus principios activos, sino de muchos compuestos de todo tipo. Simplemente en otros lugares que consumían psicoactivos, aunque sus orinas pudieran ser psicoactivas también, en ausencia de escasez no se inducía este comportamiento. 

Allí donde existe suficiente embriagante, no se recicla, pero con la Amanita muscaria este comportamiento llegaba a rendir efectos de forma efectiva hasta -según dicen- la cuarta persona bebiendo la orina: unos embriagándose con lo que les sobra a otros.

También se ha dicho que a los invitados se les ofrecía directamente la primera orina, porque se consideraba un vehículo de embriaguez tan válido como la seta y carente de otros efectos que pudiera tener, al haberse metabolizado ya en un primer cuerpo. Resultaría, de ser cierto, una forma realmente curiosa de mejorar un producto psicoactivo obtenido de la naturaleza, utilizando los recursos fisiológicos y metabólicos del propio cuerpo humano. Pero no, en nuestra cultura no beberíamos la orina de otra persona, o no la mayoría de la gente, aunque nos digan que sabe a cerveza fresca.

Las dosis que habitualmente se usan con la seta seca -concretamente el sombrero aunque toda la seta contiene alcaloides- oscilan entre los 3 gramos de una experiencia ligera, los 5 gramos de una normal o media, y los 10 o más gramos de experiencias fuertes. En algunos lugares se muestra una dosis alta de entre 10 y 30 gramos de seta seca, pero otros recomiendan no tomar nunca más de 20 gramos de la seta. 

Los compuestos activos, tanto muscimol como ácido iboténico son agonistas GABA que tienen un efecto depresor y sedante, junto con un efecto disociativo. La muerte en animales de experimentación en busca de sus propiedades muestran que mata, a dosis suficiente, produciendo un sopor que progresa a coma y acaba en muerte, y aunque parece obvio que en dosis suficiente puede causar la muerte (como la sal común) no parece que eso ocurra en ninguna parte del mundo con el consumo humano -no accidental- de la seta.

Los efectos incluyen sedación, descoordinación motora, somnolencia, alucinaciones auditivas o sonidos extraños, y dos efectos poco comunes en la esfera visual conocidos como macropsia y micropsia. 

Al sufrir macropsia, percibimos las cosas con un tamaño enormemente grande, con lo que nuestra percepción es la de ser “como enanos”. Por el contrario, la micropsia nos muestra todo muy pequeño, con lo que nuestra percepción es la de “ser gigantes”. ¿Imaginas un mundo donde un bolígrafo es tan grande como una columna o donde los árboles fueran tan pequeños que apenas llegasen a tu cintura? Está detrás de los efectos de la seta matamoscas y su relación icónica con los seres de pequeño tamaño y duendes, en muchas culturas. En la nuestra, merece la pena mencionar al cuento de Charles Lutwidge Dodgson, conocido con el pseudónimo de Lewis Carrol, autor de “Alicia en el país de las maravillas” donde los cambios de tamaño y percepción juegan un papel clave.

Tanto es así, que existe un síndrome poco frecuente, conocido como Síndrome de Alicia en el país de las maravillas, que nada tiene que ver con drogas ni con cuentos: es un trastorno que sufren algunas personas afectas de migrañas, en cuyos episodios observan objetos con tamaños modificados groseramente. Esto es debido a los mecanismos propios de la migraña que parecen ser de carácter vascular, relacionados con el flujo de sangre, pero aquellos que lo sufren suelen callar durante bastante tiempo, ya que temen ser tomados por locos si revelan a otros que han visto como los objetos cambiaban de tamaño.

Si ves esto, es que estás muy puesto. ;)


En esa conocida y visual historia de ficción, Alicia charla con una oruga azul sobre una seta enorme, de la que finalmente come y ello cambia su percepción de todo lo que le rodea, volviéndose una gigante o percibiendo todo como tal.

¿Cuál sería en la realidad esa seta? ;)