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domingo, 31 de marzo de 2019

Cambio de paradigma: del yonqui negrata a la abuelita yonqui blanquita.



Del joven yonqui-negrata 
a la abuelita yonqui-blanquita. 



En la prohibición de las drogas durante el siglo XX, los estereotipos sobre sus consumidores fueron vehículos esenciales a la hora de propagar desinformación y de esconder, bajo una cruzada farmacológica, el hecho de darle forma legal a prejuicios raciales. 

En la cruzada de la prohibición de la cocaína, se argumentó que esta droga provocaba que los negros se pusieran a violar blancas. En el caso del cannabis, introducido mayormente por trabajadores mexicanos, se dijo que esta planta incitaba a los mexicanos a matar, y se hizo una ley que se utilizó directamente para controlar al grupo citado (más que al compuesto a fiscalizar). Y el opio, prohibido primero en San Francisco a finales del siglo XIX y luego en 1909 a nivel estatal en USA, pero no prohibieron “la droga en sí misma” sino la forma de consumirla: el opio fumado era propio de los inmigrantes chinos. Sólo prohibieron el fumar opio, pero no el opio en tinturas tipo láudano y otras especialidades, que causaban furor entre los hombres blancos pudientes.

Estos tres casos primigenios de la prohibición de las drogas, provienen del mismo lugar: USA.
Sin embargo, mientras los primeros movimientos prohibicionistas surgían en dicho país (primero contra el alcohol y luego contra otras drogas y/o formas de consumo) y se prohibía el consumo de opio fumado, gente como los grandes médicos y cirujanos (blancos, por supuesto) eran consumidores crónicos de morfina y cocaína puras (de la destinada para uso médico).

Un caso muy conocido de un gran cirujano que estuviera enganchado a todo lo que cayó en las manos, fue William Stewart Halsted, que tras conocer la capacidad anestésica de la cocaína en el ojo a través de los estudios de otro médico (Karl Koller), se dedicó a experimentar con ella de forma tópica y también inyectada, hasta desarrollarla como método fiable de anestesia local para intervenciones. 

De ahí que Halsted acabase enganchado a inyectarse cocaína (la forma más agresiva de consumo conocida), y que un amigo suyo le planease “una cura de desintoxicación” al estilo de 1884, cuando tenía 32 años: le montó en un barco que cruzaba el océano, y se tuvo que comer “el mono” a pelo. De nada sirvió; nada más tocar tierra se volvió a enganchar a la cocaína inyectada.

Tuvieron que mandarle a un “hospital psiquiátrico” (un sanatorio de la época) donde le intentaron quitar el vicio de la cocaína inyectada, a base de morfina inyectada. Y bueno, la cosa funcionó, así que -tras haber sido lo que ahora coloquialmente llamaríamos “un yonqui de cocaína en vena”- acabó entregándose a la morfina en vena, que no provoca el desajuste y los daños que causa la cocaína -u otros estimulantes- en su consumo crónico. En ese momento, en que le dieron de alta en el “sanatorio”, tenía 34 años, su carrera médica -en Nueva York- había terminado para siempre.

Sin embargo, la historia de este joven cirujano yonqui (que era más común en ese grupo laboral de lo que se querría admitir) no terminó ahí, no. Fue uno de los más grandes cirujanos de la historia y siguió usando “enormes” cantidades de morfina inyectada hasta el día de su muerte, aunque no por ello dejar de ser el mejor en su campo. 

Entre otros avances, a Halsted se le reconocen cosas como haber sido el primero en diseñar y usar guantes de plástico en el quirófano, haberse dado cuenta de que el cáncer se podía extender por la sangre, haber practica la primera mastectomía radical (ahora llamada “Cirugía de Halsted” en su honor) en una mujer con cáncer de mama, y haber contribuido de manera decisiva a la asepsia de entorno y útiles, a la cirugía del tiroides y paratiroides, a la cirugía vascular, cirugía del tracto biliar, de hernias y de aneurismas. Entre otras muchas cosas: casi nada para un tipo que se pasaba el día (cada 4-6 horas) chutándose morfina en vena.




En 1890 fue nombrado jefe del servicio de cirugía del recién inaugurado hospital de la Universidad Johns Hopkins, y en 1892 pasó a ocupar el cargo de Primer Profesor de Cirugía de la Escuela de Medicina. Murió de una complicación pulmonar 30 años después, en 1922, sin haber interrumpido nunca su consumo de morfina ni haber bajado -jamás- de 200 miligramos intravenosos al día (equivalente a más de 5 gramos de opio oral, al día).

Es decir, tenemos en la propia literatura oficial un montón de consumidores de drogas que -en contra de lo que la creencia indica- eran personas plenamente integradas socialmente e incluso algunas de las mejores mentes en sus campos. Consumir drogas hasta el momento, no tenía el estigma asociado que, con raciales intenciones, se les creó a partir de las primeras campañas contra cocaína (como producto de uso libre), opio fumado, y cannabis fumado ya que en la farmacia seguía estando presente en tinturas y otras presentaciones.

Desde su inicio en el siglo XIX, estas fueron campañas de acoso racial y persecución de ciertos grupos y minorías, escondidas como cruzadas farmacológicas para el bien público a través de una moral anti-embriaguez. Cuando llegó la hora de oficializar la guerra contra las drogas como paradigma, de la mano de Nixon en los años 70, el motivo de plantear semejante absurdo que ha costado millones de vidas fue el control de “negros y hippies” o en sus propios términos, “dos enemigos: la izquierda pacifista y la comunidad negra”.




¿Qué pasó desde los 70 hasta ahora?

Durante el inicio de la fase más dura y militarizada de la guerra contra las drogas lanzada por el gobierno Nixon, las drogas (bien fuera la heroína del sudeste asiático o la cocaína sudamericana) pasaron a ser un elemento clave, con el peso de un actor geopolítico de primer orden. Su producción y tráfico pasaron a ser motivo de injerencia en la soberanía de terceros países, con la falsa argumentación de que era la oferta la que impulsaba la demanda, culpando de esta forma a los países productores de los apetitos de sus propios ciudadanos.

Se impusieron colaboraciones militares y policiales (con la DEA principalmente) a casi todos los países al sur de USA. Por supuesto estas colaboraciones eran “voluntarias”, pero sin ellas no había pruebas de buena voluntad en la cooperación contra el narcotráfico, con lo que quien no aceptase quedaba expuesto a dos castigos; el primero el de la opinión pública, donde se le retrataba al gobernante como un narcotraficante o alguien integrado en estos grupos, y el segundo el castigo de verte fuera de los acuerdos de cooperación y desarrollo, de los tratados de comercio y del acoso en los organismos internacionales hasta que el país y sus gobernantes, doblaran el cuello y aceptaran lo que USA les exigía. 

Muchas veces, estos acuerdos con los países productores, incluían la fumigación de extensas áreas con potentes herbicidas, muchos cuyo uso estaba prohibido en USA por ser demasiado tóxicos para personas y medio ambiente. Estas fumigaciones causaron, además de desplazamientos en busca de otras áreas de cultivo y daños a las comunidades que allí vivían, la aparición de variedades de planta de coca que eran resistentes a estos compuestos (y rápidamente los narcos les dieron uso, volviéndose inmunes a las fumigaciones).

Y de esa forma, los servicios de inteligencia de USA -junto a otros organismos afines poco conocidos- se vieron dirigiendo las rutas de transporte de cocaína y heroína en medio planeta, con el único propósito de generar fondos no controlados, para operaciones no legales en cualquier país

De aquellos días aún nos queda el recuerdo del hombre fuerte de USA en Panamá, el militar Manuel Antonio Noriega que, tras ser durante unos años la marioneta de USA en dicho país, se creció demasiado y empezó a creerse intocable, volviéndose contrario a los intereses de USA a finales de los años 80. Esto desembocó en la invasión de Panamá y en su captura, siendo trasladado a los USA y juzgado en el año 1992, pasando prácticamente 25 años encarcelado y liberado poco antes de su muerte por motivos de salud. Sirva como ejemplo de lo que el “nuevo actor geopolítico” era capaz de justificar.


A nivel doméstico, en USA, esa época post-Nixon y con los Reagan al mando, fue la de la profecía autocumplida con ayuda de medios, policía y el sistema de justicia. Consiguieron grabar en la cabeza de la población toda una serie de estereotipos raciales sobre consumo de drogas que han estado bien vigentes hasta hace relativamente poco. Si Nixon quería la “guerra contra las drogas” -en su versión de consumo interno- como un juguete que le permitiera violar los derechos elementales de ciertas minorías y grupos, el colectivo afroamericano se llevó lo peor. Los hippies pacifistas habían desaparecido ya y sólo quedaban ellos, encarnando el mito del yonqui.

La imagen predominante en esos años, en el cine y los medios, era la del joven de raza negra que traficaba y además consumía drogas. Cuando eran blancos quienes aparecían en el juego, eran meros traficantes al estilo de Fernando Rey en “French Conection” que no tocaban la droga, salvo como mercancía de interés económico. Pocos eran los modelos negros de “calidad” semejante, como pudo ser el narcotraficante de heroína en USA, Frank Lucas, que fue llevado al cine por Denzel Washington en “American Gangster”, años después.




A la llegada masiva de la heroína en el final de los años 70, le siguió la entrada a sangre y fuego de la cocaína y el crack. La cocaína, en su forma de sal clorhídrica (HCl) se puede esnifar, tomar oralmente, analmente o inyectada, pero no se puede fumar. Para poderse fumar, la cocaína en sal debe pasar un breve proceso químico (calentándola con un álcali -como el amoniaco- que desplace la molécula de ácido) que la deja en la forma de “base libre de cocaína” (freebase) y que sí es susceptible de fumarse, ya que el calor no la destruye -como ocurre con la forma en sal- lo que permite fumarla en una pipa o sobre un papel de plata con el calor de un mechero.




Las distinción no es ociosa, ya que mientras el consumidor de cocaína en sal era el prototipo del encorbatado yuppie (para algunos, la evolución del hippie), en la forma fumable la consumían principalmente las personas con menor poder adquisitivo, ya que su efecto era mucho más intenso y adictivo pero al mismo tiempo, el precio por dosis era mucho menor. 

El crack, como mezcla de base libre de cocaína y bicarbonato sódico (como residuo de elaborarla y al mismo tiempo como vehículo portador, ya que al darle fuego en una pipa permite evaporar la cocaína hecha roca con esa sal sódica). Hay quien afirma incluso que el nombre de “crack” surgió del crepitar que hace la cocaína en esa presentación, al darle fuego en la pipa.

¿Cómo y por qué surgió el crack 
como epidemia 
entre la comunidad negra?

El crack fue la respuesta química a las restricciones sobre ciertos compuestos, necesarios para transformar la base libre de cocaína -extraída de la planta- en clorhidrato de cocaína. Ante la escasez en los países productores de productos para refinar la cocaína hasta ese punto, se modificaron las formas de envío (no sólo a USA, también a Europa) y la cantidad de clorhidrato que se enviaba disminuyó brutalmente, para aumentar la de “base libre de cocaína” sin refinar.

La teoría era que, como ocurría en España, esa base libre sin refinar se refinase haciéndola sal (una forma de purificar un compuesto, cristalizarlo como sal) y se vendiera como tal, ya que conseguir esos compuestos en países no-productores de drogas, no supone ningún problema. Pero la picaresca del mercado se activó y, al poderse fumar en un producto muy potente, en pequeña cantidad y con un intenso efecto inmediato (la vía pulmonar es más rápida que la intravenosa) estaba preparado el cebo de una nueva epidemia entre los grupos de menos poder adquisitivo y cuyo denominador común (además del color de piel) era la pobreza. Mientras que un gramo de cocaína podía costarte 100 dólares y no ser gran cosa, el crack apenas costaba 5 dólares y te asegurabas el efecto (lo contrario arruinaría el plan de ventas en el acto).

Con ese planteamiento, no había que enfrentar el proceso de conseguir compuestos y convertirla químicamente, sino que directamente -con un poco de bicarbonato sódico- estaba lista (en forma de rocas) para ser vendida. Eso eliminaba muchos de los riesgos asociados a tener que hacer esa labor química de purificación, y abría la puerta del mercado tan pronto se recibía la mercancía: todo ventajas. 

El precio barato y el entorno de paro y pobreza, fueron dos de sus principales variables de expansión. Pero hubo otra que era tan importante como estas dos: creer que la cocaína no era adictiva. Hasta el momento, los mayores marcadores de adicción se podían observar en el uso intravenoso de opiáceos, heroína principalmente, y en el alcohol que -al estar socialmente integrado- no despertaba estigma en esos años al tenerse como normal la figura del alcohólico funcional a nivel social.

En parte era cierto; la cocaína no es adictiva de la misma forma que lo es la heroína. La abstinencia de cocaína no precipita un síndrome de abstinencia físico como en el caso de la heroína o morfina, no presenta un cuadro físico demasiado complejo al suspender su uso bruscamente. Pero no por eso era menos adictiva que la heroína; su abstinencia provoca un cuadro psicológico que puede ser tanto o más difícil de superar que el de la abstinencia de la heroína. Y esto es especialmente cierto en las formas de consumo de cocaína más agresivas, como es la inyectada (sólo propia de usuarios de heroína IV en forma de “speedball”) y como es la pulmonar o fumada en el caso del crack o base libre. Es decir, el conocimiento popular de esos años sobre drogas ya había integrado los peligros de la adicción a la heroína, pero estaba aún muy perdido en la forma en que los estragos de la cocaína se iban a presentar.




De aquellos días de la “epidemia de crack” nos quedaron películas como “New Jack City” (traducido en español a “La Fortaleza del Vicio”) en las que podemos ver cómo los propios traficantes que mueven el crack, acaban mezclándose con él hasta su destrucción. En una épica escena de esta película, podemos ver como un personaje del grupo de narcos (un joven negro), se sitúa frente a una pipa de crack cargada y -antes de darle la primera calada- hace profesión de matrimonio con dicha droga, para entregarse a fumarla por primera vez. No sólo eso llamaba la atención, ya que la película termina con el asesinato del narcotraficante fuera del tribunal donde se le juzgaba y -sin pudor alguno- la película cierra con un epílogo en que se dice a los espectadores que “se tienen que tomar acciones decisivas para acabar con los camellos en la vida real”, sentando de nuevo la repetida idea de que “contra las drogas, todo vale, incluso violar la ley y matar”.

No distaba mucho del tipo de mensajes FUD (Fear, Uncertainty, Doubt) que se venían esparciendo sobre la heroína, por los cuales esta sustancia tenía poderes mágicos y bastaba probarla una vez para caer en una espiral descendente sin remisión. No era así, ni en la heroína ni en la cocaína ni en el crack, y culpar a la sustancia de la degradación moral de algunos sujetos no hizo ningún bien en los enfoques que se tomaron para enfrentar la situación, ya que eliminaba el concepto de responsabilidad en el usuario de drogas. Esta misma ausencia de responsabilidad (social, laboral, legal, afectiva) asociada al consumo de drogas más hardcore, sigue siendo una de las motivaciones subyacentes en muchos consumidores de drogas, y perpetuar dicho mito no ayuda a estas personas ni al resto de la sociedad. 

Esa clase de mensajes sobre sustancias con el poder de arrebatarte la voluntad, condujeron a paradojas tan estúpidas como que la cocaína -en forma de sal- tuviera una sanción (por posesión o posesión para tráfico) mucho menor que la del crack o la base libre de cocaína, siendo la misma molécula activa: hasta para drogarse hay clases y no es lo mismo una blanco triunfador esnifando cocaína, que un negro perdedor fumando crack, tampoco para la ley.

Y en esa corriente se llegó a la cristalización de un mito que durante décadas se trato como cierto, los “crack babies” o niños del crack. Estos eran los hijos de mujeres consumidoras de crack, que nacían con bajo peso y trastornos diversos, dando mayores puntuaciones en todo tipo de mediciones de problemas en su desarrollo. 




Por supuesto, la inmensa mayoría de esos “bebés del crack” eran de raza negra o latina y desde su nacimiento se dijo de ellos que “iban a suponer una dura carga a la sociedad” por sus taras y desviaciones, llegándose a financiar campañas de esterilización de usuarias de drogas en edad fértil -vendidas como voluntarias- en las que se les pagaba una pequeña cantidad simbólica a las madres (en su mayoría negras) que no superaba los 500 dólares, a cambio de aceptar la esterilización quirúrgica. Esta idea de esterilizar a usuarios de drogas, no es algo que haya desaparecido: sigue periódicamente saliendo a flote en las peores manos.




La realidad, como muchos imaginábamos y el tiempo se encargó de demostrar, es que los males achacados a la cocaína consumida por las madres de aquellos bebés del crack, eran males que seguían apareciendo prácticamente en la misma proporción si quitábamos el crack de la ecuación. Los problemas achacados al crack, no eran sino correlaciones mal establecidas en que se apuntaban al consumo de una droga, los males de todo un entorno desfavorable de pobreza, falta de formación, higiene defectuosa, falta de expectativas laborales y problemas de salud mental. Los “crack babies” eran otra mentira más, pero que se consideró verdad -mediática y médica- sin que existieran estudios reales que permitieran afirmar que fuera el crack el responsable de lo señalado. Pero la guerra contra las drogas y sus usuarios, siempre se valió de que la narrativa tenía más fuerza que la contra-narrativa, y así quedó el poso en el ciudadano.

El personaje de Dr. House 
como prototipo del nuevo yonqui.

No fue el único pero sí el primero que claramente hacía alarde de usar drogas, especialmente opioides de farmacia, pero no dudaba en usar otras consigo mismo o con otros para los más variados propósitos (desde “research chemicals” a heroína, de hongos psilocibe a ketamina). 




Esta versión médica de Sherlock Holmes -que había sustituido la cocaína inyectada del novelesco detective por las pastillas de farmacia- nos presentaba a un hombre con dolores físicos derivados de un trauma muscular, que había hecho del ser borde y desagradable una forma de vida. Por supuesto, ser un gilipollas no da de comer, así que esa mala actitud se encajaba en un perfil de personaje único con capacidades únicas razonando, que salvaba vidas mientras la suya la calmaba a base de pastillas narcóticas y rompecabezas. Un adicto de alta funcionalidad que, a pesar de su discapacidad motora, era capaz de seducir a las mujeres más bellas que paseaban por su campo visual. ¿Acaso no es un personaje que lo tiene todo como anti-héroe romántico?

Si nos fijamos un poco en las características del personaje, bien podría ser el Doctor Halsted en su siglo XIX, cuya relación con las drogas no fue un impedimento para su alta funcionalidad y para que se le deban creaciones y protocolos que han salvado millones de vidas, en el campo de la medicina. Pero si bien Halsted supo reconducir sus apetitos -una vez que se topó con la horma de su zapato como cocaína en vena- y ser un médico que sólo destacaba por su trabajo, en el caso del Doctor House esto no era así; su sello identificativo -tanto como su bastón- era también la transgresión verbal y la provocación por encima de las normas convencionales de relación social. A ese personaje usuario de drogas le unían ese “estar por encima de las leyes” y una notable falta de “responsabilidad”: estaban dibujando al neo-yonqui de los años 2000 en USA.

Pero no podemos echar la culpa de todo un constructo social (como el del modelo dominante de yonqui) a una sola película o serie. En cierta manera, la serie de House MD que comenzó en el año 2004, mostró durante varias temporadas -que duraron hasta el año 2012- el cambio en la percepción social de las drogas y el nuevo patrón de usuarios: personajes blancos de clase media o media-alta, adictos de opioides de farmacia, eran los principales consumidores de drogas en la serie.




También en “Breaking Bad” (2008-2012) pudimos ver un nuevo paradigma del usuario de drogas, que correspondía al de la zona más rural de los USA, donde la fabricación casera de metanfetamina es el principal vector de uso de drogas ilegales y donde la adopción de los opioides resultó superior a otras partes del país. En esta serie -si bien existe una fuerte presencia “latina” que tiene lógica temática- se vuelve a desdibujar ese retrato del joven negro como principal usuario de drogas, y se apunta a usuarios de raza blanca como impulsores de la demanda (y del comercio) de la metanfetamina en USA.

Debemos recordar en este punto que en USA el consumo de alcohol es algo vetado hasta los 21 años de edad y que no existían otras drogas legales que pudieran ser adquiridas con normalidad. Esto tiene cierta importancia al evaluar cómo muchos grupos de jóvenes -de buena familia- se juntaban para colocarse con las pastillas que les habían robado a sus padres del botiquín o la mesita de noche. 

Prácticamente en todas las casas de las personas que -por su status- podían permitirse tener una correcta atención médica, encontrábamos las mismas cosas que podíamos encontrar en España, recetadas sin especial problema, y alguna más. En lugar de Trankimazin se llama Xanax, en lugar de Stilnox se llama Ambien, y otras como el Valium se llaman igual. A la vez, a los jóvenes en USA se les medica en el contexto escolar -doping cognitivo, doping escolar- con los fármacos "anfetamínicos" del TDAH o Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, casi por rutina.




Para muchos padres, la pregunta no era si a su hijo le hacía falta una droga para funcionar con normalidad, sino si darle una droga le iba a hacer rendir mejor en el competitivo entorno de los estudiantes. De esa forma, y con muchos profesores apoyándolo ciegamente porque les hace más cómodas las clases, los chicos tenían en su medio -entre iguales- acceso al Ritalin (metilfenidato) y al Adderall (anfetamina y dextro-anfetamina); ambos compuestos son estimulantes dopaminérgicos como lo es la cocaína, pero más potentes y duraderos. Y en ese contexto de “botiquines escolares” llenos de anfetaminas y “botiquines caseros” llenos de calmantes, cayeron los opioides (el equivalente en pastillas a la heroína). Todo esto en manos de personas cuyo contacto con cualquier embriagante está legalmente prohibido hasta los 21 años de edad, era un canto a la catástrofe.

Muchos de los ahora consumidores problemáticos de opioides en USA eran chicos y chicas, de familias sin otras problemáticas notables, que comenzaron hace 10 o 15 años, cuando los opioides eran extremadamente ubicuos y estaban -prácticamente- en todas las casas del país donde hubiera un adulto mayor de 35 o 40 años que tuviera una buena atención médica en su seguro. 

Y cuesta un poco culparles por ayudarse en su día a día con el consumo de una droga como los opioides cuando, en su etapa escolar, les trufaron a fármacos para mejorar su rendimiento y les sometieron a una presión impropia para jóvenes en desarrollo. Desde niños, aprendieron a solucionar con pastillas (desde la normalidad y la legalidad del acto) y ese aprendizaje no es nada fácil de revertir.


La abuelita yonqui y blanquita.

La imagen que dejó patente que el paradigma del yonqui -en USA- había cambiado, hasta abarcar grupos y edades que nunca antes habían tenido comportamientos de búsqueda de drogas, fue esta: una pareja de raza blanca por encima de los 50 años de edad, aparecían en un coche casi inconscientes. En el coche (además de las dos personas que necesitaban atención médica urgente) había un niño de menos de 10 años de edad, en el asiento trasero, observando todo.

¿Qué hicieron los dos policías que atendieron ese aviso? Pues en lugar de prestar los cuidados de primeros auxilios necesarios mientras llegaban los servicios médicos, se divirtieron cogiendo a la mujer por los pelos desde atrás, y levantando su cabeza para poder hacerle fotografías que no tardaron en subir a las redes sociales, buscando el escarnio público. Y por desgracia, funcionó...




La gente olvidó de golpe los derechos de ese menor de edad, cuya imagen sin ningún tipo de protección se divulgó y es accesible ya para siempre. La gente olvidó -también- que esas personas que estaban inconscientes, podían estarlo por muchos motivos distintos y no todos ilegales (como otros casos conocidos). Y la gente ni siquiera pensó que, aunque fuera cierto lo que se presumía de aquella escena, todas esas personas tenían derecho a que su intimidad se viera respetada y a no sufrir un castigo (que no estuviera dictado judicialmente) por decisión de una pareja de policías.

No sólo en USA se olvidaron de todas esas cosas. En España, el periódico que dio la noticia con más bombo fue “El Confidencial”. El título que le pusieron fue “La historia tras la foto de los padres yonquis que escandaliza USA”, y se quedaron tan a gusto. Llamar en un titular yonquis a unos supuestos consumidores de drogas, parecía estar justificado como ensañamiento por el hecho de que tenían a un niño con ellos (que en realidad era el nieto de la mujer, su abuela que lo cuidaba mientras la madre trabajaba, pero nunca se molestaron en conocer realmente la historia).

Me pareció un abordaje ofensivo -además de totalmente falto de respeto para el menor- y así se lo hice ver, mediante un tuit, a los responsables de dicho medio. Sólo entonces, tras mi recriminación a su titular, decidieron cambiarlo; pasaron en un golpe de click de ser “padres yonquis” a ser “padres con sobredosis de opiáceos”.




A nadie más pareció molestarle y la noticia nunca llegó a ser lo vergonzoso que aquella pareja de policías habían hecho, con aquellos seres humanos que necesitaban ayuda urgente.

El cambio de paradigma, con toda su drogofobia y estigma, estaba ya servido.

jueves, 25 de febrero de 2016

¿InDependientes?

Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es, tras encontrarnos en una de las revistas prohibicionistas que maman del PNSD una entrevista al gran Babín, el zar antidrogas hispano.
Aunque apunta a la revista que lo publicó (la felación "periodística" a Babín) se podrían aplicar el texto muchas otras además de la mencionada.

Esperamos que os guste.

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¿Independientes?


Hace unos días salía publicada en una “revista online” llamada “Independientes” -el nombre trae cola- una entrevista a nuestro particular y cañí “zar antidrogas”: Babín.

¿Y quién es Babín? Francisco de Asís Babín, un conocido de todos por su “inestimable trabajo” al frente del hispano 'Plan Nacional Sobre Drogas' o PNSD. Antiguo licenciado en medicina que -ahora- trabaja respaldando como Delegado del Gobierno lo que el Partido Popular hace y deja de hacer en materia de drogas. Por otra parte, es de esperar dicha función ya que es nombrado -desde el gobierno- con el método de la clásica “democracia digital y tal”: a dedazo.




¿Y quiénes son los de la revista esa de “Independientes” (escrito “inDependientes”)?

Pues son una especie de gacetilla prohibicionista absoluta; una de estas publicaciones maniqueas que tiene bloqueado todo lo que resulte en un aprendizaje que contradiga el dogmático adiestramiento, que parecen haber sufrido en materia de drogas. Hablo de adiestramiento y no de formación porque no puedo considerar que cerrar los ojos a la realidad, o el “di no a las drogas” como mensaje constante e inalterable, sea formativo ni tampoco informativo. Eso sí resulta algo a tener en cuenta, al menos en una presunta “revista”.

Me resulta muy cachondo que la revista se llame “inDependientes” -supongo que el nombre surgió en un alarde de ingenio combinatorio de conceptos- cuando de independientes no tienen nada, al menos como informadores. ¿Por qué? Para empezar cuando aterrizas en su página, te encuentras un claro anuncio de un premio que, en su corta existencia, ya han recibido. ¿Cuál? Pues uno de los nada ideológicos “Premios Reina Sofía CONTRA las drogas”, en el año 2013. ¿Recibir un premio hace a alguien dependiente? No, pero si el premio es CONTRA las drogas, ayuda a dilucidar por donde van sus tiros (y no son como los nuestros, no).

Vale, ¿y qué más?

Pues luego miras la sección de publicidad, y te encuentras la habitual “carga” en este tipo de webs: asociaciones “CONTRA la droga”, grupos de tratamiento para “adictos” a alguna droga y, cómo no, las omnipresentes clínicas y centros -privados- donde se desarrolla otra parte de lo que es “el negocio de las drogas”. Una cara menos identificada del negocio de las adicciones, porque realmente son eso: negocios montados sobre las adicciones de otros. ¿Y acaso tener publicidad te condiciona inevitablemente en tu trabajo como “periodista”? No tiene por qué, pero está claro que la gente se anuncia donde va a encontrar una narrativa similar a la suya, sólida y sin medias tintas: CONTRA.

¿Alguna cosita más para señalar esa presunta falta de independencia? Pues bueno, hay un detalle más que me sorprende y que sí que tiene relación: si pagas una cuota puedes publicar textos en dicha revista. ¿Pagar por publicar? Ufff. Sí, pero además no puede ser cualquier cosa, ya que tiene que estar en sintonía con su línea editorial: eufemismo para decir que no publicarán un texto tuyo que les lleven la contraria. ¿Independientes? Que lo juzgue cada uno, que yo prosigo con el asunto de la entrevista.

Lo primero que veo es un titular extraño:

“El 70% de los padres están en contra de que sus hijos empiecen a fumar, solo el 37% de que sus hijos empiecen a beber”.




Asumiendo su retórica polarizante (estar en contra/estar a favor) me pregunto quiénes son ese 30% de padres que son tan miserables como para estar a favor de que sus hijos fumen. De igual forma me preocupan ese otro 63% de padres que están a favor de que sus hijos empiecen a beber: vaya familias que tenemos en España si hacemos caso del simplón retrato. Pero, como es una entrevista (supongo), no viene ningún enlace a un estudio para comprobar cómo se han obtenido semejantes datos, así que me quedo con la duda: ¿eran padres o concursantes de “Gandía Shore”?

La siguiente frase que uno se encuentra leyendo es de premio, ciertamente:

“Los déficit de atención de la población que consume con gran frecuencia cannabis, al final afectan a la economía conjunta de toda la sociedad”.

Dicho de otra forma, adoptando también el cómodo simplismo de la fuente original: “la economía de todo el país se resiente por vuestra culpa, jodidos porreros, que andáis en las nubes”.

Lo siguiente que hago es prepararme para lo que viene. Lo sé, soy masoca. Me gusta leer estas chorradas desinformativas para sentirme un rato prohibicionista e imaginar eso de tener la verdad absoluta, -sin haber recorrido el camino de la experiencia del descubrimiento directo- y con un sesgo que no permita ver que “su modelo represivo-preventivo” no ha causado más que sufrimiento y desprotección. Y, si atendemos a las cifras, un aumento generoso de consumidores de casi todas las drogas en los últimos 20 años en los que hemos venido sufriendo la propaganda prohibicionista en lugar de una formación útil.

Me preparo y observo que, más que una entrevista, es un poco el prepararle el discurso al entrevistado cual amistosa felación. Nada de preguntas incómodas, nada de cuestionamiento de los datos, nada de roce curioso y preguntón: sumisa copia y reproducción del discurso oficial del zar antidrogas, como si fuera el líder supremo norcoreano. De 9 “preguntas” -en realidad introducciones a su discurso- hay 5 CONTRA el cannabis, 2 sobre cuestiones legales, institucionales o normativas y 2 más genéricas para relleno.

Me pongo a ojear por encima y pronto salta a la vista la primera de las típicas aberraciones informativas que arrastra esta gente: no son capaces ni de nombrar adecuadamente los asuntos que quieren tratar. Desde la revista introducen el discurso de Babín con esto:

“Cuando se habla de que el cannabis es una sustancia natural es muy discutible porque en muchas ocasiones se está consumiendo cannabis sintético con altos porcentajes de THC.”

¿Cannabis natural vs. cannabis sintético?
¡¡MEEEC!! No existe el “cannabis sintético” y, aunque la prensa más generalista habla de “marihuana sintética”, unos supuestos “profesionales” del las adicciones -drogabusólogos más bien- no pueden inducir esos errores: la llamada “marihuana sintética” es una mezcla de plantas, que no son cannabis, con drogas sintéticas, que tampoco salieron del cannabis. Mal empezamos con los del premio Reina Sofía y la ciencia; no se deben llevar bien.

Al final, la penosa preguntita, termina hablando de THC -lo único de todo lo dicho que realmente tiene que ver con el cannabis- mientras habla de ese inexistente “cannabis sintético” en una tendenciosa mezcla que no sirve para informar ni educar, sino sólo para confundir y asustar. Tal vez no debo achacar a la malicia lo que puedo achacar a la ignorancia, pero habría que ser demasiado ignorante, tratándose de verdaderos profesionales del asunto. Seguimos, porque la respuesta también se las trae.

Se arranca Babín con un alarde de respuesta técnica, que nada tiene que ver con lo sintético pero al no haber ninguna corrección del error, hace que parezca asumido como dato cierto. Tal vez lo asume como cierto; a saber, que son muy suyos los del PNSD. El zar contesta:

“Concentraciones del 14, 15 y 16 % [de THC] que van a producir muy fácilmente una adicción.”



No sólo da por bueno lo dicho en la pregunta, sino que ya da números y los vincula con la adicción -supuesta- al cannabis. ¿De dónde salen semejantes datos? ¿Quién ha establecido que exista una correlación de causalidad entre esa hipotética adicción y esos números? A mí me da que esto no funciona así: que tenga mayor porcentaje de un determinado principio activo hace que necesites menos cantidad para conseguir los efectos que buscas, no que tengas que fumar más.

Es algo tan simple como que cuando alguien se emborracha, lo puede hacer con cerveza de un 4% de alcohol etílico, con vino de 12%, con destilados -como el whisky- de un 40% o con licor de patata de 90%: da igual, porque lo que importa es la cantidad total ingerida de etanol. Pero mientras que se nos considera suficientemente adultos como para saber que tomarse 4 vasos de cerveza no tiene el mismo efecto que beber 4 vasos de whisky, nos consideran incapaces de saber que de una yerba que es del doble de potente que otra -para conseguir similares efectos- debemos fumar la mitad. Tal vez -en realidad- ellos no se ven capaces de seguir esa simple “regla de tres” y piensan que todos los demás sufrimos el mismo problema. Voy a dejarlo en tablas -esta vez- aplicándoles el “principio de caridad”.

¿Qué más dice? Pues dice que no podemos discutir que “las drogas dejan a muchas personas en muy malas condiciones” y que -partiendo de ahí como premisa validada por él mismo- hay que definir la política de drogas en atención al “daño a terceros”.

¿De qué habla este señor? ¿Daño a terceros por usar cannabis?

Sí, se refiere a los accidentes de tráfico que -últimamente- se señalan como causados por el cannabis: que nos den la lista de accidentes que tienen al cannabis como única droga y podremos comentar la realidad y no una imagen estadística totalmente -y puede que intencionalmente- borrosa. Se refiere a eso y a lo que dije antes: ¡¡estáis en las nubes fumando petas, eso repercute en nuestra economía y acaba afectando a terceros!! Y que está por delante el derecho de la sociedad en su conjunto frente a los derechos individuales de los fumetas, que somos malos para la economía por lo visto. En breve culpan al cannabis de la crisis y el paro; sólo hay que darles tiempo.




¿Hay algo de interés en la entrevista? Bueno, si te gusta echarte unas risas puede que sí. Por ejemplo, esté licenciado en medicina, argumenta que en el examen del MIR una pregunta tiene como respuesta “el cannabis” y que eso da fe de su peligrosidad.

Vale. Que es licenciado en medicina, sí, pero si supierais lo poquito que quiere decir eso -yo mismo tengo una matrícula de honor en “Farmacología de la adicción”- y lo poquito que en realidad saben los médicos -sin una seria especialización sobre drogas- le daríais el mismo valor a una preguntas sobre drogas recreativas en el examen del MIR que a un test de la revista “Cosmopolitan”: no hacen sino reproducir el prohibicionista discurso oficial. Miento: la “Cosmopolitan” no es tan retrógrada como el PNSD o la enseñanza oficial.

¿Y cuál es la guinda del pastel? ¿Queda algo para el postre?

Pues sí, que aunque son pocas preguntas no han descuidado aprovecharlas para hacer catequesis -repito que lo suyo no es la formación científica- y el encabezado de una respuesta que da nuestro amigo el Zar Babín, por desgracia, es de traca final. La pregunta no esconde la mano en sus intenciones, es simple y está mal redactada (sí amigos, cuando alguien os diga que es periodista, aunque tenga la carrera, tomadlo con pinzas hasta leer qué y cómo escribe):

“¿Cuáles son las consecuencias de los actuales consumidores de cannabis?”

Errr... ¿consecuencias de los actuales consumidores?
Bah, si les da igual que suene tan mal como una traducción del Google Translator, ya que de cualquier forma Babín acabará metiendo su mensaje, y punto pelota. Aquí va la perla:

“Pues si han empezado a consumir en la edad adulta, seguramente no tendrán ningún problema, suponiendo que no se queden en una cuneta en un accidente de tráfico o que no se lleven por delante a otra persona y acaben en un presidio.”

¡Ahí tú, campeón!
Mi concepto de “no tener problemas” -de momento- incluye no tener accidentes de tráfico, no llevarme a nadie por delante, no acabar en el talego y, sobre todo, no quedarme en una cuneta; aún me queda guerra que dar. Pero salvo esos pequeños detalles, seguramente no tenga ningún problema por.... ¿¿¿fumar porros??? Había olvidado ya de qué hablaba este caballero.

No creo que nadie -en su sano juicio y que no viva de la guerra CONTRA las drogas- tenga relacionado el cannabis con accidentes de tráfico, quedarse en la cuneta o llevarse por delante a otros. Desgraciadamente lo de cárcel -o las multas que te hacen insolvente de por vida- nos suena más cercano al colectivo cannábico: ¡¡Pannagh somos todos, bastardos!! [Nota del autor: disculpas, pero tenía que decirlo.]

Lo que ya es el contrapunto final -como ese toque salado en mitad de un plato dulce- es la frase que viene a continuación, y que en teoría salió de su boca. La biología nos asegura que, antes de soltarla, la tuvo que pensar primero en el cerebro. Aunque algo pudo fallar (en la habitual línea editorial):

“Desde el punto de vista de su salud individual, seguramente, la inmensa mayoría [de consumidores de cannabis] no tendrán ningún problema.”

Exacto, tronco.
La mayoría de consumidores de cannabis, ni desarrollan un comportamiento adictivo -obsesivo, a mi entender, más bien- ni tienen especiales problemas de salud. O lo que es igual a decir que a pesar de todo, de sus campañas, de sus fundaciones y asociaciones subvencionadas año tras año con el dinero de todos, de su incorrecto mensaje, de su moralina palpitante y de la represión con multas y cárcel, el cannabis y su consumo no parecen ser un problema preocupante de salud para sus usuarios. Ojos como platos me deja Babín, permitiendo que tras su mensaje -es su trabajo, no es nada personal- se le escape la verdad. Y yo, ese dato, no se lo voy a discutir para que no digan que voy a malaostia.

Finalmente lo único que añade es que se ha creado un nuevo organismo en esto de las drogas, bajo control de ellos mismos, y eso es algo que salió en el BOE ya. Para terminar ya sólo me queda preguntarme -casi a modo de curiosidad matemática- cuántos puestos de trabajo se pueden generar alrededor de la guerra CONTRA las drogas. Y es que el número “tiende a infinito” o -como poco- “a demasiados”, cuando nuestros recursos económicos como sociedad para pagar y atender asuntos más básicos -por ejemplo, mantener comiendo y con techo a la población sin trabajo- merman cada día sin perspectivas firmes de mejora.

Lo sé. Comencé con mucho humor y acabo, como casi siempre, cabreado. ¿Qué cojones hace el estado gastándose nuestro dinero en estos “expertos en adicciones y dependencias”? Reconozco que -en cierta manera- son expertos en ese campo: lo suyo es la absoluta dependencia del sistema, envueltos desde hace décadas en la bandera de la lucha CONTRA las drogas.



¿Qué es adicción?
Me preguntas mientras trincas,
del dinero de todos,
y llenas de pasta tu baúl.

¿Qué es adicción?
¿Y tú me lo preguntas?
¡Adicción... eres tú!


lunes, 25 de enero de 2016

PSOE es prohibición

Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es y esperamos que os guste, o al menos, os ayude a comprender cómo hemos llegado aquí con el cannabis y estos políticos de mierda.

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PSOE es prohibición.

Este domingo hay elecciones, y todavía no he conseguido decidir si me voy a dejar caer por el colegio electoral o no. De los candidatos que apoyan la regulación del cannabis -aunque sea de boquilla o a última hora, como Ciudadanos y Podemos- no me gusta ninguno, y las perspectivas del partido que siempre ha apoyado la regulación (hasta el último momento con una PNL o “proposición no de ley” en la Comisión Mixta de Congreso y Senado para el asunto de las drogas) como son la gente de Izquierda Unida, no son muy buenas en mi zona con lo que mi voto -debido al sistema electoral- iba a tener nulos efectos. Y ante ese panorama no me siento muy llamado a perder mi tiempo el domingo, en alguna escuela o instituto de secundaria convertidos en colegio electoral, para celebrar “la fiesta de la democracia”

Tengo además la impresión de que vivimos en un mundo de ideas sin nexo con la realidad, sobre todo en ciertos estereotipos en la política hispana y especialmente en los que atañen al PSOE, ese supuesto partido socialista y obrero. A primera vista, cuando pensamos en lo que es represión y política de recorte de libertades -a muchos entre los que me incluyo- lo primero que nos viene a la cabeza es el Partido Popular. Y no voy a ser yo el que rompa una lanza a favor de esa gentuza, a los que deseo la peor de las suertes posibles, todo eso siempre sin acritud: así revienten pronto.





Sin embargo, tal vez porque algunos ya somos más viejos y hemos visto alguna cosa más, sabemos que esa pretendida diferencia por la que el PP es mucho más depredador de las libertades individuales que el PSOE -incluido el consumo de cannabis u otras drogas- es falsa. Un espejismo. Tan real como los unicornios rosas. Que el PSOE sea un partido “más amigo de la libertad” que el PP, es mentira. Es una mentira como decir que a un pastor alemán le gusta más la carne que a un dóberman: ambos son perros muy parecidos en lo esencial y, desde luego, con el mismo gusto por un buen bistec de roja carne.

Es posible que seáis muy jóvenes, e incluso que vayáis a votar por primera vez. Si queréis saber como ha ido traicionando el PSOE al cannabis en España, no dejéis de leer este breve resumen que acaba con un candidato a presidente que mete en el mismo saco al cannabis, la cocaína y la MDMA y sigue con un discurso propio del siglo pasado, convirtiéndose en el nuevo enemigo del cannabis en España: Pedro Sánchez Castejón.

Vamos a ir de un salto -sólo por un instante y no durante 4 años como con el gobierno de Rajoy- al año 1985. En aquellos años, una España incipiente en su estrenada democracia se enfrentaba con los primeros escenarios creados por las drogas y su régimen de prohibición y, aunque se promulgaban las primeras leyes endureciendo las condenas por tráfico de drogas, todavía se entendía que el consumo no era objeto de reproche penal ni administrativo, más allá de la incautación de la droga y de las ganas de meterse con el usuario que tuvieran los policías de turno. 

En ese año de 1985, el PSOE monta lo que sería el Plan Nacional Sobre Drogas o PNSD. Sólo un año después, nace su “hermano gemelo privado”: la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción o FAD. Si sois un poco mayores, recordaréis el anuncio de la cocaína en el que un gusano entraba reptando por la nariz de una persona: eso es la FAD. Es una fundación, lo que le otorga un tratamiento fiscal especial y ventajoso, pero mantiene un carácter privado. Privado para los derechos pero público para chupar dinero de los impuestos de todos: su gran fuente de financiación han sido siempre los presupuestos públicos. 




La FAD fue fundada por un general franquista que llegó a político demócrata, Gutiérrez Mellado, pero hoy día está compuesta por una florida representación de “lo mejorcito” en España: Telefónica, Banco Santander, REPSOL, Caja Madrid – BANKIA, ONCE, La Razón, la COPE, Onda Cero, Telecinco y Mediaset, Antena3 y Atresmedia, ENDESA, la CEOE, Grupo Vocento, Tuenti, Twitter y Google, entre otros muchos. Vamos, que están la banca, las energéticas y los medios de comunicación. ¿Así cómo no van a vivir del dinero público y de esas campañas de “educación” forzosa contra las drogas?

Las actuaciones de la FAD  y el PNSD no ayudaban tampoco a nada -a nada que no fuera a crispar el tenso ambiente social en torno a las drogas- y en el año 1991 en España saltan las “patrullas vecinales contra la droga”, que no eran sino masas de cafres con palos que salían a la caza del yonki por diversas ciudades (para ellos, yonki era tanto el que se “chutaba los porros” como el que se “fumaba un tripi”), en mitad de un escenario de crisis económica y alto paro. Con algo había que divertirse y, lo de apalear yonkis en grupo, llegó a cuajar. Al final el Gobierno del PSOE, encargo a su flamante ministro del interior -un electricista venido a más, apellidado Corcuera- la elaboración de una nueva ley. Ahora es tertuliano a sueldo de 13TV... 

Habéis acertado: la “Ley Corcuera” o Ley de Seguridad Ciudadana, por la que -todavía hoy- se te quita tu cannabis y se te multa por el simple hecho de llevarlo encima para tu consumo. Dale gracias al PSOE por ello.Esa ley se llamó durante años “Ley de la patada en la puerta”, porque incluía un artículo que permitía el acceso de la policía a cualquier domicilio sin orden del juez, siempre y cuando “el policía sospechase...” que había un delito de tráfico de drogas. Aunque ese artículo lo eliminó en 1993 el Tribunal Constitucional -provocando la dimisión de Corcuera que, como era un chulito sin control, se apostó el ministerio a que “no le cambiarían ni una coma”- sirvió para quedara patente la idea subyacente de que el narcotráfico y las drogas eran suficiente motivo para que se violasen las garantías constitucionales: la “ley de la patada en la puerta” sólo servía para el narco, y no servía -por ejemplo- para un caso de prostitución infantil o de trata de seres humanos.





Puede que ahora os suene demasiado “heavy”, pero el supuesto 'PSOE de las causas justas' no tenía problema en meter años en prisión a gente que no había causado daño alguno a otros, y éramos el único país de Europa donde existían auténticos presos de conciencia condenados a 2 años, 4 meses y 1 día de cárcel por negarse a hacer el servicio militar obligatorio: “la puta mili”. Y por si fuera poco, en caso de que tuvieras una plaza de trabajo del estado, ganada por oposición, la perdías de por vida. ¡La represión del PSOE tenía un intenso sabor a talego! Sonará horrible, pero tuvimos que esperar que llegase un Aznar que -presionado por sus socios catalanes- acabó definitivamente con la mili y, muerto el perro, con el tema de los presos insumisos. 

En el año 1994, el que entonces era el Delegado del Gobierno para el PNSD (con rango de secretario de estado) Carlos López Riaño, propuso en TV y algunos medios que se abriera un debate orientado a la legalización del cannabis. ¡Coño! ¿El PSOE proponiendo la legalización en el año 1994? ¿Y qué han hecho hasta ahora al respecto? Aunque Carlos López Riaño lo propuso sin pelos en la lengua, la respuesta social estimulada por el discurso de la FAD -que se corría haciendo campañas con ideas de Nancy Reagan, tipo “¿Drogas? DI NO”- fue poco favorable y muy polarizante. Tenía más peso e influencia sobre la opinión pública una llorosa “madre contra la droga” que todos los argumentos lógicos y científicos, que evidenciaban que el cannabis no debía ser tratado de la misma forma que el resto de drogas ilegales, sino de forma similar al tabaco y el alcohol. Y el PSOE rápidamente hizo callar a López Riaño, que había llegado en sustitución del juez Garzón, quien abrió la Audiencia Nacional -de cuestiones de terrorismo, a los delitos de narcotráfico- para su honor y gloria mediática. El único representante inteligente del PSOE en el PNSD, López Riaño, fue silenciado y olvidado mientras se iniciaba la etapa ultra-prohibicionista de mano de los socialistas.




Riaño en el PNSD sustituyó a Garzón, y de ahí se acabó llegando al PP de Aznar que puso al frente a Gonzalo Robles, que aseguraba que “el porro terapéutico no existe, ni siquiera para el enfermo terminal” y del resto ni hablamos. Recuperó su control el PSOE con una señora, de nombre Carmen Moya, que decía que “consumir drogas es una enfermedad crónica” y que “legalizar las drogas era utópico por no decir imposible”, para terminar en manos de una amiga de Leire Pajín, llamada Nuria Espí, que fue la que se encargó de torpedear los procesos de regulación que, durante el gobierno de Zapatero, se estaban dando -de forma local- en algunos lugares del estado como Euskadi. 

Aunque si hubo algo que sí hizo el gobierno de Zapatero en materia de drogas, fue multiplicar el número de sanciones relativas a la tenencia y consumo en lugar público, disparándolas a los niveles actuales con una policía depredadora y recaudatoria. Esto es el currículum del PSOE en materia de cannabis y otras drogas, lejos de palabras y atendiendo a los hechos. Eso y haber intentado meter los videojuegos, las redes sociales e Internet, como nueva categoría llamada "drogas sin sustancia" en el PNSD, idea que tuvieron que comerse con patatas. Desde entonces, año 2011, apenas habían vuelto a tocar el tema.




Pero llegó Pedro Sánchez Castejón -a falta de algo mejor entre los del puño y la rosa- y decidió escenificar en TV la hipocresía del PSOE en materia de cannabis. Así pues, mientras hace un par de meses una diputada suya mentía -sin perder la sonrisa- a la revista Interviú, afirmando que el PSOE quería “regular los clubs de cannabis y liderar el debate de la regulación en Europa”, su candidato a presidente se convertía en el enemigo de los usuarios de cannabis en España, haciendo gala de sus posturas retrógradamente prohibicionistas y de un desconocimiento absoluto de la realidad referente al cannabis. En el programa “El Hormiguero”, Pedro Sánchez soltó algunas perlas como:


“El tema de la legalización es suficientemente complejo como para que lo saquemos de la campaña electoral” 

“En España se consume muchísima droga y no sólo marihuana, también cocaína y éxtasis”

“Hay muchísima gente joven que 'está cayendo en el consumo de las drogas' y eso tenemos que evitarlo”

Acaba rematando con que “se compromete a abrir un debate sobre el asunto de la legalización” -aunque personalmente no quiere que las drogas sean legalizadas- pero es otra mentira más: no va a abrir nada, simplemente sabe que el debate internacional en el 2016 lo va a marcar la propia ONU con su reunión de la UNGASS donde, presuntamente, se cambiará la fracasada guerra contras las drogas por algún intento de política inteligente. Por otro lado, el debate en España lleva abierto ya años, sin que el PSOE haya hecho nada salvo oponerse y despreciar a los usuarios de cannabis.

Pedro Sánchez no quiere hablar del asunto en campaña electoral pero no porque lo considere demasiado importante, como dice, sino porque le da miedo que parte de su grupo de votantes, los más prohibicionistas y retrógrados, acaben por irse con el voto a otro lado. Lo que no ha calculado bien Pedrito es el porcentaje de personas a favor de un legalización del cannabis en España. En realidad no debe haber hablado ni con los prohibicionistas de la FAD, que hasta ellos reconocen que un 52% de los ciudadanos ve con buenos ojos una legalización de la venta y consumo privado del cannabis. 




Además, el líder socialista -con permiso de Susana Díaz-  no parece hacer distinción entre cannabis, cocaína y MDMA, igualándolo todo en un anacrónico “las drogas” que no permite escrutinio del asunto ni diferenciación útil para encontrar soluciones donde fueran necesarias. Se escuda en un argumentario propio de los años 80, que sólo puede ser explicado desde la ignorancia.

Por último, habla de que él quiere proteger a esos jóvenes que están “cayendo” en el consumo de las drogas: poco más y nos cuenta que hay traficantes que regalan droga a la puerta de los colegios para que los niños se enganchen, o que se comienza por un porro y se salta a la heroína intravenosa. Tirando de los mitos y el argumentario más obtuso y atrasado disponible, Pedro Sánchez se muestra incapaz de articular una respuesta fundada, coherente con la realidad y sigue estancado en un discurso con 30 años de retraso. No alcanza a entender que el consumo de una droga -ni siquiera el consumo frecuente- no es equivalente a una adicción en la que “haber caído”, y que hoy día los patrones de consumo de drogas en la sociedad demandan respuestas realistas y prácticas, no sermones y moralinas dadas por un candidato de tercera pasado por lavadora.

No sé si finalmente votaré, pero no olvidaría que lo socialistas han estado jugando un doble juego con las necesidades y las esperanzas de los usuarios de cannabis, para acabar traicionándolos -una vez más- a las puertas de las elecciones. El PSOE se ha acabado revelando como lo que siempre fue: lo mismo que el PP, pero con cierto “tinte rojo” ya totalmente descolorido.

Desgraciadamente -hoy más que nunca- votar al PSOE es votar prohibición.

No lo olvides.