Mostrando entradas con la etiqueta Suicidio por dolor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Suicidio por dolor. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de junio de 2024

Las sobredosis de opioides en USA Y Canadá.

 

Las sobredosis de opioides en USA Y Canadá.


¿Por qué USA y Canadá enfrentan la mayor tasa de muertos por sobredosis de toda su historia? Seguramente la mayoría de lectores conocían este hecho, a grandes rasgos, ya que en la prensa, radio y TV se trata este asunto. Pero para quien no haya oído nada al respecto, vamos a explicar -telegráficamente- cómo es que en un área del doble de tamaño que Europa, y con un nivel de vida económicamente superior a la media de nuestro continente, si tienes menos de 50 años de edad tienes más probabilidades de morir de sobredosis que de accidente de tráfico, arma de fuego, cáncer o SIDA.


Las distintas dosis letales de la heroína, el fentanilo, y su análogo más potente: el carfentanil.


¿Cómo y cuándo comenzó este problema? El inicio de lo que -ahora- ha devenido en la peor epidemia de sobredosis de la historia, lo podemos situar en torno a los años 90; hace casi 30 años. En aquella época, el tratamiento farmacológico del dolor (crónico, agudo o terminal) dejaba bastante que desear, para los pacientes que lo sufrían. Esto se debía a que la práctica médica, de aquellos años, entendía que sustancias como la morfina o la heroína, eran drogas que creaban “adicción” y que, por lo tanto, no se podían utilizar salvo en casos extremos y se reservaban para tratamiento hospitalario -de cirugía y post-operatorio- y cuidados paliativos en enfermos terminales. Esta forma de emplear los mejores analgésicos que la naturaleza puso en manos del hombre, surgía también de la mentalidad judeo-cristiana, por la que el dolor es parte de nuestro personal purgatorio, y buscar alivio para el mismo era de débiles de espíritu. La frase “el dolor le es grato a Dios” y el hecho de no dar opiáceos u opioides, salvo a moribundos, resume bien la mentalidad de una gran mayoría de la población – tanto médica como paciente- de esa época.


Esas breves líneas escritas como carta al editor, fueron la excusa usada por los nuevos vendedores salvajes de opioides como justificación de que la adicción era un mito, omitiendo cuestiones esenciales.


Unos años antes, en la década de los 80, un par de doctores hicieron una revisión -basada en datos objetivos- sobre si era cierto que los “narcóticos” (que era como se denominaba genéricamente a los opiáceos y opioides) causaban adicción con la facilidad y rapidez con que se había hecho creer a la gente que eso ocurría, dentro de las campañas de desinformación farmacológica que acompañan siempre a la pedagogía social de la “guerra contra las drogas”. Lo que estos doctores encontraron fue curioso y sorprendente: era falso que el hecho de tomar narcóticos crease adicción como se había contado. De hecho, los datos mostraban cómo los pacientes tratados con “narcóticos” por dolor -bajo control del hospital siempre- no tenían apenas tasas de adicción, si no existían problemas de adicción previos. Escribieron una carta a una prestigiosa revista médica, “New England Journal of Medicine”, contando cómo entre más de 11.000 pacientes a quienes se les habían administrado narcóticos -en contexto hospitalario o de cuidados dirigidos por un hospital- sólo 4 de ellos habían desarrollado un trastorno adictivo, que pudiera ser documentado claramente en su inicio. Sólo 1 de cada 2750 personas se convertía en “adicta”, con todo lo que eso implicaba: ¿era justo estar negándole una correcta medicación contra el dolor al 99'9% de los pacientes por algo que ocurría a menos de un 0'1% de casos?


Sin embargo, su bienintencionada carta fue usada -10 años más tarde- de forma distorsionada para lanzar la más grande campaña de ventas de fármacos opioides de la historia de la humanidad. Uno de sus dos autores, ha dicho que “sabiendo lo que sabe hoy, y la forma en que su texto fue intencionalmente mal usado, no escribiría esa carta”. Y no es para menos, ya que fue citada 608 veces en otras tantas publicaciones, el 72% de las ocasiones para apoyar la afirmación de que “los opioides raramente provocaban el inicio de una adicción” y en el 80% de los casos, escondiendo la variable clave: dicho estudio se refería sólo a pacientes en entorno de control hospitalario. Se omitió ese dato en 4 de cada 5 menciones, y se indujo a creer a los médicos que la prescripción de opioides, para cualquier tratamiento de dolor, no derivaba casi nunca en problemas adictivos.


Oxycontin, el producto estrella que desató la peor crisis de sobredosis de la historia: de Purdue Pharma.

La empresa farmacéutica -su exponente más visible fue Purdue Pharma- entraba en acción con una brutal campaña de ventas, donde miles de “visitadores farmacéuticos” fueron entrenados para hacer creer a los médicos que la tasa de problemas de adicción con los opioides era inferior al 1%, sin más contexto ni variables. Muchos médicos -animados a recetar un fármaco que funcionaba bien y, además, te aseguraba la dependencia del paciente/cliente- no se hicieron de rogar y aceptaron encantados el flujo de dinero que la prescripción de narcóticos opioides les proporcionaban; se desdibujaba el límite entre lo que es un médico prescribiendo, y lo que es un vendedor de droga con capacidad de surtirse en el mercado legal.


Purdue Pharma, gracias a su producto estrella “OxyContin” pasó de recibir “unos pocos miles de millones de dólares” a facturar 31.000 millones de dólares en el año 2016, y a aumentar aún la facturación en el año 2017 con 35.000 millones de dólares: sus beneficios han crecido al ritmo que los muertos de sobredosis. Su “OxyContin” presumía de ser eficaz con el dolor, a lo largo de 12 horas por su liberación prolongada y patentable, y de contar con una formulación que prevenía el abuso del fármaco: esto también era falso, ya que para “hackear” su sistema anti-abuso, bastaba con machacar o romper el comprimido.


Purdue Pharma supo -desde el principio- que estaba convirtiendo en yonquis a un gran porcentaje de la población. Ya en el año 2001 fue demandada por el fiscal general de Connecticut, debido a las altísimas tasas de adicción que estaba generando el “OxyContin”. Y esa fue sólo la primera de un montón de demandas, que la compañía siempre se encargaba de solucionar pagando dinero y firmando un acuerdo de confidencialidad. Hasta que en 2007 la compañía se declaró culpable, en un acuerdo que incluía el pago de 600 millones de dólares. Por desgracia, el total de las cantidades pagadas -entre todas las demandas de varios años- no alcanza los mil millones de dólares, mientras que la compañía factura 35 veces más cada ejercicio: tan inútil como intentar parar una bala de cañón soplando en su contra.


Primera reacción, primer error.

Cuando en la década del 2000 se empezó a ver claramente que la dispensación “casi descontrolada” de opioides -en una sociedad donde no puedes beber alcohol hasta los 21 años- causaba serios daños a algunas personas, la primera reacción fue reducir fuertemente las prescripciones de estas sustancias, en muchas de las patologías más leves y en los casos menos necesarios. Pero esto se hizo sin tener un plan para todas esas personas que ya estaban enganchadas a consumir una sustancia farmacéuticamente controlada, y a quienes iban a cortar -de golpe- el suministro de esa sustancia a la que ya eran dependientes (fueran adictos o no). Esa acción provocó que un gran número de los pacientes a quienes se los retiraban, no viéndose capaces de enfrentar una desintoxicación “a pelo” o muy dura, saltaron al mercado negro.


El entorno en que esto sucede, tiene leyes y realidades distintas a las de España, y resultan clave para entender todo lo que ocurrió después. A diferencia de nuestro país, donde puedes conseguir metadona legalmente y sin coste -además de tratamiento- en menos de 1 semana, allí no existe un sistema público de atención sanitaria que trate a todo el que lo necesite. Para más INRI, el hecho de consumir una droga en nuestro país es un derecho del individuo, mientras que en USA y Canadá el simple hecho de consumir -aunque sea en tu propia casa- es un delito que te puede dejar preso. Incluso si estabas tomando drogas con otra persona y llamas para evitar que muera de una sobredosis: puedes verte penalmente perseguido.


Todos esos pacientes que se empezaron a abastecer, a precios muy superiores, en el mercado negro (una pastilla de “OxyContin” de 80 mg. se pagaba a 80 dólares: 1 dólar por miligramo, 1000 dólares un gramo) eran personas que, en su mayoría, venían de un mundo respetuoso con la ley. Hasta finales de los 90, el estereotipo del consumidor -en el mercado negro- no correspondía con gente que en su mayoría eran blancos, de clase media socio-económicamente hablando, y sin apenas experiencia como “yonquis”. La mayoría habían comenzado gracias a su médico, que se los recetó a ellos -o a un familiar a quien le quitaban pastillas- pero no tenían experiencia con el lado ilegal de ese mundo y, por eso, eran el actor más débil dentro de dicha cadena. Ya no se trataba de jóvenes de color enganchados al crack en barrios marginales, sino que era todo un nicho nuevo de mercado con padres, madres e hijos blancos y de clase acomodada. A diferencia del antiguo estereotipo del “yonqui”, el factor común de este nuevo grupo era haber contado con seguro médico, y ese era el vector de enganche a estas sustancias.


Pastillas reales y falsificadas de Oxyconting en el mercado negro, prácticamente indistinguibles.


Cuando fueron arrojados al mercado negro, quienes pudieran permitirse pagar los elevadísimos precios para conseguir las mismas pastillas que te daban antes en una farmacia, seguirían tomando el fármaco de su elección, pero sin seguridad alguna al respecto (las pastillas más populares se “clonan” para vender en el mercado negro pero con otros compuestos desconocidos). Otros vieron desde el principio que, puestos a mantener una dependencia de opioides, les resultaba más barato utilizar heroína que cualquier otro compuesto existente, y saltaron a la heroína del mercado negro. Primero esnifada y finalmente inyectada, ya que la heroína que mayoritariamente había en USA es “clorhidrato de heroína”, que se descompone al intentar fumarse y por ello dicha forma de consumo (a pesar de ser la más segura) es la menos usada allí.


Los actores no esperados.

La heroína en USA procede mayormente del denominado “triángulo asiático”, pero desde hacía ya años en México -cuyo clima sólo permite cultivar cannabis y opio, pero no coca- se estaba produciendo una heroína rudimentaria con la amapola cultivada allí. Esta heroína llegaba en dos formas al mercado de USA, como una tosca goma negra (“black tar”) o como un polvo marrón (“brown sugar”, o heroína en base libre). Sin embargo la cantidad producida no es grande, y el producto no es de alta calidad, por lo que para competir empezaron a añadir fentanilo a la heroína, aumentando su potencia pero multiplicando enormemente el riesgo al consumirla, especialmente esnifada o inyectada.


El fentanilo es un opioide sintético -creado en los años 50 por el grupo del químico Paul Janssen- de fácil producción y coste mínimo, cuya potencia es 100 veces mayor que la de la morfina: 10 gramos de fentanilo equivalen a 1 kilo de morfina. Es el compuesto que hay en los mal-llamados “parches de morfina”, y su dosis letal para un humano es de tan solo 2 ó 3 miligramos. Mezclando un compuesto de esa potencia con heroína, de forma artesanal y no controlada farmacéuticamente, las imprecisiones son mortales y eso es lo ocurrió: el número de sobredosis, que llevaba años aumentando ya, se disparó hacia arriba como nunca antes se había visto.


Solo la dosis hace al veneno: dosis letal de heroína vs. fentanilo.


¿Y los que no saltaron a la heroína, se libraron? Pues tampoco. El fentanilo no era el peor de los monstruos que iban a aparecer. Otros derivados de la misma molécula, como era el carfentanilo, tenían 100 veces más potencia: era 10.000 veces más potente que la morfina. Un solo gramo de ese compuesto, equivalía a 10 kilos de morfina y 5 de heroína, y se vendía legalmente por menos de 4000 euros cada kilo. Se sintetizaba -bajo demanda y de forma legal- en China, y te lo enviaban por paquetería postal. En un paquete de 1 kilo de carfentanilo tienes la potencia narcótica de 5 toneladas de heroína; lo pagas con tu tarjeta y lo recibes en tu casa discretamente. Si a eso se añade que una maquina de troquelar pastillas vale menos de 1000 dólares, cualquier desaprensivo podía elaborar -en su propia casa- decenas de miles de pastillas falsificadas. Al precio que se estaban pagando en la calle y con un número de clientes -en el mercado negro- cada día mayor, porque sus médicos ya no les atendían, el escenario para la catástrofe estaba montado.


El ejemplo más icónico de esa colisión, entre un montón de pacientes entregados al mercado negro y una serie de nuevas drogas tan increíblemente potentes como peligrosas y baratas, fue Prince. El músico era dependiente de opioides, y cuando no los pudo comprar en la farmacia porque su médico dejó de recetárselos, los compró en la calle. Murió en un ascensor tirado y solo; allí mismo certificaron el “exitus”. La autopsia y el registro de su vivienda revelaron que su muerte se debió a una sobredosis provocada por el fentanilo y/o otros compuestos análogos, que el cantante ingirió al tomar una pastilla falsa de “Percocet”, comprada en el mercado negro. Posteriormente se supo que Prince era dependiente de opioides desde el año 2010, cuando se sometió a una dolorosa cirugía de la cadera. Si su médico le hubiera seguido recetando, Prince hoy estaría vivo.


Contad los muertos.


Las muertes por sobredosis en USA han escalado desde poco más de 6.100 muerte anuales -año 1980- a ser 3 veces más -18.000- en el año 2000, hasta lograr superar cada año el récord anterior de muertos, acabando con 64.000 personas en 2016 y con 73.000 más en 2017, último año del que hay datos. No se prevé que la tendencia vaya a modificarse, ya que las medidas que se están tomando (como recortar aún más las prescripciones legales de opioides) están provocando que el flujo de pacientes, regalados al mercado negro más peligroso jamás imaginado, no sólo no cese sino que aumente.


Las últimas víctimas de estas atroces políticas de drogas en USA, son los enfermos de dolor crónico no-oncológico. Estos enfermos -incluyen a la mayoría de veteranos del ejército de USA con heridas graves o mutilaciones- han visto cómo sus médicos se niegan repentinamente a recetarles la medicación que les quitaba el dolor, y que les había estado recetando durante años y años sin problema. Pasan de eso a lanzarles -por la fuerza- a una deshabituación no deseada (pasando por un síndrome de abstinencia) que destroza su calidad de vida, además de devolverles a un mundo de tremendos dolores por su estado físico. Muchos de estos enfermos, que además son el tipo de pacientes que no ofrecen duda sobre el uso que darán al medicamento (deformidades degenerativas, mutilaciones, tetraplejias por trauma, etc.), se han visto incapaces de enfrentar la nueva situación y la retirada forzosa -sin criterio médico que lo justifique- de los fármacos que estaban siendo efectivos, pero no han acudido al mercado negro a por heroína: muchos se están suicidando por no poder hacer frente al dolor.


Para alegría de quienes han implementado estas nuevas directrices, estas muertes -desesperadas consecuencias derivadas de la nueva situación- no harán que aumenten las cifras oficiales por sobredosis de drogas; podrán sentirse satisfechos de que -estos cadáveres- los vayan a apuntar en otra lista.

lunes, 21 de mayo de 2018

USA: del dolor crónico al suicidio por dolor.

Este texto fue publicado en Cannabis.es a raíz de la declaración de Trump de una emergencia nacional de salud pública, a la que no dota de fondos. Sin embargo, la idea de la epidemia de opioides está calando entre cómodos legisladores que, cuando enfrentan un comité para exponer sus ideas, dicen que el paracetamol es un buen remedio para sustituir a los opioides u opiáceos...

Con este panorama, los pacientes de dolor crónico a quienes están forzando a dejar su medicación sin usar un sustituto apropiado, están empezando a suicidarse empujados por sus médicos, que les dejan totalmente abandonados

Las directrices que se están dando son atroces y totalmente fuera del marco científico. Han forzado a toda la población con dolor crónico de tipo no-oncológico a reducir sus dosis de opioides, para pasar a cero miligramos semanas después.

¿Acaso el dolor provocado por un cáncer vale más que el dolor de origen distinto?


--


La semana pasada el presidente de USA, Donald Trump, declaró una emergencia de salud pública de alcance nacional, debido -oficialmente- al problema de las muertes por sobredosis de opioides y/o adulteración de heroína con fármacos como el fentanilo (fenómeno -curiosamente- concomitante en lugar y tiempo al primer problema). ¿Qué quiere decir eso y por qué lo hace?



Pues a pesar de lo bien que suena -al oído desentrenado del lenguaje político- quiere decir muy poco, en realidad y mucho, sin dar la cara. Los números a los que este acto de Trump dan paso, nos dan una clara idea a la primera: el fondo de emergencia pública sanitaria, en estos momentos, cuenta con un montante de... algo menos de 49.000 euros (57.000 dólares)
Sí, has leído bien: 49.000 euros, que es lo que vale una furgoneta o un coche de gama media. No son 49 millones, ni 49.000 millones. No; eso es lo que hay en la caja del dinero que la acción de Trump abre, para hacer frente a una emergencia de salud pública que está matando decenas de miles de personas, en un país que tiene 325 millones de ciudadanos censados.

Para entender la razón de este movimiento, habría que repasar cuándo fue la primera vez que Trump usó la posibilidad de lanzar la “Emergencia Nacional” (no la de salud pública como la lanzada, sino una “sin apellidos” que en realidad sí que daría acceso a fondos serios como para poder enfrentar cualquier cuestión) en el asunto de las muertes por sobredosis de opioides. Fue en agosto de este año, momento en el que recibió el informe de la “Comisión de Combate a la Drogadicción” (sic) -organismo creado por él mismo semanas antes- y que le indicaba, como dictamen final, que debía declarar la “Emergencia Nacional” (sin más apellidos).
Nadie cuestiona que las cifras de muertes por sobredosis en USA son las más altas de la historia, matando varias decenas de miles de personas cada año, y que la situación requiere tomar medidas. Pero este gesto resulta ser totalmente cosmético, y dirigido a la gran masa del “público usano” que se ve constantemente bombardeado por noticias y datos sobre muertes relacionadas con drogas. Y aquí ya he dicho drogas en lugar de opioides, porque una importante parte de la nueva posición del gobierno de Trump es hablar de sobredosis de heroína y/o drogas, e ir olvidando que esto viene de los opioides de farmacia recetados legalmente. La posición es tan brutal que han iniciado una nueva vía con el fiscal general -el miserable Jeff Sessions, quien afirma que “el que fuma cannabis no puede ser buena gente”- por la que inculpan legalmente por homicidio a los camellos cuyo material haya producido alguna muerte, por una razón u otra (dando igual que sea por adulteración a que sea por una sobredosis real, ya que se vende una sustancia de la “maldita” Lista I y, por ende, totalmente prohibida).
Eso, que puede sonar bien si creemos que se usa contra “camellos sin escrúpulos que cortan la heroína con fentanilo para ganar más dinero”, en realidad contra quien se emplea (dado el modelo de distribución de drogas en el mercado negro de USA) es contra “el colega, probablemente también consumidor de esa misma heroína, que compra cantidades algo mayores y menudea para sostener económicamente su consumo”. El fentanilo, mortalmente introducido en la cadena de opioides/opiáceos del mercado negro de toda Norteamérica -desde México, principalmente- no está en las manos del camello que trapichea con papelinas, sino en manos del narco que produce cada lote de droga en el que, como de costumbre, los usuarios del mercado negro son los conejillos de indias. Así que -además de ser éticamente una salvajada-culpar a los camellos de más bajo nivel de homicidio por vender drogas es una medida -también- totalmente cosmética y orientada a manipular a un público poco informado e intencionalmente asustado, para poder ser manipulado mejor.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? En febrero del año pasado, desde esta web, dábamos ya una buena serie de explicaciones para legos, explicando el asunto de los opioides en USA. Y las explicaciones, lógicamente, han cambiado poco: la población en general fue sobremedicada con opioides, recetados legalmente por médicos empujados económicamente (a base de untarles de dinero) a convertir a sus pacientes en yonquis. Todo eso con la bendición y cooperación del gobierno de USA y sus legisladores, también generosamente “engrasados con ceros en su cuenta” por los lobbistas de la BIG PHARMA de la zona, porque el problema es bastante similar en Canadá ya que copia -prácticamente- las líneas generales de actuación de su vecino en materia de salud.
Una vez que la población estaba totalmente enganchada, con cifras récord en su historia, empezaron a llover las muertes por sobredosis. Pero esta vez el sector de la población más afectado por la crisis de los opioides en USA, es la mujer de mediana edad y de raza blanca: no son yonquis callejeros, ni negros a los que poder disparar a placer. 
Abuelas, por así decirlo, que sin saber dónde se metían con los opioides (a diferencia de quienes los buscan activamente) se tragaron aquello que su médico les dio -y en muchos casos, les vendía él mismo- y acabaron en un punto que no podían imaginar. 
Luego, y como remate, tras haber sobreprescrito opioides con extrema generosidad, cortaron las recetas de los mismos a quienes ya eran “médicamente adictos”, haciendo que estas personas fueran a buscar “algo equivalente” al mercado negro, donde les estaban esperando la heroína (siempre más barata que los opioides de farmacia) y, para más INRI, con niveles récord también de adulteración con fentanilo. Es decir, tras tenerles enganchados y vendiéndoles legalmente sus drogas, les lanzaron al más peligroso mercado negro de opiáceos y opioides jamás visto en la historia de la humanidad.

Carta que están enviando -en USA- médicos
 que tratan pacientes con dolor crónico de origen no-oncológico, 
desentendiéndose totalmente de los mismos.

De esta forma, acabamos con imágenes como las de aquel policía que sostenía -agarrándola del pelo y sin prestarle ayuda alguna- a una mujer blanca en un coche, con un niño pequeño detrás consciente y observando todo, para fotografiarla y subir dicha imagen a las redes sociales a modo de escarmiento a la “desviada madre yonqui”. Pero ni siquiera era su madre sino su abuela, aunque por inmoral que parezca la ira mediática fue contra la mujer con sobredosis y contra la familia del niño (su madre, por dejar a su hijo al cuidado de su abuela) en lugar de contra la pareja de policías que se dedicaron a jugar con dos víctimas -en peligro de muerte- y delante de un niño que veía todo.
¿Y finalmente, qué implica este nuevo momento político?
Decía ayer Bill Clinton, en el marco del #OpioidSummit celebrado estos días para abordar soluciones a la crisis, que “era la primera vez que un problema de drogas era enfrentado con medidas de salud pública y no con un enfoque penal y sancionador”. Diane Goldstein, ex-policía anti-narcóticos que entrevistamos en esta web, opinaba que “por desgracia eso no era cierto, ya que la guerra contra las drogas [en su plano más clásico y moralista] seguía salvaje por todos los lados” desde su su cuenta de Twitter.
La realidad del conjunto de hechos -datos no cuestionables- y las medidas que se piensan adoptar y ya se están adoptandobajo la excusa de la emergencia “de salud pública” nacional, daría para decenas de páginas de análisis, pero mucho más de tipo político que técnico sobre el problema. Y es cierto que, sobre el papel, el enfoque es de salud pública pero al estilo usano: tratamientos forzosos junto con equiparación entre consumidor de drogas y enfermo mental. Eso, en lugar de la cárcel por tener un porro en el bolsillo, puede sonar bien ya que lo de la cárcel suena peor, pero es una pesadilla compitiendo contra otra pesadilla: ambos enfoques son degradantes para cualquier ser humano.


Véase la delicadeza que muestran los medios
 para referirse a dos personas en sobredosis; 
similar a la de los policías que, en lugar de atenderles, 
se dedicaron a subir sus fotos a Internet.

Pero esta última imagen que os dejo, servirá para entender porqué esta emergencia es más naZional que nacional, sin dejar de ser real el problema que se supone que va a atender. Al loro, que ahí va.
El mencionado ya fiscal general de los USA, Jeff Sessions, ha hecho unas declaraciones que sitúan de forma inequívoca, el enfoque con el que se enfrenta este asunto. Según Jeff, el asunto de las muertes por opioides a nivel epidémico en USA, tiene que ver con la marihuana y el cannabis. ¿Por qué? Pues porque muchos jefes de policía le han contado que “la adicción empieza con el cannabis” y que “es una droga que sirve de puerta de entrada a las demás drogas”.
Como podéis ver, un enfoque totalmente novedoso -lo es, tratándose de opioides recetados por médicos legalmente- y que nunca antes habíamos escuchado: la marihuana como puerta de entrada.
¿Y qué hacer ante ese panorama tan aterrador y desalentador?
Pues está claro. Jeff, lo tiene claro. Según Jeff, ya se ha luchado antes la guerra contra las drogas y se ha ganado(cuándo, no lo sabemos). Y para ello, la receta mágica es muy simple. Casi tanto como la “Emergencia NaZional”, y es otro gran enfoque que nunca habíamos escuchado.
Los ciudadanos deberían, simplemente, decirle que NO a los opioides." (sic)

De Nancy Reagan a Jeff Sessions, cómo pasa el tiempo...