Hace unas semanas ahora, aparecía en las
páginas de la “prensa seria” un artículo -publicado a nivel
internacional- en el que se vinculaba al grupo terrorista islamista
“Boko Haram” con el uso de una droga en concreto: el tramadol.
Por supuesto, entre la información que el artículo ofrecía había
las habituales incorrecciones técnicas (como referirse al tramadol
como un opiáceo y justificar sus efectos en base a eso, cuando en
realidad es un opioide sintético) y exageraciones de todo pelo, que
son la norma cuando la prensa generalista aborda estos temas.
Los titulares de los medios, buscando
repercusión, le dieron el enfoque más chillón posible: “la droga de Boko Haram”. Titular tendencioso, al intentar
representar una relación entre ese grupo y dicha droga, cuando la
realidad es que el tramadol es una droga de uso común en la zona de
África en la que se encuentra este grupo terrorista (como otra
gente, que nada tiene que ver con el terrorismo) debido a que no
existe fiscalización internacional sobre ella.
Dicha presentación intenta fijar en la
gente la idea de que esos terroristas y milicia organizada en
ocasiones, se enfrentan a la muerte y a sus acciones embalsamados en
una droga que se quiere hacer ver como parte del problema, como una
forma de explicar “esa locura asesina” que se nos vende desde los
medios. Y no es así...
¿Por qué tramadol y no otras drogas?
Que los miembros de “Boko Haram”
usen tramadol, en una zona en que todo el mundo lo usa por ser un
analgésico “efectivo” -en comparación a ibuprofeno y
paracetamol, no opioides- pues no resulta una gran exclusiva. Lo usan
ellos, y lo usan quienes les combaten: es una cuestión de las drogas
que existen disponibles en una determinada área. Para comprender por
qué esa sustancia y no otra, y los riesgos derivados de ese uso, hay
que echar un poco de vistazo a la historia reciente de la guerra
internacional contra las drogas.
Los tratados de fiscalización de
narcóticos y estupefacientes (como se solía llamar a las drogas en
aquellos momentos de la prohibición) del siglo XX se centraron
sobremanera en el opio como fuente natural de drogas, como la morfina
de donde fabricar heroína posteriormente. Ese miedo desaforado por
la heroína (que no es más que una morfina menos pesada y más
ligera) llevó a forzar a los países a sancionar el cultivo de la
amapola del opio.
En África, el uso del látex de opio o de la planta en seco, ha sido la forma tradicional de lidiar con el dolor más que una fuente de “colocón” y el uso apropiado siempre fue la norma sin que existiera fiscalización sobre dicha planta (Papaver somniferum).
En África, el uso del látex de opio o de la planta en seco, ha sido la forma tradicional de lidiar con el dolor más que una fuente de “colocón” y el uso apropiado siempre fue la norma sin que existiera fiscalización sobre dicha planta (Papaver somniferum).
Al ir aceptando los gobiernos africanos
los tratados sobre drogas (por la cuenta que les trae o les cerraban
el grifo económico) se fueron quedando sin el recurso natural contra
el dolor y, aunque aún es factible encontrar opio y flor seca de
opio en África, las restricciones al comercio legal de estos bienes
acabó derivando a los ciudadanos al uso “civilizado” de las
pastillas en lugar de al uso de la planta que conocían de siempre.
Algo similar a lo que ocurrió en China, durante las mal contadas
“Guerras del opio” en las que se inundó el área de morfina y
jeringuillas hipodérmicas mientras se prohibía el cultivo de la
planta a los ciudadanos. La morfina, en aquellos lares, llegó a
recibir el apelativo de “el Opio de Cristo” ya que su uso llegó
con las manos de los misioneros que buscaban evangelizar la zona. Se
percibía como más científica y propia de una civilización más
evolucionada, dentro de esa corriente que -tras el descubrimiento de
la aguja hipodérmica- sólo quería polvitos para meter en
inyecciones, como muestra de su superior avance tecnológico.
En un principio, el único opiáceo
fácilmente accesible que quedó en esos mercados africanos (también
en España hasta hace poco), fue la codeína -otra variación natural
de la morfina- de los jarabes contra la tos. Pero el uso desmedido
que se le comenzó a dar recientemente por grandes grupos de jóvenes
y adultos en condiciones de pobreza y miseria (de la misma forma que
otros grupos han usado y usamos el alcohol) hizo que se fiscalizase
más durantemente también.
¿Qué quedaba tras eso? Pues nada en la naturaleza, que fuera equivalente, y entraba la química en juego: ya no era un opiáceo sino un opioide (compuesto de origen sintético que tiene afinidad por los mismos receptores que los opiáceos) lo que venía. Era el tramadol.
¿Qué quedaba tras eso? Pues nada en la naturaleza, que fuera equivalente, y entraba la química en juego: ya no era un opiáceo sino un opioide (compuesto de origen sintético que tiene afinidad por los mismos receptores que los opiáceos) lo que venía. Era el tramadol.
El tramadol es un opioide sintético
creado por Grünenthal (los de la Talidomida, que crearon miles de
deformes y abortados) en la “Alemania del Este - RFA” en los años
70, y comercializado allí en 1977. ¿Por qué? Desde el final de la
segunda guerra mundial, y antes, se buscaban compuestos que tuvieran
acción sobre el dolor de la misma forma que los opiáceos, pero sin
necesidad de depender de los suministros de opio de terceras partes.
El tramadol era sintético y se podía producir a demanda. Sus
efectos parecían ser suaves comparados con los de la morfina: apenas
tenía 1/10 parte de su potencia, y eso lo hacía manejable para más
indicaciones. Y además, caía fuera de todo tipo de fiscalización
internacional sobre drogas.
Prometía ser un best-seller en una
época en que se dificultaba el acceso a los opiáceos más
tradicionales. Y lo fue durante un tiempo, también en España, que
se podía adquirir sin receta ni demasiadas preguntas como ocurría
con la codeína hasta hace un lustro. El problema es que el nuevo
medicamento, como ocurrió con los tremendos efectos secundarios de
la talidomida, traía una parte que no se conocía en sus acciones.
El tramadol no sólo “afectaba” al sistema endógeno opioide con
el que se controla el dolor en el cuerpo, sino que afectaba también
a ciertos neurotransmisores como son la serotonina y la
noradrenalina, que regulan funciones esenciales en los mecanismos del
ánimo, percepción, deseos, emociones, razonamiento y sueño;
afectaba mucho más que un opiáceo a la psique humana.
De hecho, el tramadol podría definirse
como la extraña criatura nacida de un opioide sintético y un
antidepresivo como el Prozac (inhibidor de la recaptación de la
serotonina), todo en la misma molécula.
¿Esto es un problema? Pues sí, y muy serio; imagina que cada vez que sientes dolor y tomas una aspirina o un ibuprofeno, tomases a la vez una dosis de Prozac con todas las consecuencias de algo así. En un uso puntual, no debería ser un grave problema, pero en el uso crónico -por su efecto pseudoantidepresivo- te puede dejar la cabeza como una grillera (conocemos ya alguna mente tarada por el tramadol) si no la tenías ya de antes.
No sólo funciona como un opioide, provocando dependencia física, sino que también lo hace desajustándote la cabeza, hasta el punto que está prohibido su uso en personas con problemas mentales y tendencias suicidas, ya que las aumenta en sujetos con morbilidad previa.
¿Esto es un problema? Pues sí, y muy serio; imagina que cada vez que sientes dolor y tomas una aspirina o un ibuprofeno, tomases a la vez una dosis de Prozac con todas las consecuencias de algo así. En un uso puntual, no debería ser un grave problema, pero en el uso crónico -por su efecto pseudoantidepresivo- te puede dejar la cabeza como una grillera (conocemos ya alguna mente tarada por el tramadol) si no la tenías ya de antes.
No sólo funciona como un opioide, provocando dependencia física, sino que también lo hace desajustándote la cabeza, hasta el punto que está prohibido su uso en personas con problemas mentales y tendencias suicidas, ya que las aumenta en sujetos con morbilidad previa.
¿Por qué vender algo tan tóxico vs. otros fármacos?
Pues como ya he explicado, por una
concepción moral y proselitista de la política de drogas: al estar
bajo la lupa los derivados del opio, estos otros venenos se escapaban
del control y eran prescritos como en otro tiempo se hubiera
prescrito la codeína para la tos o el opio para el dolor. Los
médicos no querían problemas, los farmacéuticos tampoco, y tener
que recetar fármacos fuertemente fiscalizados (como la morfina) es
tedioso y puede resultar en problemas para el prescriptor. El
tramadol parecía contentar a muchos ya que venía a ocupar el hueco
de algo que había sido prohibido, pero con unos daños orgánicos y
costes mucho mayores.
De no ser por la guerra contra las
drogas, el tramadol nunca hubiera llegado al mercado farmacéutico,
debido a su perfil mitad opioide mitad antidepresivo.
¿Puede el tramadol explicar algo de Boko Haram?
Pues no. No más allá de
comportamientos equivalentes al abastecimiento de tabaco y alcohol en
nuestros ejércitos. La zona de influencia de estos grupos es una
zona de mayoría islámica en la que el alcohol ha estado siempre
sancionado, así que los momentos de relajación que aquí se pasan
tomando unas copas, allí han de buscar otros vehículos
psicoactivos, como puede ser cualquier fármaco psicoactivo al que
puedan tener acceso. La cocaína es muy cara, y si la ven por allí
no es para consumirla sino para traficarla hacia el norte de África.
La anfetamina, se va a países con mayor poder adquisitivo. Salvando
la excepción de algunas plantas psicoactivas que hay en distintas
zonas de África, de forma reducida y local, lo único que les queda
es colocarse con pastillas baratas todavía legales.
Y ahí, ocupando el hueco de un
analgésico de acción opioide, está el Tramadol que se vende sin
ningún tipo de prescripción ni control, por no estar fiscalizado en
esos países.
¿No sientes miedo ni dolor si tomas tramadol?
No. Esto es totalmente falso. El efecto
del tramadol es, en primera instancia, el mismo que el de la codeína
con respecto a la potencia por peso, dejando a un lado los efectos
“psíquicos” sobre los neurotransmisores mencionados. Te alivia
el dolor, te ayuda anímicamente a soportar lo negativo, y hace las
sensaciones duras del entorno, menos duras. ¿En qué grado? Pues si
lo usas con cierto punto de normalidad, en un grado medio, y si lo
usas de una forma abusiva buscando evadirte de tu realidad,
dependiendo de tanto como tomes. Pero pasando de una dosis media para
una persona con tolerancia, el efecto será similar al de una dosis
fuerte de opio, y eso te incapacita para estar de pie y correr, y
para todo lo que no sea “vegetar”.
¿Tiene sentido ir a la guerra colocado de tramadol?
Pues en el lado práctico del asunto,
no. Sería como ir a la batalla borracho: sólo disminuyes las
posibilidades de salir bien parado. Y sólo lo podrían hacer, sin
fracasar de entrada o volarse la cabeza ellos mismos, quienes
estuvieran acostumbrados a estar ebrios o colocados, como estado
habitual. Cierto es que, frente a las atrocidades que se ven en la
guerra y en el terrorismo, el alcohol o los opioides pueden ser mejor
para algunas personas que enfrentarse a todo eso sin ninguna ayuda.
Pero en cuanto a sustancia con utilidad para la batalla o el
asesinato, son precisamente las menos indicadas; tiene mucho más
sentido usarlas posteriormente para procurarse cierto descanso
psíquico y facilitarse el reposo.
Algo de historia sobre el uso de drogas
y los ejércitos.
Vincular sustancias psicoactivas y
leyendas sobre ejércitos no es nada nuevo. La palabra asesinoen nuestro idioma, deriva de “hashís”. Hace unos siglos una
secta dirigida por un hombre al que llamaban “el viejo de la
montaña” realizaba asesinatos por encargo, y esa secta era
llamada “los del hashís” porque esta era la recompensa y la
forma de convencer a sus sicarios para ir a la guerra: les
suministraba hachís en dosis altas, de manera que les hacía sentir
que iban al paraíso y en ese estado acababan siéndole fieles (por
el hashís, sí, pero también por el dinero, la seguridad, la
alimentación, los privilegios) y obedeciendo sus órdenes para
seguir en el grupo.
Sin embargo, no es infrecuente ver explicado ese hecho en base a supuestas propiedades farmacológicas del hashís, que harían a cualquier simple persona que lo tomase, una máquina de matar sin miedo ni dolor. Seguro que todos habéis visto fumar hashís... ¿os parece que el estado que provoca sea compatible con una batalla a vida o muerte? Pues eso, más sentido común y menos especulación alocada, por favor.
Sin embargo, no es infrecuente ver explicado ese hecho en base a supuestas propiedades farmacológicas del hashís, que harían a cualquier simple persona que lo tomase, una máquina de matar sin miedo ni dolor. Seguro que todos habéis visto fumar hashís... ¿os parece que el estado que provoca sea compatible con una batalla a vida o muerte? Pues eso, más sentido común y menos especulación alocada, por favor.
Ciertos vikingos tomaban -supuestamente- un preparado de Amanita muscaria, seta psicoactiva, para entrar en un trance destructivo sin
igual, en el que matar era lo más básico. Yo y otros miles de
personas hemos tomado esa seta, y sus efectos psicoactivos no
recomiendan entrar en batalla, si no es dentro de una cama. El primer
efecto es una embriaguez similar al alcohol, luego un intenso estado
de sopor, y luego si uno supera esa fase, una supuesta fase de
sentidos aumentados y alteraciones visuales (macropsia y micropsia).
No parece muy adecuado para ir a buscar bronca, pero ahí está la
leyenda.
Un caso real de uso de opiáceos y/o
opioides combinados con otras drogas en la planificación real de una
contienda militar ocurrió con las DivisionesPanzer que Alemania lanzó en la II Guerra Mundial, que iban
sostenidas en su despliegue con anfetaminas para estimular, quitar el
hambre y el sueño, y opioides para quitar la sensación física de
dolor, así cómo disipar ansiedad y tensión. La combinación de
estos dos fármacos les permitió avances nunca vistos en velocidad
de despliegue, pero pronto pudieron comprobar que las ventajas de la
anfetamina se convertían en desventajas cuando se superaban 2 ó 3
días de uso mantenido (el deterioro mental y cognitivo es muy grande
y no se repara mientras no se descanse adecuadamente y exista una
alimentación correcta).
También en España durante la Guerra Civil se usaron generosamente, importadas desde
Alemania desde el año 1932. Ninguna guerra ha sido ajena a la
búsqueda de remedios que aumentasen la vigilia y atención, la
resistencia o la moral de las tropas.
Sin embargo, la anfetamina (dextro-anfetamina o su forma racémica) sigue siendo unade las herramientas de uso puntual de varios ejércitos, como el deUSA, quienes facilitan unas dosis de anfetaminas a sus pilotos
cuando salen en una misión, para favorecer su resistencia, aguante y
concentración. Una dosis adecuada, para no convertir a sus pilotos
en kamikazes que se lancen contra los objetivos hasta la muerte, como
ocurría con los pilotos japoneses en la II Guerra Mundial, empapados en anfetaminas.
A mi madre, en el año 1963, se la ofreció una monja para ayudarla con los exámenes (esta religiosa usaba anfetaminas para prepararse la carrera de Pedagogía), ya que era normal en España usarla así y no tenía estigma de ningún tipo. De una forma muy similar al dopaje intelectual en USA hoy día con el Adderall.
A mi madre, en el año 1963, se la ofreció una monja para ayudarla con los exámenes (esta religiosa usaba anfetaminas para prepararse la carrera de Pedagogía), ya que era normal en España usarla así y no tenía estigma de ningún tipo. De una forma muy similar al dopaje intelectual en USA hoy día con el Adderall.
Todos los ejércitos del mundo, siguen
a día de hoy, la búsqueda de fármacos y aplicaciones que les den
ventaja en el escenario de batalla. La farmacología y otras áreas,
son sólo algunos de los caminos a usar.
¿Y qué hay de cierto en lo que se
dijo del Captagon, la droga con la que ISIS mataba sin sentir
empatía?
Otro caso similar e igualmente falso.
El Captagon
no es más que el nombre comercial de un antiguo compuesto,
fenetilina, en cuya molécula iban una de anfetamina y una de cafeína
unidas, y se liberaban ambas dentro del cuerpo humano. Esto lo hacían
de esta forma porque la cafeína, además de estimular, alarga la
eliminación de las anfetaminas (duran más).
Y su efecto, es el
mismo que si uno de nuestros niños occidentales que toma Elvanse
(dextro-anfetamina con lisina a 120 euros 30 pastillas en la
farmacia, prescrita para el síndrome de hiperactividad y déficit de
atención - TDAH) y un café. O el mismo del speed hispano, que es
anfetamina y cafeína, a 20 euros el gramo.
No es que ISIS tuviera una preferencia
por esa droga, es que esa es la droga estimulante que hay en ese
entorno y que se usa como ayuda en su labor, por sus efectos.
Culturalmente es la que conocieron, y ahora sus mercados negros
siguen produciendo pastillas falsas de Captagon, que son meras
mezclas de anfetamina y cafeína. Es el equivalente a la anfetamina
de los alemanes, o a la de los pilotos japoneses y norteamericanos,
sin mayor diferencia. Si ISIS estuviera localizado en Asia, usaría
“yaa-baa”o metanfetamina pura, que es lo que allí hay.
¿Por qué esta información tendenciosa en prensa?
Pues porque la prensa no tiene ya un
interés informativo ni formativo, lo tiene competitivo. Se compite
por ver quién genera el mejor titular (aunque viole la verdad), por
quién obtiene más lectores y quién consigue mayor influencia.
A la prensa nunca le han interesado los
lectores bien formados que puedan cuestionar sus historias, y en
España por desgracia, tras años de inquisición farmacológica y
oscurantismo, la prensa sigue usando a las drogas como el aderezo del
hombre del saco. Son las drogas las que aparentemente explican cosas
inexplicables, ya que esas sustancias tienen el poder de hacer que
las personas pierdan su voluntad y capacidad de decisión... nos
repiten incansables. Y quieren que creas que, por el mismo fármaco
que tiene tu abuela en casa o que le prescribieron a tu madre cuando
tuvo aquella caída, las personas pierden su ser y se convierten en
monstruos asesinos sin conciencia ni sentimientos.
Y tampoco es de extrañar esto, ya que
durante muchos años se ha usado el consumo de drogas y/o alcohol
como un atenuante o incluso eximente en agresiones, robos,
violaciones y asesinatos, como si por haber tomado una sustancia
quedases “sin responsabilidad” por tus actos; cuadra
perfectamente con el concepto de droga que mucha gente tiene aún,
por el cual es incompatible el consumo con el libre albedrío del
individuo.
No quiero cerrar este texto sin una
alusión a un caso que alguno recordará aún: la parricida de
Santomera, Francisca González. En el año 2002, esta mujer mató a
sus dos hijos menores (de 4 y 6 años de edad) asfixiándoles con el
cable del teléfono, sólo para hacerle daño a su pareja.
En la declaración inicial antes la policía, dijo que lo habían hecho unos extraños que entraron en la casa, y mantuvo esa versión hasta ser detenida durante el entierro de sus hijos. Entonces la historia se reformuló y la asesina, escudándose en un supuesto consumo de 5 gramos de cocaína, dijo que no recordaba nada y que no era capaz de diferenciar realidad y alucinaciones por culpa de la cocaína y el alcohol. Y de pasó culpó a su marido de haberla iniciado en el consumo y de traficar con drogas.
La parricida en el entierro, momentos antes de ser detenida.
En la declaración inicial antes la policía, dijo que lo habían hecho unos extraños que entraron en la casa, y mantuvo esa versión hasta ser detenida durante el entierro de sus hijos. Entonces la historia se reformuló y la asesina, escudándose en un supuesto consumo de 5 gramos de cocaína, dijo que no recordaba nada y que no era capaz de diferenciar realidad y alucinaciones por culpa de la cocaína y el alcohol. Y de pasó culpó a su marido de haberla iniciado en el consumo y de traficar con drogas.
De nada sirvió, fue condenada a 40 años y ha tardado 14 años en disfrutar del primer permiso
penitenciario. Dicen que ya asume su crimen...
Flaco favor es el que nos hacemos como
sociedad si nos creemos estas mentiras por las que buscan
convencernos que de ciertas sustancias tienen la capacidad de
arrebatarnos la voluntad. El mismo flaco favor que nos haríamos como
sociedad si damos pie a quienes usan drogas -alcohol o tabaco
incluidos- o se involucran en comportamientos adictivos sin
sustancias -sexo, juego, adrenalina por riesgo- para justificar así
(como falsas víctimas de una sustancia o acción que les roba el
albedrío) sus comportamientos.
El derecho a usar drogas es un
ejercicio de nuestro derecho como individuos y hunde sus raíces en
el mismo lugar en el que se gesta la responsabilidad (accountability
en inglés) derivada de nuestras acciones.
Dejemos de usar las drogas para
justificar los monstruos que surgen de la condición humana.
Este texto fue publicado en Disidencias.