Con este texto iniciamos el décimo-tercer año de la Drogoteca como blog de información sobre drogas y otros asuntos. En este caso, el texto que os traemos, es una vivencia de hace menos de un mes, en el que a una paciente que tomar mórficos (pautados por sus médico especialistas en tto. del dolor) se la deja sin medicar adecuadamente o incluso se la medica con fármacos que no deberían usarse. Todo esto en el curso de un ingreso de urgencia en el Hospital Clínico Universitario de Salamanca. Los pacientes que usan opiáceos, aunque sean estos prescritos por un médico, se tienen que asegurar sobremanera de que a otros médicos no les dé por ignorar su medicación, en un acto de negligencia que les puede enviar al infierno del Síndrome de Abstinencia de Opioides o SAO, como ocurrió en este caso a pesar de encontrarse en un hospital que tiene infinidad de recursos para evitar dicho problema,
Sin más preámbulos, aquí os queda el texto con el que iniciamos 2019.
Deseándoos lo mejor en este año, vamos con ello.
---
problema. A
las 5 de la mañana del jueves, finalmente le dicen las enfermeras a
la hija que no le van a poner ninguna medicación opioide, lo cual
contradice totalmente lo hablado con el médico psiquiatra que nos
aseguró que le podrían rápidamente un opioide agonista total.
Sin más preámbulos, aquí os queda el texto con el que iniciamos 2019.
Deseándoos lo mejor en este año, vamos con ello.
---
Tortura y mala praxis en el
Hospital
Clínico de Salamanca.
Este texto recoge lo vivido por una
paciente -usuaria de opioides por prescripción médica- y sus
familiares, hace tan solo unos días, en el Hospital Clínico
Universitario de Salamanca. El uso del término “tortura” en el
título refiere al uso de la abstinencia de opioides sin motivo
médico que lo justifique, como lo recoge el informe del “Relator
Especial sobre la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o
degradantes” del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en donde se
recoge que “Una forma particular de malos tratos, y posiblemente de
tortura, infligidos a los consumidores de drogas es la denegación
del tratamiento de sustitución de opiáceos, provocando los
dolorosos síntomas propios del síndrome de abstinencia”.
Eso fue lo sufrido por Mary, quien desde su entrada en las urgencias de dicho hospital hasta que
se atendieron correctamente los problemas derivados de la abstinencia
a opioides, pasaron 4 días en los que no se trató correctamente el
problema, administrando otros medicamentos para enmascarar los
síntomas o incluso un medicamento -Buprenorfina- cuyo uso presenta
una contraindicación directa en pacientes tratados con analgésicos
opiáceos y opioides, ya que provoca directamente un Síndrome de
Abstinencia a Opiáceos o SAO.
Cabe resaltar que la paciente es una
enferma que está en tratamiento en la “Unidad del Dolor”, por lo
que sus opioides están pautados y definidos claramente, de manera
que cualquier hospital pueda encargarse sin dificultad de ese
aspecto, ya que existen infinidad de medicaciones opioides que pueden
ser administradas por diversas vías, de la anal a la intravenosa, de
la oral a la transdérmica.
Quede claro que la intención de este
texto es exponer públicamente la mala praxis, las negligencias
médicas y el desinterés por el dolor de la paciente que muchos de
los supuestos profesionales sanitarios de dicho hospital, mantuvieron
en este caso.
No es la intención de este texto atacar a todos los
profesionales que trataron a Mary, ya que aunque pocos hubo
algunos que no sólo hicieron su trabajo correctamente, sino que
demostraron un interés y una atención genuinas ante una mujer a la
que se le estaba haciendo sufrir una odisea de dolor sin necesidad
alguna ni criterio médico que lo pueda justificar; a estos
profesionales, a quienes les agradecimos personalmente su atención,
volvemos a agradecerles sus actos sin los que Mary hubiera sufrido una agonía mucho más inhumana que la ya vivida.
Primer día:
En las primeras horas de la madrugada
del lunes día 14 de enero de 2019, llegamos a las urgencias del
Hospital Clínico Universitario de Salamanca con una mujer -de 52
años- que había ingerido amoniaco por equivocación (se encontraba
en una botella de agua mineral, sin ninguna indicación sobre su
contenido). La acompañamos su hija -que estaba presente en el
suceso- y yo, a quien llamaron pidiendo auxilio al producirse el
accidente.
Se atiende a la paciente con celeridad,
dada la extrema gravedad que puede implicar algo así, e
inmediatamente se le piden distintas pruebas (gasometría, analítica,
rayos X y una gastroscopia) y se empieza a administrarle medicación
intravenosa. Al cabo de una hora aproximadamente, se decide que se va
a quedar ingresada en observación en las camas de urgencias.
En ese momento, cuando la paciente va a
pasar al cuidado del hospital de forma íntegra, la hija y yo informamos al médico que la estaba tratando de que la paciente está
en tratamiento en “Unidad del Dolor” y que tiene pautados
opioides para diversas cuestiones. Le informamos de la medicación
exacta que tiene prescrita (200 mg de Tapentadol, 1 pastilla de
liberación retardada cada 12 horas) y de cuando fue la última vez
que la paciente la tomó (unas 10 horas antes), para que puedan
controlar la necesidad de opioide en sangre y le administren el
fármaco o un equivalente, ya que prácticamente cualquier opioide
servirá para controlar ese aspecto.
Es en ese momento cuando recibo la
primera indicación de que los profesionales que la están
atendiendo, a lo mejor no son tan profesionales. El médico con el
que yo hablaba, al comentarle que es una paciente con opioides
(sustancias como la morfina) pautados de por vida, me contesta que
“pensará en ponerle un poco de naloxona”. ¿¿Qué dice este
tipo??
Me quedo tremendamente sorprendido de que el médico diga que
le va a poner algo que es justo lo contrario que debería hacer, y
directamente le informo de que lo que ha dicho no tiene sentido: la
naloxona es el antídoto de los mórficos que se pone cuando hay
sobredosis, y la paciente se enfrentaba al problema contrario
(infradosis).
Le hago ver al joven -e inexperto-
médico la incongruencia de lo que ha propuesto, y que administrarle
naloxona provocaría -en menos de un par de segundos- un Síndrome de
Abstinencia a Opioides (SAO) a la paciente, con síntomas como de
dolor intenso en todo el cuerpo, vómitos, diarrea y agitación
extrema, que son justo lo contrario de lo que la paciente necesita.
Esto es mucho más necesario en su caso, ya que la forma de proceder
ante un accidente de este tipo es evitar causar vómitos como primera
medida, para que el líquido cáustico ingerido no cause más
abrasiones en traquea, esófago y cuerdas vocales.
El médico ve a las enfermeras allí
presentes, asentir con la cabeza a lo que le he explicado sobre la
incoherencia de su propuesta, y se la guarda en los calzoncillos ya
que la van a ingresar y quedará al cuidado de otros médicos. Nos
piden a los familiares que vayamos a casa a buscar dicha medicación
analgésica “por si no la tienen en el hospital”, asegura. Esto
es muy extraño, ya que lo lógico es que sean ellos quienes
controlen la medicación del paciente, y en el hospital existen
infinidad de medicaciones que son “equivalentes” a la medicación
que Mary, la paciente, tiene prescrita. A pesar de eso, nosotros lo
hacemos y al cabo de una hora, mientras la paciente pasa a ser
ingresada en las camas de urgencias, volvemos con la medicación de
la mano y la mostramos a los médicos que en ese momento la están
tratando.
Los nuevos médicos nos informan de
que, hasta que no se le realice una gastroscopia para determinar el
alcance de las lesiones, no se le puede administrar por vía oral ni
alimentos ni bebidas ni medicación alguna. Nadie ha dicho que tenga que ser por vía oral, y les indicamos que en ese
momento ya está claramente entrando en un estado de falta de
medicación opioide, por las horas que lleva desde que tomó su
última dosis. Nos responden que no nos preocupemos por ello, que
ellos saben cómo gestionar esos asuntos y tienen recursos de sobra
para no tener que usar la vía oral (lo cual es totalmente cierto).
A primeras horas de la mañana de ese
mismo lunes, Mary pasa a ser ingresada en planta, en concreto en la
de medicina interna e infecciosos (planta 6ª). Una vez más,
volvemos a informar a los médicos (en esta ocasión, a los nuevos
médicos de planta) de la situación completa, y de su falta de
medicación en el cuerpo. Nos dicen que toman nota y que “a ver si
hay suerte y se le puede dar su pastilla tras la gastroscopia”.
Nos
extraña esa preferencia que manifiestan de que seamos los familiares
los que le demos la pastilla y del uso de la vía oral, que ha sido
abrasada por amoniaco y que ha vomitado todo el contenido del estómago,
bilis y bastante sangre coagulada.
Se llevan a la paciente a hacerle la
gastroscopia, que revela lesiones de diversa índole y que sólo
permiten -en teoría- administrar agua, en pequeña cantidad, hasta
que la paciente vaya mejorando. En este momento es cerca de la 1 de
la tarde, y la paciente queda ingresada en la planta 6ª por el
momento. Durante esas horas, la paciente entra abiertamente en un SAO
(abstinencia a opioides) y se empieza a agitar, a sentir dolor, a no
poder dormir, y especialmente a vomitar intensamente el poco agua que
consigue beber, mezclada aún con bilis y sangre.
Le comento a la enfermera jefe de
planta que la paciente está en pleno síndrome de abstinencia, y que
así no es posible que dejé de vomitar ni que se pueda distinguir
qué síntomas pertenecen a la intoxicación por amoniaco y cuáles a
la abstinencia. Ante eso, la enfermera, nos dice que la mediquemos
nosotros mismos, que le demos “su pastilla” ya que la tenemos.
Le
expresamos nuestra extrañeza con ese proceder, ya que por una parte
tienen lesiones en todo el tracto esofágico y por otra que la
pastilla es un comprimido “retard” que tarda varias horas en
disolverse en el estómago, y que es muy improbable que -ya en
síndrome de abstinencia, coloquialmente conocido como “mono”- la
paciente consiga retenerla el tiempo suficiente para poder
beneficiarse de ella.
La enfermera nos insiste y nos dice que
no hay problema, que se la demos. Los familiares administramos a la
paciente la pastilla. Al cabo de 20 minutos, y a pesar de los
esfuerzos de la paciente, vomita de nuevo todo el contenido del
estómago. Informamos a la enfermera de que la vía oral no nos sirve
y de que ha vomitado todo de nuevo, a lo que la enfermera nos dice
que “entonces no podemos darle nada ya”.
Se refiere a los
familiares, que no podemos administrarle otra pastilla porque no
sabemos qué dosis puede haber sido absorbida, pero en el hospital
existen medicaciones equivalentes para otras vías como la rectal, la
intramuscular, la subcutánea, la intravenosa o la transdérmica; no
entendemos cómo están dejando a una paciente -que proviene de
“Unidad del Dolor” con un tratamiento pautado que no se puede
suspender- sin medicación que evite el síndrome de abstinencia (en
esencia exactamente igual que el de un toxicómano adicto a la
heroína, pero con fármacos legales prescritos por un médico
especializado).
La paciente se sigue agitando, cada vez
más hasta enredarse en la cama con los tubos del oxígeno y las vías
puestas para darle medicación intravenosa y administrarle suero. Eso
nos hace tener cierta evidencia de que la paciente no llegó a
absorber nada del medicamento por la vía oral (como era de esperar)
y de que su situación se va a complicar mucho más en las siguientes
horas, a medida que avance el desarrollo del síndrome de abstinencia
en su cuerpo, y acudimos de nuevo a plantear el asunto a la
enfermera, ya que en la tarde no hay más médico que el de guardia.
Dicha enfermera nos dice en ese momento, que la van a bajar a la
planta de digestivo (5ª planta) y que allí tratarán a la paciente.
Son en ese momento cerca de las 7 de la tarde, y la paciente lleva 17
horas en el hospital ya.
Cerca de las 8 de la tarde se procede a
trasladar a la paciente a su nueva habitación y planta, con otro
nuevo “staff” médico y de enfermeras de planta. Una vez que ha
sido trasladada su nueva localización, volvemos a iniciar el proceso
de buscar al médico responsable (que no hay en la tarde) o en su
defecto a la enfermera que pueda hacer algo como llamar a un médico
de urgencias a atender el caso. Cuando lo logramos, nos dicen que
ellas se van ya y que se lo digamos a las enfermeras del turno
siguiente, mientras la paciente se va poniendo cada vez peor y se
queja más insistentemente de dolor (dice que se ve morir de dolor,
concretamente) mientras no para de vomitar todo lo que entra en su
cuerpo, mezclado con sangre y bilis.
Cerca de las 9 de la noche entra el
nuevo turno de enfermería, y volvemos a ir a su cuarto a explicarles
el problema que hay y que no está reflejado correctamente en los
papeles que tienen, a pesar de haberlo expresado desde el primer
momento que se entró en el hospital. Por suerte, una enfermera se da
cuenta de la gravedad del asunto, y de que tienen a una paciente -con
lesiones en el tracto digestivo- a la que están provocando un “mono”
que hace que no pueda dejar de vomitar, lo que evidencia una mala
praxis en los cuidados que le están dando.
Esta enfermera, a quien
agradecemos su comportamiento y profesionalidad, avisa inmediatamente
al médico de guardia para que resuelva sin retraso la situación,
que es tan simple como administrarle cualquier otro agonista opiáceo
(como su medicación) por una vía que no sea la oral, por razones
obvias y nos dice que no entiende cómo han dejado pasar en urgencias
y en la 6ª planta algo así, sin atenderlo hasta ese momento que
ella da la voz de alarma. Le indicamos que nosotros tampoco, y que lo
hemos estado reclamando e indicando desde que entramos en el
hospital, hace casi 20 horas ya.
La médico de guardia no aparece, la
paciente se va poniendo peor, y la enfermera de la 5ª planta viendo
el cuadro, vuelve a llamar a la médico por segunda vez cerca de las
10 de la noche, indicándonos a la familia que dichas llamadas quedan
registradas a todos los efecto.
Finalmente cerca de las 22:20 la
médico de guardia aparece y viene a ver a la paciente y a hablar con
los familiares (con su hija y conmigo). Le indicamos lo mismo que
llevamos indicando a todos los médicos que la han tratado durante
toda la estancia de la paciente, y la médico nos da la razón viendo
a la paciente en pleno “mono” o abstinencia, retorciéndose
inquieta en la cama.
En ese momento, la médico de guardia
nos dice que le van a poner un parche transdérmico de fentanilo (un
potente agonista opioide) y además una inyección de metadona. Le
pregunto que para qué la inyección de metadona si le van a poner un
parche de fentanilo (coloquialmente conocidos como “parches de
morfina” a pesar de no tener morfina), y nos dice que es para
frenar el SAO en el acto, ya que el parche de fentanilo tarda unas
horas en hacer efecto completo y la paciente, por la falta de
medicación, está bastante afectada con lo que reducir el tiempo que
está en abstinencia es esencial. La hija de la paciente y yo
quedamos ya tranquilos, porque parece que al fin se toman el tema en
serio y le van a administrar fármacos equivalentes a su opioide para
que no esté “de mono”.
Son las 23 horas del lunes, llevo casi
22 horas en el hospital intentando que atiendan correctamente a la
paciente, y el parking está a punto de cerrar; me voy a mi casa y
queda al cuidado de la paciente su propia hija, durmiendo en el
hospital. Al poco de llegar a casa me dice que le han puesto una
inyección, y que luego le han puesto un parche. Ambos nos quedamos
pensando que han hecho lo que la médico de guardia dijo que iban a
hacer, darle fentanilo y metadona.
La paciente finalmente se relaja con la
inyección de metadona -de efecto inmediato y larga duración- cae dormida y cesan los vómitos.
Segundo día:
Al día
siguiente -martes- Mary pasa el día dormitando, pero en la
noche del martes a miércoles, la paciente empieza de nuevo a
agitarse y a vomitar, lo cual no tiene ningún sentido para los
familiares porque el cuadro es -de nuevo- el de un SAO, lo cual sería
imposible si le hubieran puesto la medicación que nos dijeron que le
iban a poner. La metadona tiene más de 30 horas de duración, y un parche de fentanilo -el que dijeron que le iban a dar- llega a las 72 horas de efectividad. Nada tenía sentido.... :P
Tercer día:
La hija de Mary me comunica que su madre se vuelve a poner "mala" (con abstinencia), y cuando llego al hospital el
miércoles, tras la hora de comer, intento averiguar qué pasa y cómo
puede estar poniéndose mala, de nuevo por falta de medicación,
cuando cualquiera de las dos que en teoría le habían administrado
era suficiente para acabar con el problema.
En ese momento, voy a hablar con
enfermería y a indicarles lo que está pasando, y que no entendemos
cómo puede ser con la medicación que le pautó la médico:
fentanilo y metadona. Además, tenemos claro que le han tenido que
administrar la metadona, por la intensidad y la duración del efecto
que la dejó prácticamente dormida 1 día entero, estando ya en
abstinencia de opioides. Las enfermeras simplemente nos escuchan pero
dicen no poder hacer nada, afirmando que ya tiene medicación puesta
para ese problema.
En la siguiente hora, mientras estamos
la hija de la paciente y yo en la habitación, hago el descubrimiento
de lo que está pasando: la hija me muestra dónde tiene el parche
colocado. Cuando voy a ver si es que hay algo que esté bloqueando la
absorción o que se le haya despegado el parche de fentanilo, con
alarma descubro que nos han mentido: no le han puesto un parche de
fentanilo (que son transparentes y muy finos) sino que lo que tiene
colocado es un parche de Buprenorfina (su exterior es de esparadrapo
marrón y son gruesos) que resulta ser el único analgésico que no
se le puede administrar a alguien que está tomando opioides.
La buprenorfina, en lugar de ser un
agonista puro, es un agonista parcial; administrar buprenorfina a una
persona que está bajo medicación opioide, equivale a que ambos
fármacos entren en conflicto, y el paciente se vea arrojado a un
Síndrome de Abstinencia, pues la buprenorfina se comporta como un
antagonista de los opioides en ese caso.
Es un error tan tremendo
como darle penicilina a un alérgico a la misma, pero además es una
mentira que han mantenido ante la hija y ante mí, a quienes nos
informó la médico de que le iban a poner un parche de fentanilo. Si
el problema no había explotado antes, es porque la medicación
administrada como parche tarda mucho más en hacer efecto que la
inyectada, y hasta el momento la metadona había podido hacer efecto,
pero ya no podía cuando la cantidad de buprenorfina en la paciente
llegó a cierto nivel.
Dicho de otra forma, en lugar de una
medicación para atajar el problema de la abstinencia de opioide en
su cuerpo, habían dispensado otra medicación que generaba
precisamente el problema que se pretendía evitar, aunque le hubieran
dado al mismo tiempo la medicación correcta.
Inmediatamente doy la
voz de alarma y hablo con las enfermeras, requiriendo información
clara de quién había aplicado dicha medicación, cuando las órdenes
de la médico eran otras. ¿¿Quién era el o la inútil que estaba
haciendo sufrir a esta mujer con un nuevo “mono” y por tanto con
más vómitos, que abrasaban de nuevo las heridas en su tracto
digestivo?? Las enfermeras no nos facilitan dicha información, y
dicen que ellas no entienden tanto de esos fármacos, que se limitan
a ponerlos.
Finalmente consigo que un enfermero
preste atención al tema, y cuando se lo explico se da cuenta de la
gravedad del asunto, y accede a llamar a la médico de guardia en la
tarde-noche del miércoles.
El propio enfermero entiende que es una
chapuza absoluta, pero no quiere quitarle el parche de buprenorfina
que le está provocando que vuelva al síndrome de abstinencia,
porque aunque es un error y lo reconoce, puede enfrentarse a
represalias por hacerlo sin que un médico lo haya dicho.
Nosotros,
la hija de la paciente y yo, no queremos retirar el parche para que
no nos puedan acusar de haber interferido en el tratamiento médico y
no puedan expulsarnos del hospital (lo que dejaría a la paciente sin
testigos de lo que hacen con ella), pero no paramos de solicitarlo al
personal.
Finalmente, tras llamar dos veces a la
médico de guardia, se presenta cerca de las 9 de la noche y viene a
hablar conmigo y con la hija.
Es una nueva médico de guardia, no la
del primer día, con lo que tengo que ponerla en antecedentes de todo
lo ocurrido. Le digo que el lunes en la noche, su colega de guardia
en esa planta, había informado a la familia de que le iban a poner
fentanilo y metadona.
Que esa es la información que hemos tenido
durante 2 días sin que nadie nos diga que no es la medicación que
se ha puesto, y que nos hemos encontrado con que le habían puesto un
parche de buprenorfina que al ser un agonista parcial, estaba
provocando que la metadona que le dieron para frenar el mono no
tuviera efecto y la persona hubiera vuelto a estar con un fuerte
síndrome de abstinencia.
Le pregunté quién era el que había
administrado dicho fármaco, y tampoco me contestó, pero no tuvo
problema en reconocer que era una chapuza colosal y que era un
fármaco que no se podía administrar a pacientes que usaban opioides
para el dolor.
En un acto de honestidad, me dijo que
iba a llamar al psiquiatra de guardia, porque ella no tenía mucha
experiencia con esos fármacos y no tenía ni idea de cómo tenía
que proceder ahora. Pero me aseguró que lo iban a resolver y que le
retirarían el parche de buprenorfina que estaba causándole un
profundo síndrome de abstinencia. Ante estas palabras de la médico
yo me quedo algo más tranquilo, le explico lo que hemos hablado a la
hija (que no tiene formación para entender el asunto a nivel médico)
y procuro tranquilizar a la paciente, diciéndole que ya lo ha visto
la médico de guardia y que me había dicho que iban a proceder a
quitarle el parche y a darle una medicación adecuada, que iba a
venir el psiquiatra de guardia para pautarla ya que la médico no
sabía cómo proceder (palabras textuales).
Minutos después, cerca de las 11 de la
noche, abandonaba el hospital porque el parking del mismo cierra a
esa hora y me iba a mi casa a descansar, pero siguiendo en contacto
con la hija que allí se quedaba. Cuando estoy llegando a mi casa,
recibo una llamada de la hija para decirme que está allí el
psiquiatra de guardia y que ella no es capaz de explicarle lo que
ocurre, que si puedo explicárselo yo. ¿De verdad que la
comunicación entre médicos en el mismo hospital y sobre la misma
paciente no llega como para algo tan simple?
Una vez más, tengo que explicarle a un
nuevo galeno el problema, mientras la paciente se está retorciendo
de dolor y, de nuevo, vomitando todo lo que se le intenta administrar
por vía oral. La conversación con el psiquiatra de guardia fue
rápida y eficaz, le expliqué que la paciente tenía opioides
pautados desde hacía años, que por el accidente con el amoniaco no
podía tomar sus pastillas, que el lunes la médico de guardia dijo
que le iban a dar metadona y parches de fentanilo, pero que alguien
había cambiado la orden y le habían puesto un parche de
buprenorfina. Por suerte, a este profesional no le tuve que explicar
las incompatibilidades de la buprenorfina y entendió el problema a
la primera.
El psiquiatra nos aseguró -a la hija
de forma presencial y a mí por teléfono- que le retirarían el
parche inmediatamente (pasaban ya casi 6 horas desde que descubrimos
el error, y el parche seguía liberando el fármaco que causaba el
problema en la sangre de la enferma) y que le darían un opioide
agonista total, que no sabía quien había cometido dicha chapuza con
la buprenorfina pero que él sí tenía claro que eso no se podía
hacer, que no me preocupase que estaban solucionándolo ya.
Terminamos la conversación, salí del
coche y subí a mi casa, dando por resuelto el problema una vez más:
no se nos pasó por la cabeza que pudieran volver a mentirnos o a
ejecutar una mala praxis que no sólo era una tortura para la
paciente, sino que además empeoraba el cuadro por el que estaba
ingresada, ya que el vómito le abrasaba las heridas internas.
Al cabo de una hora de haberme ido, la
hija me escribe un mensaje indicándome que el parche sigue puesto,
que nadie se lo ha quitado. Me pregunta qué puede hacer, le indico
que busque a una enfermera y que le diga que 2 médicos (la médico
de guardia y el psiquiatra de guardia) ya habían dicho que retiraran
ese parche y nadie lo había hecho. Lo hace, pero las enfermeras la
ignoran, hasta que una de ellas le dice que se lo quite ella misma si
quiere...
La hija me consulta si lo puede hacer,
y finalmente decidimos quitárselo a la vista de que nadie lo hacía
y de esa contestación de la enfermera.
Bien, la primera parte que
era la medicación que le estaba provocando un mono durísimo,
solucionada. La segunda parte, que era darle un opioide para que
saliera del síndrome de abstinencia que en el propio hospital le
habían provocado, se empieza a retrasar.
Cuarto día:
A las 2:00 am del jueves,
la hija me dice que siguen sin darle nada y que se retuerce en la
cama de dolor. Poco después me manda unas fotos de una medicación
que le han puesto, que resultaba ser un “Valium” para que
estuviera algo más calmada y fármacos contra el vómito, pero
seguían sin atender el problema real (falta de opioide en sangre) y
que le decían -nuevamente- que el psiquiatra había pautado un
parche de fentanilo (como la médico del primer día) pero que no
localizaban al médico anestesista, que decían que tenía que firmar
un papel.
Mientras, Mary se retorcía en
la cama de dolor y malestar, sin que nadie atendiera su
Dicen que si se pone muy mal (¿¿no lo está ya??) que buscarán
“alguna cosa para darle”, como si fuera una limosna lo de tratar
su estado y su dolor por SAO provocado médicamente sin justificación. Aparece la palabra “olanzapina” en la conversación, pero la hija no tiene formación para entender que es
un antipsicótico, cuando Mary no tiene ningún cuadro de
psicosis o de demencia.
Cuando me llega dicha información, me
doy cuenta de que muy posiblemente le han dado dicha medicación sin
motivo alguno, porque en pacientes “agitados” -por demencia- es una
práctica habitual.
¿Quién está decidiendo administrar fármacos a
la paciente que no han sido pautados por el médico y negarle los que
el médico ha pautado? En ese momento, son las 9 de la mañana del
jueves, y en una hora me presento en el hospital.
Subo inmediatamente
a ver a la paciente y a comprobar su estado, que había empeorado
fuertemente, y me voy inmediatamente a “Atención al Paciente”
para plantearles la situación y lo que estaban haciendo con esta
persona y advertirles de que el siguiente paso que nos quedaba era
presentarnos en el juzgado de guardia y presentar una demanda,
por haber mentido -repetidamente y durante días- a los familiares
sobre la medicación y el tratamiento que se aplicaría, por mala
praxis y por administrar un antipsicótico a quien no tiene un cuadro
psiquiátrico.
Que me atendieran allí me costó una
hora y media de espera, y una vez que fui escuchado me dijeron que
ellos no podían hacer nada, que mejor hablase con los médicos de la
planta. Me dieron una hoja de reclamación y me despacharon diciendo
que si quería podía poner una queja, pero que eso no iba a ayudar a
mi familiar hospitalizado, me insistían.
Con la hoja de reclamaciones en la
mano, subí a la planta, me fui directamente a la sala de médicos y
pregunté quién llevaba a la paciente hoy, quién había ignorando
lo que el psiquiatra había pautado esa noche, y quién había
modificado lo que la médico pautó el primer día. Cero respuestas,
sólo excusas y balones fuera, hasta que pregunté por el Jefe del
Servicio, que es el más alto en esa cadena de mando; resulta que
estaba de vacaciones y no podíamos hablar con él.
Les expuse a las
médicos allí presentes (ninguna mayor de 30 años, como todas y
todos los médicos que nos atendieron en esos días) el asunto y el punto en
el que nos encontrábamos -a punto de ir al juzgado a poner todo en
manos de un juez- cuando una de ellas intentó defenderse
argumentando que la medicación que se la había puesto era “criterio
médico”, a lo que le contesté que no era criterio sino mala
praxis y que habiendo usado buprenorfina junto a un opioide en una
paciente con opioides pautados, poco íbamos a discutir eso ya que es
una contraindicación absoluta de dicha medicación, como darle
penicilinas a un alérgico: eso no es criterio médico sino
negligencia, mala praxis y negación para encubrir la chapuza
absoluta llevada a cabo con la paciente.
Salí de la sala de médicos de la 5ª
planta y me dirigí a hablar con la paciente para ir a poner la
denuncia en su nombre, cuando en ese preciso momento apareció una
médico que, curiosamente, apoyó sin dudar todo lo que le dije y
resultaba ser la que -ahora jueves- atendía a la paciente.
Esta médico me indicó que creía que todo el cuadro que estaban
viendo en la paciente, no era debido a la ingestión de amoniaco sino
a la abstinencia de opioides, provocada inicialmente por la
buprenorfina y continuada por no haberle dado medicación alguna para
ese problema.
La médico se adhería totalmente a mi tesis como
explicación de lo que pasaba y, de nuevo, nos indicaron que iban a
ponerle un parche de fentanilo. Tardaron poco en ponerlo y finalmente
lo hicieron: habían tenido otras 24 horas a una paciente con
abrasiones en tracto digestivo, con intensos dolores y vómitos que,
obviamente, no ayudaban a curar las heridas que habían provocado su
ingreso sino que las empeoraban al abrasarlas de nuevo cada vez que
el vómito era expulsado, e impedían ver la evolución real de la
paciente. Le pusieron el parche de fentanilo -finalmente- el jueves
cerca de la hora de comer. En unas 3 horas, Mary dejó totalmente de
vomitar y de referir dolor y malestar, salvo el propio del accidente
con amoniaco en su garganta.
Quinto día:
El viernes, antes de las 9 de la mañana, le
dijeron a la paciente que le iban a dar el alta, pero que primero
tenían que darle comida para ver su estado. ¿Cómo deciden darle el alta antes de conocer si puede siquiera comer?
Le llevaron comida
triturada un par de horas después, que la paciente no pudo ingerir,
consiguiendo sólo tomar algunos líquidos. No tuvieron el menor
problema en sacársela de encima y darle el alta el viernes, cuando
llevaba 5 días sin meter nada sólido en el estómago y seguía sin
poder hacerlo.
Por supuesto, el informe de alta ocultaba
todo lo sucedido en cuanto a lo que habían hecho y dejado de hacer con Mary, salvo el único paso correctamente dado: ponerle un
simple parche de fentanilo para que dejase de estar en un insufrible Síndrome de Abstinencia.
El resto de lo que ocurrió, si no es por la presencia de testigos, no hubiera llegado a saberse nunca, y la familia hubiera creído lo que los médicos le decían que iban a hacer con la paciente y que resultó ser falso en varias ocasiones: en todas menos en la última y con amenaza de denuncia por medio.
¿Es necesario que se llegue a este punto para que le den la medicación pautada a una enferma que procede de "Unidad del dolor"?
Parece ser que, en Hospital Clínico Universitario de Salamanca, sí es necesario para no caer en las mentiras que los médicos nos contaban y poder defender los derechos de una mujer que se retorcía de dolor sin motivo alguno, por la negligencia médica que se cometió con ella.
PS: Refrán ad hoc.
"Los arquitectos tapan sus errores con jardines.
Los cocineros cubren sus errores con salsas.
Los médicos esconden sus errores con tierra..."