Mostrando entradas con la etiqueta marihuana. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta marihuana. Mostrar todas las entradas

miércoles, 31 de julio de 2024

Cuando la Guardia Civil te devuelve un paquete con 7 porros de yerba!! Historia insólita y real.

 La Guardia Civil nos devolvió 7 porros de yerba... y la denunciamos!! Increíble pero real.


Esta historia es real. Le ocurrió al que aquí escribe, que iba como conductor, y a un amigo que iba de copiloto a un concierto de Jarfaiter y Denom en el pueblo asturiano de Llanes en el año 2016. Tuvimos un incidente en la carretera que apuntaba a ser el fin del viaje, pero.... sucedió algo increíble. No sólo no nos quitaron el coche, ni nos hicieron drogotest, sino que nos devolvieron un paquete con 7 porros de 2 gramos de yerba cada uno (trompetones). Pero ahí no terminó la cosa.


Aquí os dejo el relato el inicio del asunto, y del final: delante de un juez que -milagrosamente- nos dio la razón y se la quitó a la Guardia Civil, con la ayuda de Recurreitor "Carlos Nieto" el abogado. Espero que la disfrutéis y que sirva para que veáis que nunca hay que rendirse con las injusticias.

Así fue publicada en su día.



-+-+-+


El día 16 de septiembre de 2016, dos personas salían de Salamanca para dirigirse a Llanes - un pueblo de Asturias- para ver un concierto que se celebraba en dicho lugar. Hacían el viaje en el coche de uno de ellos, de 42 años de edad, yo, que era el conductor al mismo tiempo. El otro pasajero, Miguel, y protagonista involuntario de esta historia, era un chico -de apenas 20 años- al que el conductor había invitado a acompañarle en el viaje y al concierto, cubriendo todos los gastos de la invitación por su mayor capacidad económica.


Cuando se encontraban ya de camino por la provincia de Zamora, vieron cómo la autovía se estrechaba en lo que inicialmente pensaron que eran obras, pero resultó ser un control de la Guardia Civil. Les pararon, y rápidamente encontraron la marihuana de autocultivo que el conductor (de iniciales A.H.C.) consume como parte de su tratamiento contra el dolor crónico por sufrir “Poliartritis Reumatoide”, y por el que lleva siendo tratado con benzodiacepinas, morfina y fentanilo desde hace ya más de un lustro. De hecho, la prescripción médica de estos fármacos permite a dicho conductor utilizarlos para manejar sus dolores, y no verse sancionado por su uso ni tenencia en lugar público (o vehículo) pero aunque sus doctores son conscientes de que usa cannabis desde hace décadas, no pueden ayudarle prescribiéndoselo, a pesar de que le sirve para no tener que utilizar tantos mórficos o benzodiacepinas. 


En el registro del coche (en el que Miguel simplemente iba de copiloto) se encontraron una bolsa con unos 4 gramos de marihuana y un paquete de tabaco con 7 trompetas de marihuana, ya liadas. Ambas cosas se encontraban en un cajón muy poco visible del coche, que se encuentra bajo el asiento del acompañante. Tras el nerviosismo inicial que esas situaciones provocan, A.H.C. terminó reconociendo que el cannabis era suyo, y que además tenía prescritos morfina y otros fármacos por el dolor. Miguel simplemente dijo que no era suyo nada de lo que allí había. 





Los 2 guardias civiles se retiraron a una furgoneta a terminar de tomar los datos y para extender la correspondiente sanción por posesión de cannabis, en principio y como marca la ley, al responsable del vehículo en que se encuentra la droga. Un par de minutos después, uno de ellos volvió con el paquete de tabaco que contenía 7 trompetas de marihuana que A.H.C. llevaba consigo para su tratamiento del dolor, y se lo devolvió diciendo “Toma, con lo de la bolsa ya tenemos suficiente para la multa”. Todo un detalle inesperado, que la Guardia Civil devolviese un paquete con 7 trompetas de marihuana a alguien que va conduciendo en una autovía, pero dado que se trataba de un enfermo que tenía prescripciones de fármacos mucho más fuertes, se puede entender como un gesto a agradecerles, dadas las especiales circunstancias. 


Miguel simplemente fue cacheado (no llevaba nada), fue identificado y, tras todo el tedioso proceso, se volvió a montar en el asiento del copiloto para seguir viaje hacia ese concierto que iba a ver en un pueblo asturiano, invitado por su amigo. Y el viaje terminó sin más novedad.


Sin embargo, casi un año después, Miguel recibe una carta en la que le imputan una falta por tenencia de cannabis, en ese control policial. ¿Cómo podía ser eso? Consultó a A.H.C. para ver si es que habían multado a los dos ocupantes del vehículo, pero el conductor no recibió multa alguna. En un gesto de buena voluntad, se pusieron en contacto con el abogado Carlos Herrero Nieto, conocido como Recurreitor, y le explicaron que Miguel no tenía nada que ver y que era todo propiedad del conductor.


Ante el conocimiento de estos hechos, y con una declaración jurada por parte de A.H.C. como conductor y responsable del vehículo (Miguel ni siquiera tiene carnet de conducir), recurrieron en vía administrativa contra la sanción -siempre en tiempo y forma- solicitando que la sanción incorrectamente puesta a Miguel, fuera anulada y transferida al conductor del vehículo: único responsable legal de lo que hay en su interior. Pero a pesar de que ambas partes implicadas estaban de acuerdo en la responsabilidad del asunto, la Guardia Civil se negó al cambio.

Pensando que era una contestación poco meditada, por pura inercia administrativa, se les hizo ver -en un segundo recurso- que los hechos que narraban por un lado reconocían que la droga estaba en el vehículo y, por otro se la imputaban al copiloto en lugar de al conductor y dueño de la misma. De nada sirvió, ni ese recurso ni el posterior y final en vía administrativa (donde ningún juez supervisa nada).





Así que a mediados del mes de septiembre de este año, en los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo en Salamanca, Miguel lleva ante el juez -de la mano de Recurreitor- la injusta multa por posesión de cannabis (que ni era suyo ni lo portaba encima), acompañado por el conductor del coche y dueño de la marihuana, quien acudirá ante el juez a reclamar lo nunca visto: ¡que la droga era suya! 


Lo lógico sería que, ya que el conductor asume la propiedad y tenencia de dicha sustancia, que la sanción impuesta a Miguel fuera revocada. Pero por extraño que pueda parecer en un caso tan claro como este, una vez que se accede a un tribunal, los resultados son impredecibles. Deseamos la mejor de las suertes al demandante y estaremos pendientes del desarrollo de esta aberrante situación, para haceros saber en qué termina esta broma de mal gusto.  


¿Y qué ocurrió finalmente en el juicio? Entrevista con Recurreitor y Miguel, tras su victoria!!


De forma resumida, os contamos como a un joven que iba en el asiento del copiloto, junto a un conductor que llevaba marihuana (una parte liada en 7 trompetas en un paquete vacío de tabaco, y otra sin liar con unos 5 gramos en una bolsita), había sido sancionado sin llevar drogas encima ni dentro del coche- en lugar de sancionar al conductor, enfermo en tratamiento con morfina, prescrita por severos dolores óseos. 


A pesar de que el conductor había reconocido que el cannabis era suyo y que lo usaba para reducir las dosis de morfina que necesitaba para paliar sus dolores, e incluso a pesar de que le devolvieron el paquete lleno de trompetas mientras le decían “toma, con lo de la bolsita ya tenemos para poner la multa”, la sanción se dirigió contra el copiloto, Miguel, que nada tenía que ver con el cannabis que había en el coche.


Ante esta imbecilidad e injusticia administrativa, pusieron el caso en manos del conocido abogado Carlos Nieto -alias “Recurreitor”- quien ha conseguido, en esta sentencia ganadora, revertir la presunción de veracidad por la que la palabra de un policía vale más que la tuya, cuando se trata de un acto administrativo o incluso penal. 


Hemos querido conocer los detalles de la misma y a sus protagonistas, citándonos con el Carlos y con Miguel para que nos contasen -de primera mano- la odisea y el sendero que les ha tocado andar, hasta ganar en el tribunal a la Guardia Civil en una sentencia excepcional por infrecuente.


Pregunta: Os veo a ambos totalmente sonrientes, a pesar de que ya han pasado un par de semanas desde que conocisteis la sentencia.... ¿tanto dura el efecto de un subidón judicial?


Miguel: A mí, cada vez que sale el tema se me pone automáticamente esta cara. Piensa que de haber perdido me hubiera tocado pagar 720 euros sólo de multa. Aunque la multa eran 600 euros, ya nos habían metido un recargo antes del juicio por no haberla pagado, y además podíamos haber sido condenados a pagar las costas del juicio, con lo que me acercaba a los 1000 euros entre unas cosas y otras. Yo nunca he cobrado tanto dinero por un mes de trabajo, lo que te puede dar un idea de cuánto daño me causaba esa sanción totalmente injusta y basada en premisas inventadas, pero protegidas por esa “presunción de veracidad” de la que goza la policía. Así que creo que tengo motivos -y muchos- para sentirme feliz por como terminó esta rocambolesca historia.


Recurreitor, Carlos Nieto: Ciertamente es un final feliz de los que no se suelen dar en casos similares, ya que en la práctica resulta muy difícil revertir ese privilegio con el que cuenta la policía, por el que su testimonio -en la práctica- tiene veracidad suficiente para anular la presunción de inocencia, no sólo durante el desarrollo administrativo del asunto (en la imposición de la sanción y los recursos subsiguientes contra la misma). Además en este caso, aunque pueda sonar raro a los legos en materia procesal, no contábamos con la posibilidad de apelar la sentencia en caso de que no estuviéramos conforme con ella, ya que al ser la cuantía en disputa de sólo 600 euros, no cabe recurso por ninguna de las dos partes. Eso hace que el cliente, víctima de una injusticia, sienta de forma aún mas desequilibrada el funcionamiento de la administración de justicia y tenga poca confianza en la misma en el futuro. 


El abogado Recurreitor, Carlos Nieto Herrero, feliz tras la sentencia que ganó.



Pregunta: Contadme cómo se ha desarrollado esta parte de la historia, desde que recibe Miguel la sanción en su casa, hasta la sentencia que os da la razón y se la quita a la policía.


Miguel: En mi caso la cosa fue bastante simple. Cuando recibí la notificación de la multa contra mi persona, fui a ver al piloto del coche y dueño de la marihuana que me imputaban. El conductor -al que en la sentencia sólo se nombra como “Don Alfonso”, protegiendo su intimidad- vio el tema y dijo que eso tenía que recurrirse, y él fue quien me puso en contacto con Carlos “Recurreitor”. A partir de ahí, yo lo único que he hecho ha sido firmar los recursos y asistir al juicio, donde -también por razones procesales- no pude ni abrir la boca, aumentando aún más la sensación de que es un procedimiento injusto, donde ni siquiera te dejan contarle al juez lo que ocurrió.


Recurreitor, Carlos Nieto: Cuando “Don Alfonso” y Miguel se ponen en contacto conmigo, pensé que resultaría todo más sencillo y que, dado lo claro que estaba el asunto, podríamos encargarnos del asunto en vía administrativa. Pensé eso porque no hay muchas ocasiones en que se cometa un error de filiación (apuntar equivocadamente los datos de uno como los de otro, por ejemplo) y que tengamos de nuestro lado a una persona, como en este caso era el piloto del coche, que no tuvo el menor reparo en hacerse cargo de la propiedad de las drogas incautadas, y nos entregó una declaración jurada en la que explicaba cómo la marihuana era suya, que así se lo hizo saber a los agentes y que consumía desde hace décadas por motivos de salud y dolor severo.


Pregunta: ¿Sirvió de algo?


Recurreitor, Carlos Nieto: De nada. En el primer recurso les indicábamos que, probablemente, habrían cometido un error, y el piloto -también dueño del coche donde estaba la droga incautada- se hacía oficialmente responsable de ella. A pesar de las molestias causadas, el conductor estaba agradecido a los agentes que les habían tratado, ya que (como ambos ocupantes del vehículo me contaron) en lugar de quitarle todo el cannabis, habían cogido la bolsa que tenía menos y estaba sin liar, y le habían devuelto el resto (en plena autovía en la provincia de Zamora): un paquete con 7 trompetas de marihuana ya liadas, que él estimaba en cantidad como “al menos el doble de lo que había en la bolsita que se quedaron para la multa”.


Pregunta: He visto los recursos que presentasteis y en ninguno se menciona que la Guardia Civil os devolviera esos porros. ¿Por qué? 


Recurreitor, Carlos Nieto: Primero porque “Don Alfonso” les estaba agradecido por dicha acción, ya que haberle quitado todo el cannabis le hubiera supuesto tener que ir al mercado negro a por ello o enfrentarse a una situación con dolores que tendría que que manejar sólo con morfina, y no quiso “meter en líos” a los agentes. Y en segundo lugar porque nuestro objetivo era enmendar una injusticia sobre Miguel, que nada tenía que ver en toda esta historia, salvo que iba en el mismo coche. Así que en pro de una mayor claridad, se decidió no incluir esa parte en los recursos administrativos.


Pregunta: ¿Quién resolvió dichos recursos de forma administrativa? ¿Cómo lo hizo?


Recurreitor, Carlos Nieto: La subdelegación del gobierno de Zamora era quien incoaba el expediente sancionador y, a la vez, quien resuelve los recursos presentados. En este caso, a pesar de la buena voluntad (“Don Alfonso” pedía que le multasen a él y no a un inocente, como era Miguel) y de haber presentado la declaración jurada, y también documentación médica que daba fe de que lo que afirmaba -como enfermo de dolor crónico óseo de tipo no oncológico- era totalmente real, desde Zamora pasaron mucho del tema. Contestaron el primer recurso negativamente, y el segundo lo escribieron prácticamente copiando el primero, cosa que hicimos notar en el tercer recurso que contestaron reafirmándose en su atestado, a pesar de que les indicábamos que seguramente habían confundido los DNI a la hora de emitir la sanción (lo que era una “salida digna” para ellos).


Pregunta: ¿Qué pasó después?


Recurreitor, Carlos Nieto: Llegamos a un punto, previo al contencioso-administrativo por vía judicial, en el que nosotros podíamos acudir al juez sin correr riesgo de que se nos castigase a pagar las costas del juicio y al mismo tiempo una situación en que, si la administración no se empeña en seguir con la multa, todo hubiera quedado terminado en ese momento. Pero la administración se empeñó en seguir a por Miguel, siendo claramente inocente, y la única vía que nos dejaron era acudir ante el juez, con todo lo que implicaba.


Miguel: Cuando vimos que nos tocaba ir ante un juez, nosotros decidimos que contaríamos toda la verdad, toda. Ya que eran esos mismos agentes que le devolvieron 7 porros, los que se empeñaban en sancionarme a mí. Bastante generosos habíamos sido ya, no queriendo revelar esa acción en los recursos en deferencia por su gesto, pero teniendo que estar ante un tribunal no queríamos problemas y tanto “Don Alfonso” como yo decidimos que, si podíamos, diríamos toda la verdad.


Pregunta: ¿Por qué dices “si podíamos”? ¿Acaso puedes poner una demanda en la que se te impida hablar ante el tribunal?


Recurreitor, Carlos Nieto: En este caso, la aportación del demandante se encauza a través de su abogado, y sólo puede salir a declarar si la parte contraria le llama, normalmente para cuestionar su testimonio. Obviamente, en esta ocasión, la parte contraria tenía claros motivos para que Miguel no subiera a declarar, ya que ellos sabían que podía contar todo lo que en ese control ocurrió realmente. De los dos agentes implicados, desde el juzgado se solicitó la presencia de ambos agentes, aunque sólo declaró uno mediante videoconferencia, a pesar de que cada agente trató sólo con uno de los ocupantes del vehículo. Eso nos impedía realizar un interrogatorio adecuado, ya que no podíamos buscar las inconsistencias entre las declaraciones de ambos.


Pregunta: ¿Entonces el tribunal no llegó a saber que les habían devuelto parte de la marihuana incautada en dicho control en la autovía?


Recurreitor, Carlos Nieto: Sí, llegó a saberlo pero fue por boca de “Don Alfonso”, que cuando llegó su turno como testigo (porque aunque reclamaba la posesión y tenencia de dicha droga, no estaba imputado) le explicó al tribunal cómo fue el proceso, qué agente se puso con él y qué agente se puso con Miguel, cómo había reconocido que el cannabis era suyo y cómo le habían devuelto un paquete con 7 porros en dicho control, y que él hasta el momento había pensado que era un gesto humanitario por ser un enfermo de dolor pero que no justificaba que la multa se la hubieran puesto a alguien sólo por ir en el mismo coche en lugar de a él, que era propietario y piloto.


Una de las 7 trompetas que nos devolvieron. Tuvimos que parar unos kms después porque seguíamos sin creernos las suerte que habíamos tenido....



Pregunta: ¿Y qué ocurrió entonces?


Recurreitor, Carlos Nieto: Nada. El juez continuó con el procedimiento como si esa frase no se hubiera dicho (porque de lo contrario hubiera tenido que deducir testimonio y abrir una causa penal por ese hecho de devolver drogas a una persona) y dio por terminada la vista instantes después.


Pregunta: ¿Nada? ¿Puede un juez escuchar un testimonio así, tener a dos testigos de lo que se afirma en la sala, y no hacer nada ni interrogarles para ver si están presentando una argumentación falsa que imputa un delito a los agentes?


Recurreitor, Carlos Nieto: Sí, sí puede. El juez puede conceder credibilidad a un testimonio o no. De haberlo hecho, tendría que haber abierto una pieza para dicho asunto, y nada de eso se hizo.


Pregunta: ¿No concedió credibilidad al testigo acaso, fallando a favor de la pretensión del demandante cuando afirmaba lo mismo que él?


Recurreitor, Carlos Nieto: No. La sentencia, si bien estima nuestro recurso, lo hace con la argumentación de que en un procedimiento sancionador en que se contrapone la presunción de veracidad de un agente de policía (que admite prueba en contra) con las manifestaciones de los demandantes, y que se reitera con la solidez que lo hicimos nosotros -nos mantuvimos firmes en la misma historia desde los recursos al juicio- no se puede emitir una sanción si existe una duda razonable, ya que iría contra uno de los principios rectores del derecho: “In dubio pro reo” o “en caso de duda, siempre a favor del acusado”. 





Pregunta: Bueno, bien está lo que bien acaba... ¿no?


Recurreitor, Carlos Nieto: Como abogado, cuyo objetivo era anular una injusticia sobre Miguel, doy por bueno este final ya que no buscábamos que encausasen a ningún Guardia Civil, pero no entiendo cómo dejaron que este asunto llegase a ese punto, pudiendo evitarlo antes. En cualquier caso, una enorme satisfacción.


Pregunta: ¿Algo más que añadir?


Miguel: Yo sí quiero añadir algo; quiero animar a la gente a que no se quede callada ante las injusticias de este tipo, a que busquen un buen abogado especializado como Recurreitor y se enfrenten a las sanciones injustas. Nosotros hemos ganado un juicio que dábamos por perdido antes de empezar, y estoy seguro de que tanto esos policías se lo pensarán dos veces antes de intentar abusar de la presunción de veracidad, de la misma forma que ese juez atenderá más al demandante en una futura situación similar. La ley y su aplicación la modificamos también nosotros con nuestros actos, pero no con nuestro silencio.



lunes, 2 de agosto de 2021

Juanma y sus traficantes humanitarios

Todos los lectores de este blog -y otras muchas personas ajenas a este lugar- conocen a Juanma.

Juanma Rodríguez Gantes saltó al conocimiento público en el año 2008, gracias a un reportaje de la ya desaparecida revista "Interviú", en que se narraba su caso. Juanma se había quedado hacía años tetrapléjico de la misma forma que Ramón Sampedro (el personaje inmortalizado en la película "Mar Adentro", que terminó suicidándose) pero a diferencia de él, Juanma quería seguir viviendo.

Lo que también quería Juanma, era tener una cierta calidad de vida a pesar de sus lesiones, pero una infección y su tratamiento acabó provocándole daños neuropáticos extra que le producían fuertes dolores que nada era capaz de aliviar.

En ese estado se topó con la marihuana, lo que le dio de nuevo una calidad de vida mejorada, pero le obligaba a recurrir al mercado negro, con los costes y la falta de calidad del producto que se suele dar en ese contexto. Así que decidió cultivar su propio cannabis, pero al estar viviendo en el CAMF de El Ferrol (un centro residencial para personas con discapacidad severa) le impidieron cultivar en su habitación e incluso llevaron el caso ante un juez.

El juez, por supuesto, no le condenó a nada (su cultivo era mínimo y ajustado al consumo propio) pero al mismo tiempo le dijo que no le podía conceder permiso para ello, porque no estaba en sus manos.

Juanma se vio atrapado y pidió ayuda para su compleja situación, en que a diferencia de cualquier persona no podía cultivar y necesitaba el cannabis para paliar sus dolores.

Fueron muchas las voces que en aquellos días de 2008 se manifestaban a favor de Juanma, pero la realidad es que el problema persistía, ya que solidarizarse con su situación no resolvía la falta de cannabis con el que evitar los fuertes dolores que sufría.

Sin embargo, y de forma totalmente oculta para la gente, hubo una pareja de jóvenes que decidieron tomarse el problema como algo que no podían dejar pasar. Juanma necesitaba al menos 500 gramos de cogollos de marihuana para cubrir un año de tratamiento paliativo de sus dolores, y las buenas intenciones no se lo iban a facilitar: había que actuar de forma eficaz.




Esta pareja de anónimos traficantes, con la colaboración de algunos usuarios de un foro secreto de venta e intercambio de drogas que se llamaba "Mercado Gris", reunieron medio kilo de cogollos de marihuana y decidieron cruzar media España para entregárselos gratuitamente a Juanma, a quien no conocían de nada previamente.

Cómo se organizó todo, el viaje y sus peligros y el resultado, es una historia que -hasta ahora- muy pocas personas conocían.

La revista Cannabis Magazine ha realizado una entrevista a la pareja que tomó la iniciativa y la llevó a cabo y a Juanma, quien no podía creerse que alguien se fuera a jugar el ir a la cárcel por echarle una mano hasta que los protagonistas se encontraron cara a cara y todo se hizo realidad.

Desde La Drogoteca os animamos a conocer, de mano de los protagonistas, esta historia que ha sido un secreto durante más de una década.

Podéis leer la entrevista en este enlace:

Os aseguramos que merece la pena y que sirve de ejemplo de que cuando existe un porqué de suficiente importancia, siempre se encuentra el cómo.

Y desde aquí, nuestro agradecimiento a esos dos anónimos que se la jugaron, no por el cannabis, sino por una persona que les necesitaba y con la que acabaron desarrollando una larga amistad que sigue viva hoy día.

:)



domingo, 16 de septiembre de 2018

¡¡Ayuda!! Me está dando un mal viaje...


Hace unos días, una pareja de amigos que habían tomado "leche de marihuana" -una infusión de cannabinoides en leche- aprovechando los recortes de cosecha, se vieron envueltos en una experiencia difícil: un mal viaje de cannabis por vía oral.

Uno de ellos pidió ayuda por un canal privado de comunicación que tenemos en un pequeño grupo, y la atendimos como pudimos, sobre todo a calmarles y a asegurarles que estaban bien, que era sólo un rato difícil. Y poco a poco pasaron el susto...

¿Pero y si no hubieran tenido a quién recurrir?
Eso me trajo a la cabeza este texto que escribí hace un tiempo, sobre una ONG que se dedica a hacer eso mismo: dar apoyo en el momento a quienes están pasando un mal viaje de algún psiquedélico.

La ONG se llama Tripsit y tiene cuenta en Twitter @TeamTripsit.
Espero que os sea útil por si en algún momento tenéis un mal viaje -con psiquedélicos u otras drogas- y necesitáis que alguien os eche un lazo.




--

“La noche lo pedía. Una de esas noches en que el aire te acaricia y se oye cantar a los bichos del campo como si fueran una orquesta. 

Estábamos todos los amigos de siempre juntos y decidimos probar con esas setas mágicas que había traído Fausto de su estancia 'Erasmus' en Amsterdam. Eran las setas mágicas, esas de la risa, las de siempre, que no son venenosas pero colocan. Y los 6 que éramos, convencidos y contentos, nos tomamos aquella bolsa de setas que se suponía que tenía 6 dosis “para reírse un ratito y ya", según nos dijo Fausto, que fue quien hizo la compra al dependiente del Smart-Shop holandés. 

Sólo la mitad de nosotros teníamos experiencia con esa droga, pero nos creíamos suficientemente hábiles como para controlar cualquier situación que pudiera sobrevenirnos.

Pero estas cosas se sabe cómo y cuándo empiezan, pero no el resultado final. Al cabo de media hora, a todos nos empezaban a hacer efecto las setas, pero resultaba agradable. Todo brillaba, reíamos, había fractales de colores formados por la arena del suelo de la playa bajo nuestros pies. 

Al cabo de una hora manteníamos conversaciones entre nosotros que no llegábamos a comprender el idioma en el que se encontraban, aunque creíamos entender el mensaje que transmitían. Una hora después, nos comunicábamos con los murciélagos, los peces, los árboles de unas lomas cercanas y hasta con las rocas del camino, que no éramos capaces de hacer de pie debido a las agujetas que teníamos de reírnos. 

Todo iba maravillosamente, hasta que al cambiar de lugar y quedar en un momentáneo silencio, Marga (la pareja de Fausto) se empezó a sentir mal y a decir que estábamos en un "bucle temporal". Al principio nos lo tomamos a broma, hasta que la vimos empezar a llorar muerta de miedo. ¿Por qué? Ni idea, pero la noche se torció.

Cuanto más hacíamos por atender a Marga, que lo estaba pasando muy mal y apenas era capaz de comunicarse hablando, más empeorábamos la situación. El ambiente se enrareció y Greta (la hermana de Marga) empezó a sufrir sensaciones incómodas que desembocaron en un mal viaje también, viendo a su hermana llorar, sumado a nuestras caras de susto y preocupación. 
¡¡No podíamos para la bola de nieve del mal rollo!! 

La cosa cada vez iba a peor y nos habíamos convertido en un ovillo de gente pasándolo mal, que intentaba ayudar a otros, pasándolo mal, sin conseguirlo. Hasta que llegaron aquellos pareja de hippies metiéndose mano y fumando un porro de yerba que se olía por toda la zona. 

Al principio nos preocupamos, sobre todo de en qué estado nos iban a ver cuando se acercaron al escuchar llorar a Greta y a Marga, y nos entró la paranoia de que pudieran pensar algo malo y que llamasen a la policía. Pero tuvimos suerte, y pronto nos vieron las caras desencajadas de la situación y se dieron cuenta: la mujer estuvo serenando a las dos hermanas y el tipo estuvo distrayéndonos -mientras no paraba de liar canutos- sin que nos diéramos mucha cuenta de cómo lo hacía. 

La cosa es que al cabo de más de media hora, estábamos todos sentados juntos viendo el amanecer y todo se había -casi- pasado y todos parecíamos recuperar el control de nuestras mentes, tras haber pasado un buen susto que podría haber sido peor si no es por esos dos hippies que nos sacaron del hoyo, cuando creíamos estar volviéndonos locos.

¿Te suena esta historia? Es la misma que casi todos hemos escuchado 100 veces, de distinta forma, con otros personajes, en diferentes lugares y con finales que pueden cambiar mucho: es la historia de un viaje con drogas que -por la razón que sea- se tuerce hasta volverse difícil de manejar sin ayuda. 

A veces pasa con un tripi, otras con una pastilla, otras con una setas, otras con unas rayas de... da igual. Es pasarlo mal y necesitar ayuda, pero sabiendo que por haber tomado drogas “no puedes” recurrir prácticamente a nadie...

¿...a nadie? ¡¡MEEC!!

Llegó TRIPSIT.ME a tu vida y a tus viajes con drogas. TRIPSIT ME es un lugar en la red -lleno de información desde el ángulo de la reducción de riesgos, manuales y guías de uso de drogas- para charlar, para comentar o para pedir esa ayuda que nadie que no haya estado en esa situación, complicada y fea del mal viaje, podría siquiera intentar darte.

Eso es lo que hace especial a este grupo de voluntarios que dedican su tiempo y esfuerzos a algo que nadie hace, a día de hoy, en la red: ayudarte -vía CHAT desde su web- a controlar una situación que se va de las manos, da igual por qué y con qué droga te suceda. ¿Necesitas ayuda estando drogado/a y no sabes a quién pedírsela? Para eso está TRIPSIT.ME :))

Seguro que algunos pensáis que “de poco vale una web si te está dando un mal viaje”, pero no es así. A lo largo de las décadas que llevo tomando drogas he tenido que vivir varios “malos viajes” (no son malos, sino más difíciles simplemente) y he tenido que asistir a muchas personas en esos estados: sintiendo que pierden la cabeza y no pueden evitarlo. Algunos eran amigos, otros eran desconocidos: eso no importa. 

La vez que mejor recuerdo, recibí una llamada de un amigo a más de 600 kms para pedirme ayuda para otro amigo -que yo no conocía de nada- que estaba empezando a perder la cabeza por unos cartones de DOB/DOC que se habían tomado... :P

¿DOB/DOC? ¿Un par de drogas que pueden durar -a gusto- más de 24 horas y no dejarte dormir en dos días? ¿No había nada mejor para elegir? Un tipo desconocido en un mal viaje a 600 kms y un teléfono móvil fueron suficientes para calmar a la persona, conseguir su atención, sugestionarla hacia otro punto de interés (le puse a jugar con lo primero que tenía a mano: una naranja y así se tiró varias horas) y hacer que ese camino cuesta abajo al infierno del “bad trip” recuperase y volviera a un cauce más agradable y manejable por el usuario.




Diréis que hace falta que te escuchen la voz, pero tampoco ha de ser necesario. Lo necesario es saber que tienes alguien con quien comunicarte, que está pendiente de ti y sabe cómo te encuentras: una “niñera de drogas” o babbysitter. Desde Internet, sin voz, usando desde el chat al email pasando por cualquier servicio de mensajería he hecho muchas veces de “niñera” para amigos que probaban una droga por primera vez y querían hacerlo estando en contacto con alguien. Así he acompañado viajes de mescalina, LSD, 2C-B, MDMA, psilocibes... etc.

Y como el movimiento se demuestra andando, ayer me fui a probar su servicio de atención a malos viajes vía chat. Al llegar a la página (en inglés, es la única pega) tienes varias opciones y yo -que soy bastante torpe en lo visual- me metí en la sala de chat incorrecta, a pesar de que hay un cartel que pone “ASISTENCIA INMEDIATA” en el que pinchar. Donde yo me metí no era la de atención urgente a personas bajo efecto de las drogas, sino la de charla amigable. Entré y sólo dije “hola”. Ni caso. Volví a decirlo y parece que ya me vieron, pero repito que era YO el que estaba en el sitio erróneo.

Así que eché un vistazo a la lista de operadores (los que controlan la sala de chat) y así, a ojo, intenté adivinar qué nick se pondría el que estuviera al frente de toda esa historia. Había una docena de ops en el canal, pero había uno con el nick “Reality” que digamos que me parecía el más probable, y no me equivoqué.

Ya en un privado entre “Reality” y yo, simulé tener un mal viaje de LSD durante sus inicios, para ver cómo sabían manejar esa situación. Y quedé gratamente sorprendido. Lo primero calma: “hola”. Me dejó hablar, me observó, me preguntó qué me pasaba, me aseguró que al ser LSD no tenía que preocuparme mucho y que procurase relajarme. Me dio conversación, a pesar de que yo me hacía el “tripado que apenas podía escribir” y supo tener en cuenta mi entorno para que lo ajustase con una música -de máxima importancia en esos estados- que no me provocase nada que no fuera relajación, y me pasó el link para que la pusiera. El tipo sabía lo que hacía. :))

Cuando quedé satisfecho, le dije la verdad y le agradecí el tiempo dedicado. Estas personas que dan su tiempo para ayudar a desconocidos, bien dando información bien “cogiéndoles de la mano” aunque sea virtualmente para pasar un mal trance, me merece el mayor de los respetos. Y “Reality”, del que desconozco su nombre y no es relevante ahora, me pareció un gran personaje con una gran idea que está sacando adelante.

Ahora que todo es virtual, que hasta tu abuela lleva Internet encima, puede ser difícil imaginar cómo eran otros tiempos no tan lejanos; hace 25 años no existían los móviles. Ojalá cuando yo comenzaba a experimentar con drogas hubiera tenido un recurso -en mi bolsillo o en casa- para poder tener atención -especializada, gratuita y funcional- en caso de tener un mal viaje con drogas. 

En grandes festivales han existido “grupos y personas” que hacían esta misma función con aquellos que necesitaban que les “echasen un cable desde La Tierra”, pero era presencial. Ahora, si estás pasándolas putas -y eres capaz de explicarte en inglés- tienes un lugar en el que agarrarte desde la web, accedas como accedas.

Seguro que muchos de vosotros -sanos fumetas de sano cannabis- no tomáis otras drogas (ni falta que os hace). Pero eso no os excluye de la experiencia del mal viaje. El site tiene un lista de las drogas que han causado las atenciones “de ayuda” y las 5 primeras son LSD, anfetaminas, MDMA, alcohol y cannabis. A la zaga les siguen la cocaína y sus ansiedades cometechos, las setas mágicas y -curiosamente- el alprazolam, "Xanax" o “Trankimazin”, una benzodiacepina.

Todas las drogas pueden producir un mal trago, por elegir mal el momento o las sustancias, incluso a usuarios que se consideran experimentados. Nunca estamos a salvo de sorpresas, y menos si jugamos con psicoactivos.

Y si alguna vez, has tomado algo cuyo efecto ves que te supera y necesitas alguien te que ayude, ya sabes: TRIPSIT.ME, ese grupo de gente que hacen -gratis- un trabajo impagable. :))


Texto publicado originalmente en Cannabis.es 


martes, 5 de septiembre de 2017

Profesionales de la salud y drogas.

Este texto sobre profesiones sanitarias y drogas fue publicado en la revista VICE. Esperamos que os guste y que os deje claro que los que más drogas toman son esos profesionales de la salud... "ajena".

Aquí el que no corre vuela, nadie vuela recto, y pájaro que no vuela... a la cazuela!!

--


Profesionales de la salud y drogas.

No olvido -ni creo que nunca lo haga- la cara, el cuerpo y la voz del primer “practicante” (como se les llamaba en los 80) que conocí. Se llamaba Carmelo. Su nombre en mi casa era la representación del terror hecho chuta. 

Todavía no se debía estilar mucho lo de las jeringuillas desechables de un solo uso, porque no sólo llegaba a tu casa una especie de ogro enorme y calvo, con una voz gutural como el eco del infierno, sino que tenías que pasar el trance de ver cómo se preparaban los instrumentos para tu tortura. Ahora suena raro eso, pero antes veías como esterilizaban la jeringuilla de cristal y las agujas ya clavadas en otros con alcohol ardiendo en un recipiente....




Ese ritual, el ogro Carmelo, el olor a alcohol caliente, la visión de la aguja, tus padres sujetándote y tú gritando como un poseso para que al final te trincasen bien (era un mierdas de 5 años, uy si no....) y te metiera una banderilla -con mucha malaostia- un tipo que era el que pinchaba a los militares y a los pobres seres humanos que eran forzados a hacer el servicio militar obligatorio o "mili" (a la que yo fui insumiso).

Creo que si no me gusta mucho pincharme drogas, cuando no tengo reparo alguno en tomarlas por otras vías, responde a criterios de “esterilidad y pureza” de las drogas pero también a un cierto miedo incrustado en el desarrollo y la infancia. No me gustan las agujas, me recuerdan a Carmelo, y me asusto. Así de triste infancia, sí. 

Como Carmelo se convirtió en un recurso usado en mi casa de forma rutinaria (desde un aceptable “si no te tomas la medicina, vendrá Carmelo” hasta un chantajista “si no te tomas la sopa te pondrás malo y vendrá Carmelo”) pues es un personaje que en cierta forma seguí. En el barrio no somos muchos y nos conocemos todos, así que años después, en plena “new wave prohibicionista de la heroína como droga lúdica” en la que palmaron tantas personas en España, supe que era un tipo muy cotizado. 

Cuando hablaba con los colegas, consumidores de heroína con 13 años y mencionaba a Carmelo (que era conocedor de casi todos los culos y brazos de mis colegas) había un curioso silencio en el aire y alguna que otra bala perdida en forma de risotada. 

El tipo era un crack en esto de ponerte unas flautas de coca y caballo acojonantes, con la “seguridad añadida” de un profesional de la salud, y asegurándote higiene y nada de marcas jodidas de explicar.

Contactar con él para esos servicios, requería de un nivel que yo por aquel entonces ni tenía ni aspiraba a tener, pero era el enfermero que ayudaba a drogarse, con cuidados propios de un profesional, a muchos yonquis de los que puedes imaginar con esa palabra, y a otros que no imaginas. A la vez que se hacía sus extras con la peña, llevaba el “mantenimiento” de algunos “eliteyonquis”, profesores de la Universidad y médicos del Hospital Clínico. 

Era un tipo discreto, que había visto mucho y conocido mucho. Era esencialmente pragmático: él ganaba un dinero por sus servicios y prestaba una atención de calidad sanitaria. Posiblemente la primera persona de mi vida que estaba implicada en Reducción de Riesgos en drogas, aunque el término no debía ni existir en aquella época.

Si él consumía o no drogas de alguna clase, es algo que creo que nadie sabe a ciencia cierta, pero que las conocía todas mejor que los propios médicos -bastante torpes a la hora de gestionar sus hábitos- era algo aceptado por todos los que le conocían. Pocos doctos doctores contradecían una opinión de este enfermero.

Dentro del área de consumidores de drogas en las profesiones sanitaria, tenemos algunos curiosos grupos, que en cierta forma tienen que ver con el contacto (accesibilidad) a las drogas usadas. Los menos yonquis -por decirlo de alguna forma- son el grupo de podólogos, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas y psicólogos clínicos. 

En principio, ninguno de ellos tiene acceso a las drogas que usen sus pacientes o a un almacén, por la actual ley al respecto. Los terapeutas ocupacionales y los psicólogos pueden tener un mayor contacto con población consumidora de droga, e incluso supervisar sus consumos en un lugar concreto, como una “Sala de Venopunción Asistida” o en una casa de acogida dentro de un modelo de “contexto de baja exigencia” en el que se tolera el uso de drogas dentro de ciertos parámetros, como forma de poder actuar -en otros campos- sobre la persona y su salud biopsicosocial. No son de los más yonquis, pero sí de los más tolerantes.

Ascendiendo un poco, encontramos a los enfermeros. En este grupo se nota mucho la especialidad de cada uno, y es probable que uno de enfermería pediátrica no recuerde ni qué es la codeína ni para qué se usa, mientras que los de oncología e intensivos, saben administrar microdosis de las drogas más pintorescas por las vías más raras, con gran maña para revertir depresiones respiratorias a tiempo. 

El roce hace el cariño, y en este grupo tengo grandes amigos que también prestan servicios (no tan profesionalmente como Carmelo en los 80) con sus artes en poblados y casas, porque además de enfermeros son consumidores. Muchos no consumían en inicio drogas sacadas de su trabajo, sino que el hecho de saber inyectarse y de tomar drogas por otras vías, les llevó a ello. Y son enfermeros en activo, que hacen correctamente su trabajo en el hospital o clínica. Como otros muchos, si les cae algo interesante que tomar en sus manos, se lo cogen para “investigación personal”. 

En este punto quiero citar a un gran amigo que, conocedor del propofol y de su capacidad para inducir sueños de tipo erótico y muy placenteros, estuvo a punto de matarse y hubiera sido el primero en España imitando a Michael Jackson. Le pude detener justo antes de que diera el paso, razonando con él por internet, haciéndole ver que si se clavaba la chuta sin alguien consciente controlando, lo más probable era que muriese. ¡¡Le podían las ganas al muy cabrón!! Ciertamente, yo también tengo ganas de meterme propofol, pero con un anestesista al lado (los mejores gestionando drogas, con la vergonzosa excepción del yonqui Maeso), mucho mejor.


El yonqui Maeso que contagió la hepatitis C 
a cientos de personas, 
por pincharse primero él con los opioides 
y luego a sus pacientes, en un hospital público... 


Luego están los farmacéuticos, que tienes de los dos tipos: los que no se drogan o los que se lo comen todo. Intercambio “regalos” con “farmas” de todo el continente, y son buenos profesionales con formación para elegir con cabeza. No he conocido a ningún farma que acabase por el mal camino y “con la incapacidad” por consumo de drogas o de alcohol (otro clásico de la medicina). Son grandes educadores, al mismo tiempo, que deberían ser más escuchados por la clase médica.

Y llegamos al top de los grandes: los que tienen el poder:  los médicos. También se podrían repartir en especialidades, pero sin embargo en estos el vicio es bastante transversal. El hecho de poder disponer de recetas que no levantan sospecha alguna para los fármacos no estupefacientes (de receta normal) y de poder usar también, como médicos, los estupefacientes disponibles, les da acceso a morfina y opioides a tutiplén, a estimulantes como el metilfenidato o la dextroanfetamina con lisina que ahora han introducido de nuevo en el mercado (Elvanse) y a todo lo que puedan coger de la farmacopea legal. No me extraña mucho que tengan tanto vicio los cabrones, tras haber leído a Escohotado contar como la mayoría de grandes médicos anteriores a la prohibición de las drogas, eran generosos consumidores de las mismas (de los de 5 gramos de morfina por vena al día) sin que esto les supusiera ningún problema para el ejercicio ni un estigma que les apartase de su trabajo.


Aquí un honrado anestesista, 
no un yonqui de esos que pueden hacerte algo 
y pegarte el SIDA si te escupen... :P


Un conocido psiquiatra de mi ciudad consume una caja diaria de metilfenidato, que compra en mi misma farmacia. ¿Consume? 

Teniendo en cuenta que se cotizan bien esas pastillas por los estudiantes de la ciudad, no creo que se coma 30 pastillas cada día, pero compra una caja diaria. 

Lo que no es sencillo es ver psiquiatras en ambientes más marginales como las casas o los poblados. Tampoco médicos en activo, que suelen ser atendidos en los puntos de venta de droga más selectos de la ciudad (especialmente cocaína pero también heroína) de la misma forma que cuando “algunos del ayuntamiento” se quedan sin farlopa: la casa se cierra poco antes de su llegada y se le atiende sin que nadie le vea. Normalmente de madrugada. Si alguien viera o dijera algo, por ver entrar a un médico de noche en una casa, siempre puede quedar cubierto como una urgencia que tuvo que atender. Pero la realidad es que finalmente se sabe quienes son, porque cuando la urgencia te empuja a tener que pillar a las 4 de la mañana y no esperar que algún “tele-droga” te lleve el tema a tu casita para no dar el cante, es que empiezas a estar algo pilladete... amigo médico.

Son estos últimos los más reticentes a aceptar su contacto con drogas, legales o no. El estatus social se lo pone más difícil. Recuerdo a mi psiquiatra, fundador de Alcohólicos Anónimos en mi zona, al que le gustaba el whisky cosa mala y me quería enseñar a beberlo, para que no tomase opiáceos. Cada maestrillo con su librillo, ¿no?

Además pude conocer por él -sin nombres- el historial de muchos profesores y médicos que él supervisaba por razones legales

No olvidaré el día que me dijo, charlando de cultivo de cannabis, que cierto médico tenía una habitación de casa llena de focos y marihuana. Le contesté que no era un mal hobby. Me dijo que en la habitación de al lado, coleccionaba bragas usadas, juguetes sexuales usados por prostitutas y armas blancas usadas en crímenes

Le pregunté cuál era su especialidad: 
bioética, contestó con una sonrisa giocondesca...



martes, 15 de agosto de 2017

Alba - Bautismo

Este cuento corto, que fue el inicio de una serie que publicó algún capítulo en el portal Cannabis.es, es un relato de ficción en la que se camuflan muchos elementos verdaderos. Dada la naturaleza de lo narrado, dichos datos están convenientemente ofuscados. Por desgracia la historia tiene más de real de lo que a cualquiera nos gustaría, además ocurrió en estas fechas del 15 de agosto y la España cañi, y es simplemente un vehículo para contar cosas que no se pueden contar de otra forma (como que se venda la marihuana robada a los cultivadores en una casa cuartel, u otras peores).

Sin más, aquí quedáis, en manos de Alba.

Habrá más.

:))




--


BAUTISMO


“Jodida puerca...” dijo, antes de escupirme a la cara y mientras iniciaba el movimiento de desabrocharse el negro cinturón de cuero de hebilla dorada que señalaba donde tenía que meterle una estaca a ese hijo de puta, para que dejase de ensuciar este mundo.

“Ya sabes lo que toca, zorrita...”

En un instante recobré una cierta consciencia de todo lo que me había llevado allí. A estar jodida, a sentir esa náusea, a verme inerme ante una mole grasienta y apestosa de malas intenciones. No porque quisiera follarme; no tenía problema alguno. Quería hacerlo cuando yo no quería.

Y el hijo de puta había aguantado los dos codazos en la cara, tras la patada en los huevos; estaba muy jodida. Me venía a la cabeza la película “Lamatanza caníbal de los garrulos lisérgicos” con Cesar Strawberry y el gran Manquiña, pero no me hacía ni puta gracia aquello. Me había metido en la boca del lobo yo sola, en el León rural y profundo de la España cañí. Lo que menos esperaba es que un tarado me fuera a violar en una jodida iglesia de pueblo, en las fiestas patronales de la Virgen de Agosto.

Por supuesto que ya había pasado por alguna iglesia. No por muchas, pero me contaron que el bautismo no me sentó bien: parece que tragué algo de agua y que -sin malicia por mi niñez- escupí al cura a la cara, cuando me giró y pronunció un extraño hechizo católico por el que me pasaba a llamar Alba

Como la mañana, la blanca, la pura... la mayor hija de puta del reino de Dios, es lo que debió pensar aquel cura. Aunque de eso hacía ya 19 años.

Volvía a estar allí y -esta vez ya me habían dado las hostias- me querían dar los Santos Óleos, pero a brochazos en el perineo. No tenía fuerzas y la rodilla que el bastardo había incrustado en mi costado, me tenía doblada por la mitad: me podía poner con el culo en pompa como una perra y partírmelo en cuatro sin que yo pudiera defenderme ya. Y en ello estaba el tipejo, cuando se escucharon unos pasos que pisaban el mismo suelo de lápidas que nosotros.





Recuerdo como aquel picoleto emitió una especie de gruñido imperativo -con esa altanería de paleto que suelen gastar en ciertas zonas rurales- preguntando quién andaba ahí. A su pregunta no escuché respuesta alguna, sino más pasos acercándose.

El tipo echó mano a su canana. Y acarició el cierre, abriéndolo con la delicadeza que no me estaba dedicando precisamente a mí, mientras deslizó la pistola en su mano derecha. En ese momento los pasos se detuvieron. El tipo graznó, algo más asustado, pero fingiendo más aplomo -el que le daba la pipa, claro- que la vez anterior.

“¿Quién coños anda ahí? Sal que te vea o te voy a buscar, rata!!”

Y esa fue la primera vez que escuché su voz: “Yo soy el Padre Heredia.”

El tipo saltó hacia atrás y deslizó rápido la pistola en la canana, mientras se le escapaba un cómico gesto que bailaba a medio camino entre santiguarse y el saludo marcial.

“¡Padre! Qué susto nos ha dado. Hemos venido yo y una amiga a charlar aquí, un poco más apartados, usted ya me entiende...”

“Claro cabo, por supuesto que le entiendo...”

Su voz sonaba tan ambigua ahora como grave y pesada antes. No era capaz de discernir si mientras decía eso, estaba frotándose la polla por encima de la sotana o simplemente se estaba achantando ante la situación. El cabo tampoco alcanzó a ver qué tono portaba la frase y volvió a probar suerte.

“Bueno, Padre, si no se le ofrece nada más... si quiere usted, me deja las llaves y yo le cierro la iglesia. Queda en buenas manos...”

“Toda suya, cabo...”


Sonó inquietante. Si no es por las llaves que le lanzó, hubiera creído que hablaban de mí. El cura añadió, sin acercarse más en ningún momento, que saldría por la puerta de la sacristía porque tenía que recoger unas cosas para un enfermo que necesitaban la Extrema Unción con la extrema urgencia habitual de la muerte.

Me iba a dejar allí sola, pero ya estaba acostumbrada a no meter a terceras personas en líos por mis asuntos, y a pagar -a veces muy caro- mi atrevimiento y falta de sentido común. Pude haberle pedido ayuda pero no lo vi claro, y no quise hacerlo. Escuché cerrarse la puerta y, como si fuera un gatillo, eso disparó al cerdo sobre mí. La conversación con el cura me había permitido ganar tiempo y recuperar el aire, aunque no me resistí. No tenía tanta fuerza.

Así que siendo pragmática: ¿qué podía hacer? Relajarme; necesitaba pensar. Estiré mi mano y noté su polla dura, así que la cogí y empecé a jugar con ella. El viejo alcohólico dio un brinco y mugió “...a esta putita le va la marcha, eh?” mientras yo me entregaba al placer de ser violada por un abusador con placa. Me seguía dejando hacer, pero con mi mano lo que evitaba era que me violase aunque él paleto armado creía que yo jugueteaba, cachonda perdida aplastada por semejante marrano con forma humana. Pero vi que no podía seguir mucho así y que tenía que decidirme: ¿qué hacer?

Me tiré a sus labios y los besé al mismo tiempo que con la cintura me frotaba contra su ombligo, como si estuviera en mitad del orgasmo más incontrolable de mi vida, y le pasaba la lengua por esa asquerosa boca putrida, hasta que él introdujo aquella masa de carne con sabor ocre a tabaco negro y coñac en mi boca. Era como una serpiente molesta paseándose por tus papilas gustativas, de la misma forma que el caballo de Atila dejaba yermo el suelo a su paso. Un plato exquisito, que no soportaba ya más...

Lo siguiente que recuerdo fue un tirón intenso y cómo mis mandíbulas chocaban entre sí, mientras mis uñas se hincaban con fuerza en las pelotas del picoleto, y notar el calor de la sangre chorreando en mi mano...

Y cómo casi me trago la mitad de su puta lengua; la escupí tan rápido como la rabia me permitió abrir la boca. Mientras, el tipejo gritaba ahogándose en sangre mientras no sabía si llevarse las manos al escroto, que le había abierto como un calcetín dado la vuelta, parándome en la uretra: mis dedos no llegaban a clavarse más.

Pero el cabrón se levantaba y estaba sacando su arma. No tuve tiempo para pensar: di una patada a un viejo cepillo de limosnas, clavándole al mismo tiempo mi tacón para fracturarlo y cogiendo -casi al vuelo- uno de los trozos más astillados de los pedazos que saltaron. Según me volví se lo clavé en el abdomen y se escuchó un grito lacerante en mitad de la casa de Dios: el violador cayó sobre sus rodillas y, como si fuera un diagrama de flujo expandiéndose, una mezcla de orina y sangre empezó a fluir de su perforada vejiga. Estuve por un instante -atónita- observándole pero pronto me di cuenta de que me iba a comer hasta los marrones de “el Lute” y que tenía que correr, sin mirar atrás...

Busqué instintivamente algo con lo que rematarle: peor que una condena era un psicópata como ese persiguiéndote. “No quiero moribundos que me busquen” era lo que resonaba en mi cabeza mientras abría un pequeño portón que contenía una botella y un cáliz, y cogía la botella del cuello para romperla y dar muerte al violador antes de huir para salvar mi pellejo. Una voz se escuchó -tajante y asertiva- detrás mío: “No. No rompas esa botella.”

Me quedé petrificada y -cual esposa de Lot mirando lo que no debía- como una columna detenida en medio de un giro sobre su eje, botella en mano. Aquella voz -que ya me sonó familia- continuó: “Deja la botella sobre el altar. Y vuélvete...”

Obedecí. Sabía que estaba cazada y que no tenía opción: no sabía qué me apuntaba por detrás y lo iba a descubrir en el acto. Dejé temblorosamente la botella sobre el altar. Miré instintivamente a los ojos del Crucificado que tenía de frente, presidiendo la escena, y sentí dolor. Me volví despacio, inicialmente mirando con el rabillo del ojo -con lo que no pude ver nada salvo el color rojo de la sangre por mi cara- pero según me sentía observada por aquel personaje, agachando la cabeza.

“Ecce homo” dijo, sin alterar su voz.

“Ecce mulier”, pensé yo.

Así era: ahí estaba. 
Expuesta y dolorida; al quedarme quieta todo empezó a dolerme. Asustada y a punto de matar a un hombre, en natural defensa propia, que había intentado violarme y al que no podía dejar con vida ya. Mis ojos marrón miel debieron contrastar con el rojo metálico de la sangre, porque cuando mi cabeza se irguió, sus ojos azul tormenta observaban -impertérritos- los míos.

“¿Qué ha pasado?” me dijo. No supe qué contestar, pero la expresión de mi cara junto con la dantesca escena debía dar algunas pistas, sin olvidar que mi ropa hecha jirones debió indicarle lo que allí había pasado. Buscando una respuesta que darle, me había hundido en mis pensamientos, cuando el goteo de la orina por la herida de aquel depredador me hizo reaccionar. Mi rostro debió explotar en un gesto asesino de ira, mientras notaba mis puños apretarse hasta hacerse de granito y mis dientes chocar hasta chillar como tizas sobre pizarras.

“No. Aquí no. Cógele de los pies.” me dijo y -de nuevo- volví a obedecer sin cuestionar nada.
Ahí le vi claramente por primera vez: era el cura de antes. El Padre Heredia, había dicho que se llamaba. Lo confirmó -el cabo- antes de que aquel sacerdote le dejase inconsciente de un puñetazo y le cargase -a peso muerto- por los sobacos.

¿Qué coños hacía con un cura en una iglesia sacando a un picoleto moribundo hacia el cementerio que había detrás? 

¿Por qué nadie llamaba a la policía? 
¿Qué hacía yo llevándole por los pies?

Cruzamos con el peso todo el cementerio y llegamos a una caseta con útiles, palas y picos y material de jardineria principalmente. Allí le dejamos caer a plomo; a mí el pánico me daba fuerzas de flaqueza aunque el cura respiraba intenso, pero no nervioso. Y mirándome fijamente me preguntó: “¿Cómo comenzó todo esto?”

“Marihuana... yo sólo quería un poco de yerba para fumar, porque me dolían los ovarios y tiene que bajarme la regla...” contesté a la vez que me escuchaba y las palabras parecían tan falsas que ni a mí me sonaban reales aún siendo la verdad.

“¿Te vendía él?”, inquirió.

“No. Un amigo me dijo que en la Casa Cuartel de la Guardia Civil de este pueblo, había comprado yerba en varias ocasiones. Al parecer se la roban a los cultivadores y la venden ellos y...” expliqué antes de que me interrumpiera con un “¿Y qué cojones hacéis en mi puta iglesia?”

Extrañamente avergonzada, como una niña reñida por el maestro, contesté: “me dijo que en fiestas no la podían tener en la Casa Cuartel porque venían muchos mandos superiores a la fiesta grande de la localidad, y que tenía un pequeño depósito en la iglesia. Me convenció y piqué... Lo siento.”

No sabía qué decir, ni qué sería lo siguiente cuando el Padre Heredia despertó al inconsciente Guardia Civil -a bofetones de mano abierta y revés- y cuando tenía su atención, le susurró cerca del la oreja lo siguiente: “Cuidaremos de tus hijos y tu familia, para que no sufran como tú...”

Los ojos del cabo se abrieron y clavaron en los del cura, e intentó decir algo. Pero sin lengua lo tenía clarinete, y sonó como un trombón ahogándose. Lo siguiente fue un movimiento -brusco- en el que la mano izquierda del sacerdote, que sostenía al tipo por el cuero cabelludo se disparó hacia fuera arrastrando la cabellera con ella, mientras la mano derecha -que le agarraba con fuerza la cabeza, ligeramente por debajo de la sien- girase en sentido contrario.

Rompió su cuello con la misma paz que se abre una botella de agua.

Yo estaba muerta de miedo, y ya casi convencida de que me tocaba a mí cuando el cura me lanzó una pala -que me sacudió en el vientre y la cara- mientras sarcástico me decía: “Si esperas que cave yo solo, tenemos un problema ¿eh?”

Terminar el agujero y taparlo -repartiendo la tierra sobrante- nos llevó dos horas. Creía que iba a morir, pero de agotamiento. Esas dos horas, no las narro: nadie me creería. El cura era un hombre de pocas palabras. Me llevó después a su casa, me ofreció ropa limpia que agradecí como nunca aunque daba la impresión de haber vuelto al siglo XX de una hostia, y me metió en la ducha. Curó mis heridas, me dio de cenar. Lavó los platos. 

Puso música: ¿“Lecciones de moderación” decía aquel estribillo?





Me dijo que le acercase una caja -de madera, labrada a mano- que tenía bajo unos libros de química en alemán. Obedecí. ¿Lo que nunca hacía con nadie, lo hacía con ese desconocido? Al abrirla, toda la estancia cambió de golpe su olor y parecía haber caído en mitad de una montaña de Kush. Él notó mi mirada en sus manos: debía notarla como si fuera el más poderoso Jedi intentando que la yerba volase hasta mí.

Lio despacio. Ni me miró. Se lo encendió y se lo lo estaba acabando, clavándoselo a cara de perro; yo me moría de ganas, pero no me atrevía a pedirle nada. Nada más. 

Entonces me miró sonriendo, como un niño pequeño travieso, y me pasó la caja de aquella yerba. Yo lie como si me fuera la vida en ello y justo antes de que me encendiera aquel costoso porro, me dijo:

“Ya sabes la lección: si quieres yerba, plántate.


Nos sobran cerdos para fabricar abono.”