miércoles, 27 de julio de 2016

Confraternizando con el enemigo...

Este texto fue publicado por el portal Cannabis.es hace unos meses, cuando tuvimos que ver en las noticias que un picoleto descontrolado se había liado a tiros con un tipo que -presuntamente- había tenido un percance de tráfico con él.

Desde entonces mucho ha llovido (en poco tiempo) y si bien no corrijo ni una palabra de lo aquí escrito, quiero aprovechar la ocasión para mencionar -dejémoslo de momento ahí- al grupo de policías locales que hace unas noches, y con la excusa -sacada de la manga- de una parada de tráfico -a las 12'30 de la madrugada en un campo de carretera de arena donde iba a sacar al perro- me han hecho dar el número de mi teléfono móvil, y posteriormente a recibir una llamada de "la central". 

Cuando les indiqué que lo que pretendían hacer estaba fuera de todo protocolo legal, uno de ellos -no parecía tampoco el más listo, no- me decía: "¿y sí tu incumples la ley... por qué esperas que nosotros tengamos que cumplirla contigo?".

Eso, en mitad de la noche y sin testigos -mi copiloto estaba retenido a unos 30 metros por otros policías, también locales, que aprovechando la parada no perdieron ocasión de explorar el cuerpo de mi acompañante y mi coche -a fondo ambos- según me hizo saber posteriormente mi acompañante, y con un total de... 8 policías para 2 personas, pues como que suena algo intimidatorio.

Veremos qué es lo que opina el juez de todo lo que allí sucedió...


De momento, espero que los tipos como esos que nos cayeron encima la otra noche vayan siendo menos y menos en los cuerpos armados que soportamos y que los vayan sustituyendo otro tipo de personas o, simplemente, personas... que no disfruten de tener un arma y una placa, licencia para usarlas y obtengan placer dando por el culo a ciudadanos que no han hecho nada.

Va por ti, Anacleto.

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Ayer un miserable, tras un percance de tráfico en una carretera de España, sacó un arma tras dar caza al otro vehículo y ejecutó, rematando a sangre fría en la cabeza con varios disparos, al conductor que se había visto implicado en el asunto. El asesino conducía un coche de alta cilindrada y no debió costarle dar caza a su presa, de la que salió en persecución con un arma de fuego en su bolsillo. Y, por su trabajo, seguro que sabía manejar un coche en esas circunstancias: mejor que nadie tal vez.

La víctima, Younes, era un hombre marroquí que recibió un tiro que le mandó al suelo, y todo el resto del cargador del arma contra su cabeza, una vez ya abatido. El asesino -un trozo de carne pútrida que tenía forma humana- era conocido como “Antolín” en su pueblo y, cómo no, todo el mundo dice que era “encantador, buena persona, reservado y educado, recto, futbolero, no era nada racista y bebía cerveza sin alcohol”.

Nadie se explica cómo ha podido ocurrir esto, pero es la misma historia de siempre, la misma de otras veces, pero que en esta ocasión trae 2 víctimas colaterales más: el cannabis y la policía.




¿Por qué el cannabis? El asesino ha dado positivo en cannabis, y en alcohol (pero solo bebía “0'0%”, o a lo mejor era que solo fumaba “doble cero” y no le entendieron bien en su pueblo). ¡¡Cannabis!! Ya está!! Joder!! Pero si el cannabis es la droga que hace que a la gente le dé por cortar penes con un cutter!! Ya está todo explicado: el tipo se había fumado un porro la noche antes. Circulen, nada más que mirar por aquí.

Y la otra víctima, es la propia policía. Porque “Antolín” -el bueno, justo, recto y sano “Antolín”- era además picoleto. Guardia Civil, sí.

No voy negar que me duelen los dedos al escribir esto, y recordar a los miles y miles de multados cada año en España por tener un porro encima, o haber fumado uno el día antes y coger el coche al día siguiente. Los presos por cultivar, los presos por llevar una cantidad para tu consumo y ser tratado como un narcotraficante, los presos por tener 18 años y llevar una bolsa de marihuana a medias con su pareja, de 17 años y 11 meses. No puedo olvidar.

No puedo olvidar como he visto auténticos psicópatas, con patologías que saltan a la vista del ojo entrenado y también del “sentido común”, ejerciendo labores de “seguridad ciudadana”. No puedo olvidar las palizas que he visto pegar a la policía, siempre en grupo y siempre al débil: leña al mono que es de goma. No puedo olvidar sus calabozos, ni lo que allí dentro ocurre (“grita... aquí nadie te oye”) y seguirá ocurriendo por desgracia. No puedo olvidar a Patricia Heras (muerta) y Rodrigo Lanza (torturado). No puedo olvidar a Juan Andrés Benítez gritando por su vida mientras era pateado y asesinado en la puta calle por esos mismos que son “la seguridad ciudadana”. Y si escribiera lo que le deseo a esos policías y a otros muchos que “siguen la tendencia de moda” y matan de un par de tiros a sus mujeres (alguien debería prestar atención -y voz- a la tasa de violencia doméstica sufrida por la parejas de los miembros de las FFCCSE, y ciertos médicos de cabecera -la policía es gregaria hasta para ir al médico- son bien conocedores del asunto), pues supongo que o mi editor no me dejaría o me ganaría una denuncia.

Ni olvido ni perdón, porque ni las víctimas merecen el olvido ni los miserables el perdón.
Y aclarado este punto, que creo necesario al tratarse de la policía a día de hoy, vuelvo al asunto: ¿por qué va a ser la pasma -me da igual el color- una víctima?





Hace unos días estaba echando unas partidas de ajedrez en un CSC y fumando unos porros con unos amigos. Uno de esos amigos era alguien que yo sólo conocía de oídas, pero que él me conocía muy bien: llevaba fumando yerba que salía de plantas mías desde que tenía 15 años, y era del grupo de amigos de confianza para mis amigos de confianza. 
No había problema alguno con esa persona.

Estuvimos intercambiando porros, “Super Lemon Haze” impresionante coincidimos, y opiniones. Y fue una gran tarde de charla que disfruté mucho. Cuando me iba, le pregunté: ¿y qué andas haciendo ahora? Y él contestó, sin vergüenza alguna y sin bajar la voz ni subirla, que era Policía Nacional (en este caso no lo pongo con Z). Le contesté extrañado por su sinceridad y el lugar, que no lo dijera muy alto allí, con un guiño. Y ya. No pasó nada, nadie se alteró, y espero que nos veamos pronto para fumarnos otros porros charlando en el CSC de turno. No tuve que preguntarle, pero no creo que llevase un arma (ni que la necesite fuera de su trabajo) porque estaba de descanso. Así de simple. De descanso y fumándose unos petas, mientras charlábamos de política de drogas y de estos asuntos que nos conciernen como fumadores de cannabis.

Anacleto, nombre ficticio de este policía, es un tipo normal. A mi entender, un buen tipo, y lo digo honestamente. No quiero decir que no pueda un día perder la cabeza, como yo o como cualquiera, y cometer una locura. Eso, todos lo podemos. Pero sí estaría dispuesto a jugarme un brazo a que no causaría daño a nadie de forma innecesaria y, menos aún, ejecutar a un ser humano por una discusión de tráfico (o similar).

Tampoco creo que abusara de su posición como policía, y supongo que además haría lo posible porque su trabajo no interfiriera en su vida. Creo que es un ciudadano que disfruta siéndolo y que tiene un trabajo, que por poco que me guste y me duela, tengo que reconocer que es necesario. Y además, un ingenioso cultivador de cannabis para su propio consumo, como el propio Tribunal Supremo reconoce que no es delito.

Un tipo como otros muchos, buena gente, y sobre todo tolerante con el diferente (tal vez porque él es muy consciente de lo diferente que es). Es el tipo de persona por el que rezaría para que cualquier familiar o amigo se topase, si tiene que tratar con la policía. No provoca miedo, provoca calma con su presencia y su saber estar. ¡¡Quiero muchos más policías así!! ¡¡Muchos!! Tantos como todos.

Quiero más policías como mi colega, para que cuando tengamos que ver “el resplandor azulón” de sus coches, no sea la señal para salir hacia el lado contrario y lo primero que te provoque sea miedo... quiero más como ese trabajando para todos nosotros. No es, lo que vivimos, un problema con “la policía” sino un problema con lo que hemos descuidado, hasta el punto de haber dejado crecer a un cocodrilo en el jardín de atrás, porque “sólo mordía a los intrusos” hasta que se comió a la abuela y a los 3 nietos... JA!!!

Justo antes de subir a casa ayer, y enterarme de la noticia del asesinato de Younes por parte de “Antolín, el futbolero recto y abstemio”, estaba -cosas de la vida- aceptándole un trago a un Guardia Civil en el bar del barrio. Creo que nunca habíamos cruzado esa barrera, que en mi zona tiene sus claras implicaciones sociales (todos sabemos de dónde cojeamos) por así decirlo, y estaba gustosamente charlando con él precisamente de CSC's y de Guardias Civiles que usaban cannabis, e incluso pertenecían a un CSC y eran conocidos por él. A él le parecía normal, porque aunque tiene pinta de hijo puta (sí, reconócelo y que, además, te gusta) creo que es una persona normal también. Un currante, que además, curra para nosotros como cualquier policía.

Al subir y leer el asunto, tras la primera reacción en que fui poseído y grité contra toda la policía del planeta en todas las lenguas muertas, no pude evitar saborear el resto en boca de la crema de licor -a la que me invitó el picoleto en el bar- y de pensar que, tal vez, él era una víctima de los “Antolines” que hay en la policía de todo uniforme. Y creo que lo es.

Que hoy es víctima también la Guardia Civil. Y de forma colateral, los que le pagamos el sueldo: todos. Quise recordar en ese momento al Policía Nacional, creo que de origen canario, que en Salamanca tomó la redacción de las 3 últimas denuncias que he tenido que poner (ocasiones distintas todas). Y que pude comprobar en la primera que puse con él (una paliza brutal a una persona por parte de un nazi) que era un tipo que parecía buena gente, y que supo hacer bien su trabajo e incluso, ser más que el típico policía recoge-denuncias que quita las ganas de denunciar a cualquiera. Recordé al Guardia Civil que, a pesar de hacerme el test de drogas hace un par de añitos y de dar positivo en THC, no inmovilizó mi coche y -contra la opinión de su compañero- me dejó llevármelo e hizo constar que “no tenía impedimentos funcionales para la conducción” a pesar de meterme 6 puntos y 600 euros por dar positivo en cannabis. Y recuerdo como me decía: “es que los del cannabis sois tranquilos, nunca sois agresivos, no sois violentos, no entiendo lo de ir a por vosotros”. Y era un picoleto multándome por cannabis, sí.

Incluso recuerdo la cara de atónitos que tenían en la comandancia de la Guardia Civil de mi ciudad, cuando hace unos años me presenté a denunciar al tarado que pedía desde un foro cannábico “niñas para follar” pero usando mi nombre, apellidos y ciudad. No daban crédito a todo lo que les conté, pero creo que fue su primera gran vez “con una denuncia de Internet” y tuvo su miga. Y no tengo queja de ellos, al contrario: les di mucha guerra y encima aproveché para desquitarme de cuando estuve en esos calabozos, meses atrás. Y funcionaron: que le pregunten “al que quería niñas para follar” usando mi nombre, que aún espera la vista oral (justicia, que va lenta, eh?).

Y por último, recuerdo al policía local que con su mejor voluntad consiguió localizar a un miserable que, tras perseguirnos 1 kilómetro (habíamos pitado con el claxon una entrada suya que casi nos arrastra en una rotonda), impactó a propósito contra el coche que yo conducía con mi pareja de copiloto.

Salí del coche y me tiré a por él (para alejarle de mi pareja). El valiente perseguidor se dio a la fuga.
En aquel momento tuve que contenerme para no pedirle a mi pareja que se bajara del coche, y salir a su caza yo mismo, pero ella ya había avisado a la policía y descarté la idea en el acto. Me alegro de no haberlo hecho. Aquel policía, un chaval de mi ciudad, con los datos que teníamos se lo curró y consiguió dar caza al conductor, y lo mejor: le hizo ir a comisaría a firmar un parte amistoso o le ficharía para denuncia penal. 

Aun recuerdo su número de identificación, y su nombre (porque se le escapó).

Que tras un “suceso” de tráfico, tuviéramos la opción de recurrir a la policía para que fueran ellos los que resolvieran el asunto (ya que no había nadie en peligro tras el altercado) y que funcionase, seguramente evitó males mayores porque nadie deja sus cuentas sin saldar, cuando puede cobrarlas. Debo decir que el vergonzoso -y carente de todo rastro de profesionalidad- trabajo realizado por quien entonces era mi abogado, destrozó el gran trabajo que hizo ese policía (y al que una vez terminado todo, tuve la decencia de ir a darle las gracias a la cara). Pero el final bochornoso en lo judicial, no le quita mérito sino que da brillo al buen trabajo de ese policía local.

Y eso mismo es lo que debía hacer “Antolín”, si es cierto como dice que tuvo un “percance” previo en el que Younes se fugó, antes de ejecutar a balazos en la cabeza a un hombre indefenso: llamar a la policía y dejar que hicieran su puto trabajo (el útil, digo). Pero no, porque “Antolín” era recto, bueno, y futbolero. Y nada racista. Y nada violento. Y no bebía alcohol ni tomaba drogas. Seguro que “Antolín” cree que sólo hacia su trabajo... tanto que cuando llegaron sus compañeros para hacerse cargo del percal, él estaba totalmente tranquilo. ¿Acaso debía alterarse por haber ejecutado a un hombre?

Espero que la policía, en todas sus formas, empiece a exigir a sus propios miembros la formación, corrección y utilidad de la que presume. Y que dejen de darle una placa y una pipa a todos los macarras de barrio que no supieron estudiar antes y han terminado ahí, todos como “Antolines”, como células durmientes dentro del cuerpo de la policía. Cualquier día saldrán sus vecinos en las noticias diciendo lo mismo otra vez: “si era tan buena persona....”
Otra vez.

Una última petición, por si cuela, a esos tipos que sufrimos con uniforme de policía, que espero que se extingan pronto para dar paso a seres humanos haciendo funciones de policía de verdad: dejad que nos maten las drogas, por favor, y no vuestro plomo.


Drogoteca.



PS: Dedicado a “Anacleto”, mi colega, porque creo que nos hacen falta muchos, muchísimos como él en todas las FFCCSE.

jueves, 21 de julio de 2016

Jeffrey Pendleton: otro jodido negro indigente...

Este texto fue publicado en el portal Cannabis.es y esperamos que no os guste, que os desagrade profundamente y que ello os mueva a hacer algo, a salir de la inacción sorda que permite cosas así o como esta otra de ayer mismo, antes de que una ola de miseria humana aderezada con cadáveres bajo custodia policial, nos alcance también en España.

No hemos tocado fondo aún... y siempre se puede cavar.

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Jeffrey Pendleton: Jodido Negro Indigente.


Hola, me llamo Jeffrey y soy un negro indigente, sin casa ni trabajo, que no tengo derecho a existir. O tal vez sólo tengo derecho a existir... si existo sin tener derechos. 

Eso ha intentado hacerme creer la policía a lo largo de mi vida, daba igual dónde porque la historia era siempre igual: ellos mandan y si no les gusta cómo obedeces -o si no obedeces- se desahogarán contra ti, con una paliza en el calabozo, o usando el sistema legal de forma leguleya para causar intencionalmente daño. A veces también aunque obedezcas, te hacen el saco de los golpes con el que se divierten.

En realidad no soy lo que ellos quieren que sea, y eso no lo han soportado nunca. Pueden hacerme daño físico o pueden echarme encima al sistema, pero no han conseguido romperme y hacer de mí un animal asustado que resultase domesticable y adiestrable para sus fines. De hecho, fui un chico como tú. Tuve una infancia difícil, porque era uno de los muchos hijos de una madre negra soltera en la pobreza de “la pesadilla americana”. Pero nos crió y nos sacó adelante. Terminé el instituto e incluso llegue a recibir formación universitaria. Y hasta me casé con una compañera, pero el matrimonio nos superó a ambos y acabamos -como otros tantas parejas jóvenes- separados al poco tiempo.



La ruptura de la pareja, junto con los empleos de baja calidad a los que podía tener acceso, con salarios miserables y abusos constante, fueron la rampa cuesta abajo que se me presentó como vida y que, a pesar de que no he dejado nunca de luchar, me llevó a tener que perder hasta mi techo y convertirme en un “homeless” más. 

Al principio viví un año en una tienda de campaña, pero aunque intentes mantener una vida normal, vivir en la calle te pasa un factura que no se casa con comodidades como esa. Después, he tenido que sobrevivir como otros muchos, luchando cada día y pidiendo ayuda (ya que trabajo no me dan), pero nunca he cometido un delito porque considero que ser pobre no me da derecho a ello.

Es feo pedir, pero peor es robar, dicen... 
Lo cierto es que a la policía de la pequeña ciudad donde “resido” no le parecía bien que pidiéramos, ellos preferían que nos muriéramos de hambre en la puta calle




Pero a mí que, aunque soy un negro lo soy con inteligencia, formación y coraje, no me parecía bien eso de que unos pistoleros armados a sueldo del estado fueran a forzarnos a desaparecer para su comodidad. Ellos nos acosaron, durante meses, por pedir dinero para comer de forma pacífica en la calle. Mi cartel decía “estoy sin casa y buscándome la vida”, como forma de indicar al viandante, de forma pacífica y no invasiva, que era un ser humano -negro, sí, pero humano a pesar de los maderos y el sistema- solicitando ayuda básica en una situación de extrema necesidad.

Fui detenido, golpeado, insultado, amenazado, robado, sufrí cacheos arbitrarios que incluían  "registro de orificios” (en el que unos policías te sujetan y otro con guantes te mete dos dedos dentro de tu culo y busca dentro, por si escondes una caja fuerte ahí) y todo tipo de humillaciones, que no sirvieron para doblegarme. De hecho me crecí. Y sin miedo les denuncié. 

Yo, el negro indigente, denunciando a la policía de la ciudad. 

Y lo mejor todo, ganando la batalla y forzando a la policía a que dejase en paz a aquellos que tenemos la mala suerte de tener que pedir para sobrevivir. Ellos quisieron llegar a un acuerdo que incluía una nueva política de trato para estas personas, y yo cedí porque había conseguido que ganase la comunidad: todos habíamos ganado con una policía que dejase de perseguir, acosar, robar y violar mendigos por el simple hecho de ser pobres y sin recursos. Incluso tuvieron que pagarme unos cuantos miles de dólares que, obviamente, no disfruté ya que fueron para los abogados que llevaron el caso.

No era la primera vez que me había enfrentado a los abusos policiales, porque ya en otra ocasión había sido denunciado por la policía, encarcelado y encausado, por negarme a obedecer una orden verbal, por la que una pareja de policías decidía prohibirme pasar por una zona de acceso público. ¿La razón? Ja, pues la de siempre, un JNI: jodido negro indigente. 




Pero no quise rendirme y aceptar el castigo, así que planté cara y el asunto sentó un precedente legal sobre la capacidad de la policía a dictaminar, a su antojo, sobre el acceso a lugares públicos. Y también acabaron pactando y entregando otra suma de dinero que, de nuevo, se quedaron los abogados por su trabajo. Y es que ser pobre en USA es muy caro. Me encanta ver -cuando tengo acceso- el programa de John Oliver por sus mordaces y honestos enfoques, y no consigo olvidar el día que contaba nuestra realidad y la de la justicia americana: cómo éramos encarcelados -con el coste que eso supone para el estado y los contribuyentes- por el simple hecho de no tener dinero para pagar los costes legales de la defensa legal que, en teoría es un derecho constitucional, tienen que facilitarte si has de enfrentar un juicio. Todo eso es mentira y sólo sirve para que los ricos que están en sus casas de barrios protegidos, crean que la justicia es igual para todos. Es parte de nuestra pesadilla, porque vivimos en un sistema que mientras considera que eres suficientemente pobre para recibir “bonos para comida”, no eres suficientemente pobre para acceder a la justicia con abogado de oficio. Y a veces creo que es mejor, porque ahora mismo hay 43 estados de USA en los que se te cobran los gastos legales de tu defensa y si no tienes dinero para pagarlos, vas a la cárcel aunque no seas declarado culpable por el juez.

A un amigo que estaba con una enfermedad terminal del pulmón, le detuvieron por no poder pagar los gastos de un juicio anterior y le metieron en la cárcel, pero estaba tan mal que fue llevado al hospital. 

Detenido por no tener dinero, además de la cárcel, le metieron una multa mayor, que si no pudo pagar -ni a plazos- su defensa legal anterior ahora lo haría ya imposible. ¿Cuántas veces consecutivas te pueden detener por no tener dinero para pagarles por la detención anterior, y además volver a facturarte por ello? Sé que al que no sea de aquí y conozca la realidad, esto le sonará a chiste, pero de broma no tiene nada y ésta es la realidad con la que nos hacen vivir.




La última de mis aventuras no elegidas con la policía, ésta desde la que todavía os hablo, se debió a unos gramos de marihuana. Ya sé que es legal en medio país, y que se vende en lujosas tiendas a precios espectaculares, pero la ley nunca fue igual para todos y esto es sólo otra excepción más. Me cogieron con unos porros en una bolsa y, además de quitármelos, mis queridos 'hamigos' de la policía me esposaron, me metieron a golpes -como siempre que pueden- en el coche patrulla y sin dejar de meterme codazos durante el camino, me llevaron al calabozo para presentar cargos contra mí. Fui puesto ante el juez, quien decretó mi libertad bajo fianza de 100 dólares. ¿Bien, no? NO.

Para ti puede que 100 pavos sea algo asequible -y que si no los tienes puedas pedirlos- para evitar entrar en la cárcel. Pero no para mí, no ahora. Al ganar aquel proceso contra la policía, gané el derecho a pedir en la calle pero eso no te pone en un nivel en el que puedas tener 100 dólares para pagar una fianza. Y como dije antes, los pobres vamos a la cárcel por el simple hecho de no tener dinero, aunque eso sea totalmente inconstitucional, ya que de algo hay que mantener el sistema de prisiones privadas y todo el entramado de parásitos que viven de él. Y aunque nosotros no podamos pagar, somos la excusa para que el contribuyente pague: ni siquiera les interesamos para explotarnos, sólo somos cebo en su pesca deportiva de dinero público para fines privados.




La cosa es que aquí estoy, preso, sin nada que hacer y sometido físicamente a los antojos del grupo de carceleros que, se supone, están pagados para cuidarme entre otras cosas. Aunque algo ha debido de pasar en algún momento, porque me siento extrañamente ligero, y con un gran sentimiento de paz. 

Y eso no tiene sentido, porque lo último que recuerdo ahora mismo es que entraron en la celda los carceleros y recuerdo que me dijeron entre risas: “ahora te vas a enterar de lo que es denunciar a la policía, negro de mierda”

Recuerdo un golpe cerca de mi cabeza y un sonido agudo que precedió a mi pérdida de conciencia, y a esta sensación de felicidad que me embriaga ahora en este estado en el que ya no siento dolor, ni odio o rabia, ni miedo, ni nada negativo. Aquella luz -que veo sin abrir mis ojos- es el lugar al que ahora ya me dirijo...